La semana pasada se llevó a cabo la Cátedra Latapí en la Ibero Cd. de México y como cada año buscamos que esta actividad tuviera en su centro el pensamiento y las reflexiones del gran Pablo Latapí, por lo que el tema abordado fue: “Las escuelas normales y su contribución a una educación más justa”. El viernes por la mañana se llevó a cabo un panel que tenía como título “Las normales rurales y su contribución a una educación más justa”, a cargo de la Dra. Ruth Mercado del DIE-CINVESTAV del IPN; la Mtra. Sykvia Schmelkes del INEE y la Dra. Mercedes Ruiz de la Ibero Cd. de México.
La Dra. Mercado hizo unas interesantes reflexiones al poner sobre la mesa, los resultados de una investigación que ha hecho en la normal rural de Panotla, Tlaxcala; señalando que las normales rurales son invisibles y por lo tanto han sido muy poco estudiadas, hizo énfasis en que sabemos muy poco de ellas. La Mtra. Schmelkes hizo un recorrido histórico de estas instituciones desde su surgimiento al término de la revolución mexicana a finales de la década de los veinte en el siglo pasado y hasta nuestros días; habló del currículum “paralelo” que tienen estas instituciones y que más allá de la formación que reciben los estudiantes para ser profesores, reciben una formación de corte socialista que le permite mantenerse en pie de lucha contra el gobierno que desde la década de los sesenta busca desaparecerlas. Los resultados de estas enseñanzas han sido efectivos pues más de una decena de normales rurales siguen activas. Finalmente la Dra. Ruiz, también hizo referencia a la historia, pero retomó el trágico suceso del año pasado en donde desaparecieron 43 estudiantes de la Normal “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa, Guerrero.
Hasta aquí todo iba bien, pero cuando pasamos a la parte de las preguntas, el público, principalmente conformado de profesores que son formadores de formadores y trabajan en escuelas normales y/o han egresado de normales rurales, se mostraban indignados por la afirmación que hizo la Mtra. Schmelkes al señalar que de 120 egresados de normales rurales sólo dos han resultado idóneos en la evaluación para el ingreso al servicio profesional docente.
La indignación era porque, según los profesores, la presidenta de la junta de gobierno del INEE, los ha traicionado y ha cambiado su lenguaje a partir de haberse hecho cargo de la evaluación de los profesores y de otros procesos relacionados con la educación, cambiando su discurso y utilizando la palabra “idóneos”, colocando etiquetas a los docentes en servicio y a los que quieren acceder al sistema. El reclamo era fuerte e incuso apasionado. Uno de los profesores asistentes hablaba, pero recibía aplausos y apoyos por su discurso.
Sylvia Schmelkes fue muy ecuánime en su respuesta y hasta me pareció sensata. Una vez terminado el evento y después de venir las reflexiones que casi siempre me provocan estos sucesos, pensé en que hay tres cosas que no podemos negar del momento actual en el tema educativo: Uno, que estamos mal en los resultados de la educación como país, más allá de los resultados de las pruebas estandarizadas, es notorio que nuestro pueblo tiene una cultura pobre. Dos, que los profesores son el “centro”, nos guste o no, de cualquier propuesta educativa porque son ellos quienes la operan y tres, que no todos los profesores realizan malas o deficientes prácticas pedagógicas.
Así que, en pocas palabras, ¿cómo hacemos para distinguir a los buenos de los no tan buenos profesores, pero sobre todo para distinguirlos de los malos profesores?; ¿cómo hacemos para que los mejores docentes se queden frente a los grupos de niños y jóvenes que requieren tener una “buena” educación, para elevar el nivel de cultura de nuestro pueblo?, pero sobre todo para elevar el nivel de criticidad que se requiere cambiar las condiciones de vida de nuestra gente.
Tal vez porque soy una evaluadora, pero a mí me parece que la evaluación es el camino adecuado para distinguir la espiga de la paja. Claro que hay que tener en cuenta que la evaluación siempre es limitada, no lo puedo evidenciar todo, ni tampoco lo puede valorar todo. Una prueba estandarizada para evaluar a los docentes no es la panacea, pero nos da posibilidades de comparar y nos ayuda a identificar “focos rojos” que requieran medidas de intervención o puntos de apoyo.
Por otro lado, la evaluación siempre lleva a etiquetas, “los aplicados”, “los burros”, “los grises”, “los idóneos”. Aunque la evaluación no fuera estandarizada, nos llevaría a emitir ciertos juicios que terminarían en una etiqueta para poder decir qué requieren o lo que no requieren, aquellos cuyos resultados están en ciertos rangos.
La cosa está complicadísima porque la evaluación se ha politizado. El INEE ha dicho hasta el cansancio que no quiere quitar sus plazas a los docentes a través de la evaluación, así que me parece necesario que veamos a la evaluación y sus bondades y que estemos dispuestos a estar adentro de una etiqueta, que nos de elementos para identificar qué es lo que nos hace falta para ser un mejor docente; no tanto para mantener nuestro trabajo, sino para mejorar la educación en México.
La autora es profesora de la Universidad Iberoamericana Puebla.
Este texto se encuentra en: http://circulodeescritores.blogspot.com
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