Estudiantes de medicina víctimas de acoso que no se sanciona

Por  Staff Puebla On Line | Publicado el 12-02-2021

El acoso sexual que la pasante de medicina Mariana Sánchez denunció meses antes de ser encontrada muerta hace unas semanas en Ocosingo, Chiapas, no es una excepción entre doctoras en formación, sino lo común. Y la solución que ella pedía, ser cambiada de sede, también suele ser la salida que las autoridades dan al problema, en lugar de sancionar a los agresores.

A Valeria, cuando era estudiante, un residente la acorraló para intentar besarla después de convencerla con engaños de ir a su departamento a recoger un suéter. A Lucía, enfermera, la bombardeaba de mensajes en redes sociales un médico que ya tenía fama de acosador, pero cuando su jefa del servicio trató de denunciarlo, le dijeron que no podían hacer nada porque él era doctor y que las enfermeras siempre les coquetean. A Mariana, haciendo su internado, un médico adscrito la siguió toda una noche de guardia hasta pedirle su teléfono enfrente de una paciente a la que estaba atendiendo.

Estos testimonios recabados por Animal Político en diversas partes del país y reportes obtenidos vía transparencia de hospitales federales dan cuenta de que las jóvenes se enfrentan al constante acoso sexual de residentes en grados superiores o médicos ya de planta de los hospitales, quienes llegan incluso a condicionarles la atención a pacientes con los que están tratando a cambio de dar su teléfono o aceptar una cita. Situaciones que muchas veces no denuncian por temor a que se trunque su carrera médica, o simplemente porque al comentarlas con otras colegas, descubren que están tan normalizadas que solo reciben recomendaciones de no hacer caso y seguir adelante.

POCAS QUEJAS PROCESADAS, MENOS SANCIONES

Un reporte de la Dirección de Educación de la Secretaría de Salud enumera tan solo 26 quejas de residentes entre 2015 y 2018 por casos de baja injustificada, hostigamiento y acoso, que no precisa si fueron sexual o laboral. En ocho casos no se informó de cuál fue la resolución del conflicto; en nueve se registra que acabó con la “renuncia del médico”, sin especificar si se refiere a denunciante o denunciado, y en otros nueve la solución fue la “reubicación en otra sede”.

Esta última solución se aplicó incluso en un caso de abuso sexual, reportado en octubre de 2017 en el Hospital Regional Luis F. Nachón de Veracruz, donde el abusador fue un médico adscrito (ya contratado).

Por separado, el Hospital General de México Eduardo Liceaga, el más grande del país y de América Latina, solo reportó haber tenido en 2018 una queja por acoso sexual de una residente contra un médico adscrito. Sin embargo, terminó con el levantamiento de un acta administrativa, pero “no ameritó sanción”.

El Hospital Juárez indicó que ese mismo año tuvo una queja de una residente contra un administrativo, en la que finalmente “no se encontraron elementos para determinar acoso sexual”.

El Hospital Infantil Federico Gómez reportó una queja en 2018 por probable acoso sexual de un administrativo contra una médica de pregrado y dos en 2019 por hostigamiento sexual de médicos especialistas hacia residentes. En los tres casos, lo que se hizo fue dar vista al Órgano Interno de Control (OIC) y canalizar las quejas a Recursos Humanos. Pero aclaró que su Comité de Ética y Prevención de Conflictos de Interés no es un órgano sancionador, sino que solo formula observaciones y recomendaciones, por eso se da vista a los otros órganos.

Solo el Hospital Manuel Gea González informó de haber tomado acciones en dos casos de hostigamiento sexual denunciados en 2018. Ambos eran médicos especialistas y después de procesar las quejas, se decidió rescindir sus contratos.

En cuanto a otras instituciones federales de salud, el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) ni siquiera reconoció tener quejas por violencia sexual en los últimos cinco años.

Por su parte, el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) reportó cuatro. Uno en la Clínica de Especialidades Jalisco por acoso sexual de un médico especialista contra una trabajadora, donde ya había una denuncia ante la Fiscalía, por lo cual turnó el caso al OIC.

Los otros ocurrieron en la Ciudad de México. Uno fue en 2015 en el Hospital General de Tacuba contra un médico adscrito, que solo ameritó un “extrañamiento por escrito”. Y otros dos reportados por la delegación regional norte ante situaciones de hostigamiento y abuso sexual, por los que a dos médicos se les rescindió el contrato.

