A las seis y media de la mañana, en apariencia, la Ciudad de México duerme. Las calles todavía oscuras del Zócalo capitalino lucen vacías y en el Metro las personas con cara de sueño intentan llegar a tiempo a sus trabajos. Desde hace media hora, el presidente Andrés Manuel López Obrador se encuentra en Palacio Nacional reunido con su gabinete de seguridad, como lo ha hecho de lunes a viernes desde que asumió el cargo el 1 de diciembre de 2018, para encabezar la estrategia contra la delincuencia y el crimen organizado.
Con los rayos del Sol apenas asomándose, Palacio Nacional parece una postal. Sobre la emblemática e histórica calle de Moneda -que en 1536 albergó la primera imprenta del continente americano- integrantes de la Ayudantía, encargados de la seguridad del presidente, y miembros del Ejército, resguardan el acceso de los periodistas para la conferencia de prensa de las siete de la mañana de López Obrador. En 53 días de Gobierno, López Obrador ya había dado 39 conferencias de prensa de una hora y media cada una, aproximadamente.
Unos sesenta reporteros, nacionales e internacionales, de distintos medios de comunicación, chicos y grandes, alternativos y masivos, intentamos preguntarle sobre todo tipo de temas. Casi siempre las interrogantes son coyunturales, pero también hay quienes le preguntan cosas extrañas, como cuando un reportero, de la nada, le pidió que no invitara a Rigoberta Menchú a México o cuando otro le pidió su pronóstico sobre la final del futbol mexicano. En una ocasión, la activista María Arredondo Bernal logró colarse en la conferencia matutina para pedirle ayuda para las comunidades pobres de Sinaloa.
Corrió hasta él cuando se retiraba y le entregó una carta ante la mirada sorprendida de quienes están a cargo de su seguridad.
“Vamos a tratar todos los asuntos de la cosa pública de la República”, dijo López Obrador el 3 de diciembre de 2018 para explicar la dinámica en su primera conferencia mañanera, como se le conocen desde que las inauguró en la época en la que fue Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, entre 2000 y 2005. En ese tiempo la “desmañanada” era en el Antiguo Palacio del Ayuntamiento, ahora son en Palacio Nacional, donde vivió Benito Juárez, personaje que ha inspirado la vida política de López Obrador.
Las “mañaneras” se han convertido en todo un fenómeno de comunicación política. Diariamente, miles de personas se conectan a YouTube, donde las conferencias son transmitidas en vivo, para escuchar lo que el presidente tiene y quiere decir ese día.
Como la mayoría de los políticos, López Obrador recibe críticas por evadir preguntas. La revista Nexos lleva la cuenta de cuántas veces el mandatario evade un cuestionamiento y actualmente la cifra está en 30 por ciento del tiempo. Algunos críticos han comparado sus conferencias con los tuits del presidente estadounidense Donald Trump, por el hecho de que aunque carezcan con frecuencia de sustancia, dominan el discurso público de tal manera que no dejan oxígeno para nada más.
Sustancial o no, el magnetismo mediático de López Obrador sigue convocando diario a decenas de reporteros.
En el Salón Tesorería, que fue Sede de la Tesorería de la Federación de 1891 hasta 1997, cuando comenzó a alojar recepciones y actos oficiales, los periodistas levantan la mano al mismo tiempo. “A ver, ¡tú!”, dice el presidente y señala a alguien de entre los asientos de prensa.
Es como una competencia. El que levanta primero la mano y capta la mirada de López Obrador es quien gana el derecho a preguntar.
La clave está en la primera fila a donde, casi siempre, dirige su mirada. Pero para sentarte ahí hay que llegar entre seis y seis treinta de la mañana, pues los lugares se ocupan rápido. Eso significa soportar el frío que a esas horas suele ser más intenso y dado que el salón es amplio y de techos altos, no ofrece demasiado abrigo. Estar en primera fila no garantiza nada tampoco, en muchas ocasiones puedes pasar toda la conferencia con la mano levantada sin poder preguntar.
De cualquier forma es más fácil que ahí te ubique el presidente o, quizá, te ponga en aprietos, como cuando en plena conferencia de prensa pidió a un periodista leer el artículo 89 de la Constitución Mexicana para ejemplificar la postura de no intervención de su gobierno en materia de política exterior, en medio de la polémica por el nuevo mandato de Nicolás Maduro. Un episodio que confirmó el paternalismo del presidente, que algunos reporteros han llamado “la infantilización de la fuente”.
“¿Quién tiene una Constitución por ahí?”, preguntó López Obrador y el silencio se apoderó del salón de estilo art decó, con símbolos prehispánicos y virreinales. Un reportero, con celular en mano, comenzó a buscar el artículo y lo leyó ante miles de televidentes y usuarios de redes sociales.
También ha puesto en problemas a algunos de sus funcionarios en público.
Como a la Secretaria de Energía, Rocío Nahle, a quien en los primeros días de la crisis por el desabasto de gasolina tras el cierre de ductos para frenar el huachicol, le pidió las cifras de las importaciones de combustible en el país y ella no las tenía a la mano. Apenada, ofreció compartirlas con la prensa más tarde ese día.
Es quizá al mismo presidente a quien más veces he visto en aprietos en estas conferencias, pero con una escurridiza forma de responder, en la que pasa de la reflexión sobre los problemas del país, hasta los lugares comunes o los datos históricos, evade las preguntas puntuales. Como cuando una reportera le preguntó si el gobierno ya tenía identificados a los grupos delictivos dedicados al robo de combustible y si tenían un mapa con la estructura de operación de cada banda.
“Hay grupos que se dedican a esto, sin duda. Yo lo decía ayer, por necesidad la gente recoge en recipientes muy poca cantidad, es como para darles protección a los grupos. Es una base que fueron creando de protección, que es lo que queremos atender”, dijo y siguió hablando sin contestar la pregunta.
La reportera insistió: ¿tiene nombres ubicados de grupos delictivos?
“Va a haber nombres, pero eso va a corresponder a la fiscalía”, finalmente dijo.
Responda o evada los cuestionamientos, invariablemente los reporteros terminan escribiendo de tres a cinco notas diferentes sobre lo que sea que haya dicho. Y miles pegados a las pantallas de sus dispositivos.
Fuente: El Financiero