Aquel vuelo de Nueva York a Minneapolis le cambió la existencia. Era el 29 de enero del 2016.
–Dan, encantado de conocerte. Soy Prince.
Así le recibió el anfitrión a la puerta de su complejo residencial de Paisley Park (Chanhassen, Minnesota). Inolvidable.
En aquella fecha, Dan Piepenbring ejercía de editor online de la Paris Review .
Hacía un par de meses, en noviembre del 2015, su agente literario le había comentado que buscaban a un escritor para trabajar con The Artist en un libro. “Le recordé que yo era un gran fan y que me encantaría colaborar con Prince. Dijo que me ponía en la lista, pero me dio escasas esperanzas puesto que yo tenía poca experiencia”. Piepenbring, de 33 años, rememora ahora, en noviembre del 2019, en Manhattan, cómo entró en el mundo de uno de los artistas más enigmáticos y reservados en la escena global.
Él es el coautor, junto al pequeño gran genio de la música ya desaparecido, de The beautiful ones –en referencia a una de sus canciones–, un volumen publicado en castellano por Penguin Random House. “Sé que hay gente que se resiste a llamarlo memorias, ya que sólo hay unas pocas páginas suyas. Yo intento llamarlo simplemente libro, no tengo una buena palabra para definirlo. Es un híbrido raro, parte memorias y también tributo”.
Es lo que afirma de este proyecto, inacabado por la súbita defunción del protagonista, organizado en cuatro partes. Una introducción de Piepenbring en la que relata los tres intensos meses de relación personal –en Chanhassen, en Australia y en Nueva York–, la veintena de páginas autobiográficas –de su niñez a la época del instituto– y luego otros dos capítulos que incluyen una colección de fotos y una sinopsis escrita a mano (como la autobiografía) de la película Purple Rain .
“Siempre me preguntaré cómo habría sido este libro si él no hubiera muerto”, sostiene. Prince no va más allá de su infancia y adolescencia, de su pasión por sus padres, de los flirteos con chicas o el primer beso. No hay nada lujurioso o escandaloso.
“No creo –insiste Piepenbring–que hubiese aparecido algo que nos hiciera retroceder en la admiración”, señala.
Asegura que en su relato ha intentado hacer “el retrato más preciso de Prince” a partir de “las conversaciones y todas las divagaciones” en sus encuentros.
“He tratado describir la pura energía que poseía. Al morir, hubo gente que pensó que debía ser un tipo malhumorado y yo nunca lo vi de esa manera. Era eléctrico y electrificante, un genio, y utilizo esta palabra sin reservas”, añade.
Tenía trece años (1999) cuando en un Walmart de Maryland, donde creció, Piepenbring se tropezó por primera vez con Prince. Revisando los CD, surgió uno titulado Rave Un2 The Joy Fantastic , que le desconcertó. “Firmaba con el símbolo. Me fascinó. ¿Por qué carecía de nombre? Vestía un traje azul sintético que le daba aspecto extraterrestre. No había nada igual en la tienda”. No lo compró. En el 2004 escuchó su música en la radio, “una canción oscura, algo íntimo, una voz obsesionante” y empezó la pasión que le llevó a Paisley Park.
Tras el saludo y una vez reunidos, confiesa que estaba ansioso. “Me senté sobre mis manos porque estaban muy frías, no les llegaba la sangre”. Pero “me hizo sentir confortable”.
A pesar de que la reunión empezó con mal fario. El músico había solicitado a los candidatos que le enviasen una declaración personal. “Cuando escucho a Prince, tengo la sensación de estar cometiendo un delito”, escribió Dan. “Me dijo que no se veía reflejado. Pensó que me dirigía al Prince de los ochenta y no al del 2016, que no era un hombre que rompiese la ley. Era religioso, vivía en armonía”, aclara.
A pesar de esa discrepancia, Piepenbring fue el elegido. No sabe muy bien qué le hizo tomar esa decisión. “Creo que buscaba a alguien que no hubiera publicado un libro, alguien joven. Me dijo que le gustaba mi estilo”. Ni siquiera resultó un impedimento que fuera negro en un momento en que Prince se había volcado en el activismo contra el racismo.
Le advirtió, además, que no le gustaba que le definieran con el término “mágico”.
“Lo despreciaba porque parecía que muchos lo consideraban un alien y no un ser humano. Pensaba que calificarlo de mágico disminuía sus logros. Me recordaba que no era un superhéroe, que cada mañana se tenía que lavar los dientes”, subraya.
El 17 de abril del 2016 recibió una llamada. “Sólo quería decirte que estoy bien”, le comentó. Dos días antes le habían ingresado de urgencias por una fuerte gripe.
Murió el 21 de abril, a los 57 años. “Tenía voz acatarrada”, señala al rememorar aquella conversación. “Tal vez –matiza– era consciente de que algo estaba mal, pero no creo que pensara en la muerte porque me dijo que quería escribir muchos libros”.
Si algo resuena en las páginas The Beautiful Ones , el libro firmado por el genio de Minneapolis y Dan Piepenbring –“mi hermano Dan”, según el creador de Purple Rain–, es cómo Prince se convirtió en Prince.
Esa evolución se observa a partir de los objetos (textos, fotografías, dibujos) que se seleccionó en los archivos del artista –“tuvimos mucho cuidado para no traspasar límites y cometer una especie de violación de su intimidad”, afirma Piepenbring–, pero sobre todo en las páginas autobiográficas que dejó. “Ahora, al escuchar su música, puedo oír al niño que hay detrás del hombre, pienso en su ambición temprana, su sentido de júbilo y su exuberancia”, recalca.
“Quise que el mundo tuviera la oportunidad de leer esas páginas porque son una revelación, jamás nos habríamos imaginado a Prince escribiendo así sus memorias, viendo como sus padres se vestían para salir, su primer beso, sus inicios en los escenarios”, remarca. “Era un escritor con talento, con todas esas habilidades desarrolladas como compositor”, añade Piepenbring.
Estas son algunas revelaciones de esas páginas, donde Prince se prodigó en un vocabulario particular de palabras, abreviaturas y símbolos.
Los ojos de mi madre.
Sostiene Prince en su escrito a mano que ese es el primer recuerdo de su vida. “¿Sabes cuando puedes intuir si alguien sonríe con sólo mirarle a los ojos? Esos eran los ojos de mi madre”. En cambio, el primer objeto que recuerda es el piano de su padre. Su madre había sido cantante del grupo en el que tocaba su padre. El matrimonio se rompió y es algo que marcó al imaginativo Prince. Él se fue a vivir con su padre.
Fuente: La Vanguardia