Kobe Bryant: El basquetbolista que ganó un Oscar en 2018

Por  Staff Puebla On Line | Publicado el 26-01-2020

 

El País informa que cuando en las páginas de Deportes de los periódicos se habla de dopaje, violencia, sexo, dinero y trampas en la competición profesional, se suele decir que se habla del lado oscuro, inevitable, de una realidad luminosa. Es una manera suave de decir las cosas, claro. Más que de lado oscuro, más valdría confesar que esos asuntos tan truculentos e indeseados son, en realidad, las verdaderas tripas del deporte profesional, el aparato digestivo que metaboliza la miseria humana real y la convierte en sueños de almíbar y algodón dulce, los dibujos animados que hacen llorar de emoción a los niños.

La más pura fábrica de sueños que es Hollywood, que todo lo digiere sin que le duela el estómago, acogió con amor en su seno ambas realidades, la verdadera y la imaginada, y premió con el Oscar a ambas, materializadas en tres historias que coinciden en que parten de hechos reales, de personajes que han marcado los últimos años de la historia del deporte.

El deporte es, como todo en la vida, una lucha de clases en la que la piedad es una rémora, recuerda Yo, Tonya, el documental fingido de Craig Gillespie que le ha valido a Allison Janney el Oscar a mejor actriz de reparto. Si Yo, Tonya es lucha de clases sobre el hielo y unas gotas de tragedia de Shakespeare, Icarus es lucha de clases con ojos de guerra fría, los malos rusos, perversos, que usan el dopaje como última arma de conquista de la tierra. Ganó el Oscar al mejor documental, aunque la realidad en la que penetra es tan increíble y putrefacta, y sus personajes, que también habría tenido derecho a aspirar a un premio a la mejor ficción.

Ni documental real ni fingido ni película con actores, Dear Basketball es, tan apropiadamente, dibujos animados, un cuento para leer a los niños antes de desearles dulces sueños. Ganó el Oscar al mejor corto de animación.

En Yo, Tonya hay una patinadora nítida hija de la clase blanca trabajadora de Estados Unidos, Tonya Harding, y Nancy Kerrigan, una rival de la burguesía más exquisita, que luchan por una plaza en el equipo olímpico para los Juegos de Lillehammer 94. La currante, maltratada por su madre, una camarera que por la noche le cose los vestidos para las exhibiciones, y por su marido, que vive de su gran talento para el patinaje (fue la primera del mundo capaz de introducir dos triple axels en su programa largo), se siente excluida de un mundo que adora lo pijo, del verdadero sistema dominante. El conflicto se resuelve con violencia y acaba en derrota para la trabajadora, por supuesto. Ni su música estridente es aceptada en los concursos ni su figura macarra.

En Icarus, distribuida por Netflix, la lucha de clases termina con la aparente derrota de los malos rusos, representados de forma magistral por Grigory Rodchenkov, el traidor que desvela todos los secretos del dopaje de Estado que permitió a la Rusia ganar más medallas que nadie en los Juegos de Sochi 2014, y con la nada aparente semilla de duda plantada en el espectador atento: ¿de verdad solo los rusos son malos? ¿De verdad todo el sistema, desde la Agencia Mundial Antidopaje hasta los laboratorios de todo el mundo no forman parte de la misma farsa? Icarus, del ciclista mediocre Bryan Fogel, director y protagonista que busca cómo doparse para ganar carreras, no es un documental aparente sino real, aunque no lo parezca, tal es su grandeza, que narra, como todos, una búsqueda, una investigación que se desarrolla según avanza el rodaje.

El amor de Kobe Bryant es tan puro como su sueño. Uno de los mejores baloncestistas de la historia de la NBA, el jugador de los Lakers escribió Dear  Basketball, una carta de despedida, cuando se retiró del baloncesto, el final de un túnel en el que se pasó la vida corriendo para salir. El animador Glen Keane y la música de John Williams lo han convertido en cinco minutos de ternura para lanzar su el mensaje bonito, puro corazón: el deporte es el mundo en el que los sueños se cumplen y esas cosas. Las tripas que suenan ruidosas de tanta digestión indigesta parecen, sin embargo, advertirnos de lo contrario.

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