Ámbito dio a conocer que los tiempos cambian. Quizás para nuestros padres y madres, hablar de sexualidad con sus hijos e hijas no fuera un tema hasta que estos entraban en la adolescencia. Durante la infancia, con utilizar alguna metáfora botánica para explicar cómo habíamos llegado a este mundo, era suficiente. El cuento de la semillita era el más común, o al menos el que más recuerdo, ya que en lo personal no pertenezco a la generación de la cigüeña. El resto de las dudas, si se presentaban, eran resueltas con la frase: “son cosas de grandes”.
Muchos padres y madres con hijos pequeños me preguntan en la consulta (o en asados y reuniones, porque siempre es bueno tener un sexólogo amigo) cómo responder a las inquietudes de sus niños respecto a temas vinculados a la sexualidad. Dejo aquí entonces algunas sugerencias.
Sancionar la pregunta y no dar ninguna respuesta es una muy mala opción, quizás la peor que se nos pueda ocurrir. Por dos motivos: el primero es que no evacuamos la duda, y entonces solo queda la incógnita (que es difícil saber con qué se llenará). El segundo, y quizás más importante, es que establecemos que preguntar y/o hablar sobre sexualidad es malo. Esto, además de un pésimo comienzo para el desarrollo de su salud sexual, disminuirá las posibilidades de que en adelante recurra a nosotros frente a otra duda o inconveniente con el tema.
Reírse o hacer chistes tampoco sería apropiado. Si bien a veces la pregunta, el modo en que la hacen, el momento o el lenguaje que utilizan, puede resultar gracioso, no es la mejor elección reírse. Hay que aclarar que, muchas veces, usamos la risa y el humor como modo de liberar la ansiedad y la tensión que nos genera una situación. En este caso en particular sería bueno que busquemos otra vía de escape para nuestra ansiedad. Pero si aun sabiéndolo, no podemos evitar la risa como primera reacción, valdría pedir disculpas por haberlo hecho: “Perdón, no quise reírme, contáme, ¿cuál es tu pregunta?”
Como dicen por ahí, “no hay preguntas malas, sino respuestas malas”. La sanción, el castigo y la humorada, definitivamente no son buenas elecciones.
Ahora bien, si querés responder pero no tenés muy claro cómo, dejo algunas sugerencias:
Ante todo siempre agradecer y valorar el hecho de que te esté haciendo esa pregunta, sea cual fuere. Frases como “qué bueno que me preguntes esto a mí”, “qué bueno que cuando tengas una duda vengas a preguntarme”, harán que nuestro hijo vea en nosotros una fuente de seguridad e información. Es importante construir la idea de que no hay nada malo ni sancionable en la curiosidad y en la sexualidad. De este modo es muy probable que frente a nuevas dudas recurra a nosotros. Así comenzamos a edificar el diálogo y la apertura frente a estos temas.
Tratar de no mostrarse avergonzado ni excesivamente serio. Recordemos que es tan importante lo que respondemos (el contenido o la información que brindamos) como la forma en que lo hacemos. Obviamente, esto es un desafío, ya que para ello habrá que manejar las propias inhibiciones y ansiedades. Intentar transmitir calma y apertura es algo muy positivo.
Es bueno preguntar a motivo de qué viene su pregunta, pero sin hacerlo con tono inquisidor o policial, sino con interés genuino y curiosidad. Esto nos permitirá saber cuál fue el disparador de su duda y orientar mejor la respuesta.
Habría que intentar responder con un lenguaje adecuado para su edad, evitando llenarlo de tecnicismos “para dar una buena respuesta” pero sin subestimar la capacidad de nuestros hijos.
Ser breve, pero no responder como si fuera un Twitter. Muchas veces recurrimos a respuestas cortas para liberarnos rápidamente de una situación que nos incomoda.
Responder con honestidad. Esto es importante en todos los órdenes de la vida y en la sexualidad aún más.
Preguntarle si entendió, si le quedó clara la respuesta, o si tiene alguna otra pregunta.
Por último, siempre es bueno tener en cuenta que nuestros hijos aprenden de nosotros por lo que les decimos, pero mucho más por lo que hacemos. Por eso es importante pensar no solo cómo respondemos a sus preguntas sino también cuál es nuestra actitud frente a los temas ligados a la sexualidad. Educar a los más chicos es una tarea que sin duda nos da la posibilidad de ayudarlos a crecer, pero también de mejorarnos a nosotros mismos. Tratemos de no desperdiciar esta doble oportunidad.