Noticias en Salud dio a conocer que las infecciones virales que causan el resfriado común o la gripe pueden varir desde una molestia hasta una amenaza grave para la salud. De hecho, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), «los resfriados comunes son la razón principal por la que los niños faltan a la escuela y los adultos faltan al trabajo».
Aunque la mayoría de los casos de resfriado común y gripe tienden a desaparecer por sí solos, cada año, la gripe mata a unas 290.000 a 650.000 personas en todo el mundo. ¿Qué saben los científicos acerca de cómo la caída de las temperaturas permite que estos virus se propaguen y cuál es la mejor manera de prevenir los resfriados y la gripe?
RESFRIADO COMÚN VERSUS GRIPE
Antes de nada, hay que distinguir entre el resfriado común y la gripe, porque los virus que los causan no necesariamente se comportan de la misma manera. La mayoría de las veces, el resfriado común se manifiesta con una trilogía de síntomas: dolor de garganta, congestión nasal, tos y estornudos.
En este sentido, hay más de 200 virus que pueden causar el resfriado común, pero los coronavirus y rinovirus son, con mucho, los culpables más comunes.
Hay cuatro coronavirus humanos que representan entre el 10% y el 30% de los resfriados en adultos. Estos pertenecen a la misma familia de virus que el SARS-CoV-2, que causa el COVID-19. Sin embargo, en su mayoría solo causa una enfermedad leve.
Curiosamente, alrededor de una cuarta parte de las personas que tienen una infección por el virus del resfriado común no experimentan ningún síntoma. Por su parte, la gripe se desarrolla debido al virus de la influenza, de los cuales hay tres tipos diferentes: influenza A, influenza B e influenza C.
Los resfriados comunes y la gripe comparten muchos síntomas, pero una infección con gripe también tiende a manifestarse con fiebre alta, dolores corporales y sudores fríos o escalofríos. Esta puede ser una buena forma de diferenciarlos.
Al igual que con el resfriado común, una cantidad significativa de personas que tienen una infección por influenza no muestran ningún síntoma.
PATRONES ESTACIONALES
Los CDC monitorean de cerca la actividad de la influenza, que puede ocurrir en cualquier época del año, pero la mayoría de los casos siguen un patrón estacional relativamente predecible.
Los primeros signos de actividad de la influenza, generalmente, comienzan alrededor de octubre y alcanzan su punto máximo en el apogeo del invierno. Sin embargo, en algunos años, los brotes de gripe pueden persistir y durar hasta mayo.
El mes pico para la actividad de la influenza en las temporadas que van desde 1982–1983 hasta 2017–2018 fue febrero, seguido de diciembre, enero y marzo.
Otros lugares templados en todo el mundo ven patrones similares, con temperaturas frías y baja humedad como factores principales, según un análisis de 2013. Sin embargo, no se puede decir lo mismo de las zonas tropicales. En esas regiones, puede haber brotes durante los meses lluviosos y húmedos o niveles relativamente constantes de casos de gripe durante todo el año.
Esto puede parecer contradictorio. De hecho, aunque los datos sobre la influenza apoyan este vínculo, los científicos no comprenden completamente cómo los virus pueden ejercer su máximo daño tanto en temperaturas extremas como bajas y altas.
Sin embargo, existen varias teorías que van desde el resfriado que afecta el comportamiento de los virus y qué tan bien nuestro sistema inmunológico hace frente a las infecciones hasta pasar más tiempo en lugares concurridos y exponerse menos a la luz solar.
EL AIRE FRÍO AFECTA NUESTRA PRIMERA LÍNEA DE DEFENSA
Los virus del resfriado común y la gripe intentan ingresar en nuestro cuerpo a través de la nariz. Sin embargo, nuestro revestimiento nasal tiene sofisticados mecanismos de defensa contra estos intrusos microbianos.
Nuestras narices secretan, constantemente, la mucosidad. Los virus quedan atrapados en los mocos pegajosos, que son movidos perpetuamente por pequeños pelos llamados cilios que recubren nuestros conductos nasales. Tragamos todo y los ácidos del estómago neutralizan los microbios.
Sin embargo, el aire frío enfría el conducto nasal y ralentiza la eliminación de moco.
Una vez que un virus ha penetrado este mecanismo de defensa, el sistema inmunológico toma el control de la lucha contra el intruso. Los fagocitos, que son células inmunitarias especializadas, engullen y digieren los virus. Sin embargo, los investigadores también han relacionado el aire frío con una disminución de esta actividad.
VITAMINA D Y OTROS MITOS
Durante el invierno, los niveles de radiación ultravioleta son mucho más bajos que en verano. Esto tiene un efecto directo sobre la cantidad de vitamina D que nuestro cuerpo puede producir.
De hecho, existe evidencia que sugiere que la vitamina D participa en la producción de una molécula antimicrobiana que limita la capacidad de replicación del virus de la influenza en los estudios de laboratorio.
En consecuencia, algunas personas creen que tomar suplementos de vitamina D durante los meses de invierno puede ayudar a mantener a raya la gripe. De hecho, un ensayo clínico de 2010 mostró que los niños en edad escolar que tomaban vitamina D3 a diario tenían un riesgo menor de contraer influenza A.
Una revisión sistemática concluyó que la vitamina D brinda protección contra la infección respiratoria aguda. Sin embargo, hasta la fecha no se han realizado ensayos clínicos a gran escala y las discrepancias entre los estudios individuales dificultan que los científicos saquen conclusiones firmes.
¿CÓMO PREVENIR LOS VIRUS Y TRATAR LOS SÍNTOMAS?
La probabilidad de que una persona se resfríe este invierno es muy alta. De hecho, los CDC estiman que los adultos tienen de dos a tres resfriados cada año.
Por eso, la mejor manera de que las personas se protejan es:
Lavarse las manos con frecuencia con agua y jabón.
No tocarse los ojos, la nariz o la boca.
Mantenerse alejado de las personas que ya están enfermas.
Por otro lado, una persona debe comunicarse con un médico si experimenta:
Respiración dificultosa.
Dolor persistente en el pecho o en el abdomen.
Dolor o debilidad muscular severo.
Convulsiones.
Dificultad para orinar.
Fiebre o tos que sigue regresando.
Mareos o confusión persistentes.
Un empeoramiento de una condición médica crónica existente.