Como se puede ver, son mínimas las denuncias procesadas formalmente, aunque un sondeo realizado el año pasado por la Asociación Mexicana de Médicos en Formación A.C. (AMMEF) entre 748 mujeres estudiantes de Medicina reveló una realidad muy distinta: el 70.2% contestó haber recibido miradas morbosas o gestos sugestivos; y el 66.8%, comentarios de tipo sexual o respecto a su apariencia.

Otro 21% de las jóvenes dijo haber recibido llamadas o mensajes de naturaleza sexual, incluso después de haber pedido a la otra persona que dejara de hacerlo; a 14.7% las han presionado o amenazado para aceptar citas fuera del horario escolar; en 5.6% de los casos hubo amenazas con afectar su situación académica si no accedían, y 7.9% dijo que sí tuvo consecuencias como maltrato o sanciones injustificadas por haber rechazado una propuesta sexual.

El sondeo mostró situaciones incluso más graves: 47.6% de las estudiantes contó que alguna vez sufrió contacto físico no deseado; 8.2% reportó que ese contacto llegó a intento de violación, y 4%, 30 de las encuestadas, dijo haber sido violada por un compañero o superior.

ACOSO DE LOS RESIDENTES DE NIVELES SUPERIORES

Valeria Esquivel ya es médico general, pero no quiso seguir con una especialidad, en parte por el ambiente que vio cuando le tocó hacer parte de sus estudios en hospitales, de hostigamiento laboral y acoso sexual.

Cuando estaba aún en la carrera tomó algunas materias en el 20 de Noviembre, de la Ciudad de México, perteneciente al ISSSTE. Un día que ella y otros compañeros estaban con dos residentes de Neurología de tercer año, uno de ellos pidió sus teléfonos para enviarles un artículo que les serviría en clases. El artículo nunca llegó, pero por la tarde, Esquivel fue la única que empezó a recibir mensajes, tanto de ese residente, como de otro que estaba en el mismo lugar y le dijo que anotó su número al escucharlo porque le quería invitar un café.

El primero dejó de molestarla después de varias negativas y porque lo cambiaron de hospital, según le contaron, porque un día se emborrachó y tocó indebidamente a pacientes de ginecología.

Pero el segundo insistía una y otra vez con que salieran. Un día le avisó que tenía en su casa un suéter que ella había olvidado; ella le pidió que se lo llevara al hospital, pero él insistió con que fuera a recogerlo al departamento, que estaba cerca, porque estaban “todos” ahí desayunando.

Su sorpresa al llegar fue que no había nadie más, ni desayuno. El residente se empezó a acercar a ella, a tener contacto con su cuerpo y tratar de besarla, sin dejarla salir. Ella solo recuerda que trataba de evitarlo y retirarse, hasta que después de un rato, por fin se pudo ir.

Lo bloqueó del teléfono y no supo qué más hacer, atemorizada de que su calificación se fuera a ver afectada, y solo esperó a que acabara el semestre para no volverlo a ver.

Nunca se animó a meter una queja en el hospital, y menos en su Facultad, porque el abogado, quien procesaba las denuncias ya con el protocolo de género recién creado, la miraba siempre de forma lasciva, la abrazaba, y a una compañera suya que pidió su cambio de servicio social justo porque vivía una situación de acoso, le contestó: “¿qué esperabas, si estás muy bonita?”.

Sus malas experiencias no pararon ahí. En su año de internado en el Hospital Juárez, antes de terminar la carrera, vio cómo los residentes mayores también aprovechan su jerarquía para condicionar los servicios a que los estudiantes de menor grado les caigan bien o accedan a sus peticiones.

“Te dicen: ok, necesitas una interconsulta, sí te la hago pero dame tu teléfono, o nos vamos a tomar un café. A lo mejor yo les digo que no, pero tú estás haciendo tu trabajo y todo el tiempo estás recibiendo esos comentarios. O vas por una tomografía y tienes que llevarte bien con el residente. Por ejemplo yo cuando estaba en medicina interna en la noche, de mi guardia tenía que ir yo porque como al residente le gustaba yo, entonces solo a mí me las aceptaba. O incluso sabiendo quién estaba de guardia ya decían: que vaya tal”, recuerda.

“Con mis compañeras era lo mismo. Todo el tiempo, andan contra todo, contra lo que se mueva”.

Fuente: Animal Político

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