El aislamiento por COVID-19 cambió la rutina de Alberto Ramírez Salgado al interior del Reclusorio Oriente: no puede salir a correr como cada mañana, ni seguir sus estudios de prepa o elaborar los cuadros que le dan el sustento de sus tres hijos.
Alberto siente melancolía. Lo que más le entristece es no poder ver a su familia, su único enlace con el exterior, y lo que le da la fortaleza para cumplir la condena de 58 años por el delito de secuestro exprés. Está aislado dentro del confinamiento en el que lleva 11 años.
Así lo cuenta su tía Lourdes Ortega Barrera, quien vio a su sobrino por última vez el 24 de marzo. Lulú, como la llaman sus familiares, es parte de la población vulnerable al coronavirus -de 61 años de edad y con diabetes-. Su voz se quiebra cuando cuenta lo preocupada que está por Alberto, por solo escucharlo durante unos minutos cada viernes que él llama.
Las cárceles de México y del mundo se convirtieron en focos de transmisión del coronavirus -señalan expertos nacionales e internacionales-; por lo anterior, se han liberado presos ante el hacinamiento que campea, sobre todo, en prisiones latinoamericanas, o rebeliones de internos ante la falta de información veraz y oportuna.
De acuerdo con la organización Así Legal, hay 295 centros penitenciarios en México, en los cuales -hasta el 14 de mayo- se tenía registro de 171 contagios y 31 defunciones (22 presos y nueve custodios) por la nueva cepa del coronavirus.
En la Ciudad de México la organización contabilizó, hasta ese momento, 13 personas privadas de la libertad y personal contagiado en los distintos penales, y tres defunciones en el Reclusorio Norte. En el Oriente, donde Alberto cumple su condena, Así Legal registró un contagio el 24 de abril.
No fue el único, los contagios siguen. El 12 de mayo falleció una persona más. Aunque las autoridades le dijeron a Lulú que fue por peritonitis, Alberto y varios de sus compañeros de área fueron divididos:
Los contagiados a la zona 1 del Reclusorio y quienes estuvieron en contacto con ellos fueron a aislamiento en el Centro de Observación y Comunicación (COC), al interior del mismo penal.
Cuando llegaron al COC: un espacio reducido y sucio. Allí Alberto solo convive con tres de sus compañeros, al cuarto lo movieron a la zona 1 porque se contagió. A Alberto le hicieron la prueba. Salió negativo.
“Al principio fue una situación difícil porque él mismo me dijo que el espacio estaba sucio, entonces el 14 de mayo puse una queja en derechos humanos y para el 17 ya lo habían limpiado, el espacio estaba con mejor higiene”, relata Lulú.
Lucía Alvarado González, coordinadora del Centro de Atención Integral Para las Personas Privadas de la Libertad (CAIFAM), lo confirma. Otras familiares le han hecho saber que en las celdas de COC el espacio es reducido, no hay agua, alimentos, ni medicamentos.
La activista reclama también que no se brinda información, lo cual ha molestado a los familiares al no tener certeza de si sus parientes están contagiados o no.
“Hay mucha opacidad y eso da miedo. Ellos están doblemente presos y nosotros luchando con el COVID-19 en las calles para poder llevarles los insumos”, protesta.
Fuente: El Financiero