Recuerdan a María Félix, a 20 años de su muerte

Por  Staff Puebla On Line | Publicado el 08-04-2022

Excélsior informa que "Si tú quieres dejar a un hombre, investígalo. Pero si no lo quieres dejar, no le busques, porque vas a encontrar".

Así era la actriz mexicana más famosa de la época de oro del cine nacional. Ruda mujer que no frenaba su ímptu y cuya actitud quedó plasmada en su intensidad como cuando, cuentan, calificó al escritor Carlos Fuentes como "mujerujo" más que mujeriego. 

María de los Ángeles Félix Güereña, conocida como La Doña o María Bonita, fue una actriz mexicana. Hizo cine extranjero filmando películas en Argentina, España, Italia y Francia.? 

Otra de sus frases icónicas, y que revela su lucha por los derechos de la mujer, es la siguiente:

"En un mundo de hombres como este, quiero avisarles que tengan cuidado. Ahí viene la revancha de las mujeres. Cuando seamos mayoría vamos a mandar; y para mandar hay que estar informadas y aprender y estar preparadas", declaró la actriz en una entrevista que le hizo Verónica Castro en 1996.

No. No es casualidad que la palabra diva, tenga las mismas letras que vida, y la diva María Félix tuvo una vida de leyenda, que comenzó a escribirse un día como hoy de hace 100 años.

Su belleza, arrogancia y altanería la convirtieron en un mito del cine, cuya historia se sigue escribiendo aún después de su partida en 2002.

De su padre Bernardo, de ascendencia yaqui, heredó la belleza física, las facciones rectas de su divino rostro; de su madre, Josefina Güereña, de ascendencia vasca, el carácter definitorio de una personalidad arrebatadora e inolvidable.

Nació en Sonora, bajo el nombre de María de los Ángeles Félix Güereña, aunque en la adolescencia se mudó con su familia, integrada por 11 hermanos, a Guadalajara, donde se casó con Enrique Álvarez Alatorre, con quien procreó a su único hijo, Enrique Álvarez Félix, quien murió en 1996. Fue también en la Perla tapatía donde conoció a uno de sus más grandes amores: Jorge Negrete.

Él, según el libro María Félix a todo color, de Enrique Mourigan, descubrió sus enormes ojos entre la multitud mientras filmaba algunas secuencias:

—“Soy una mujer casada”, respondió María a los halagos del charro.

—“No importa, no soy celoso”, respondió él coquetamente.

En 1939 y sin la menor intención de actuar, llegó a la Ciudad de México sin su hijo, quien fue reclamado en custodia por el padre en la capital de Jalisco. Un furtivo encuentro con Fernando Palacios le cambió la vida, pues el ingeniero le ofreció actuar y, algo fundamental, la inscribió en clases de actuación, baile y dicción. En un par de años, los estudios (que en aquella época firmaban a sus estrellas en exclusividad) competían por lanzar su carrera cinematográfica. Prácticamente no la habían visto actuar y ya se peleaban por ella.

Fue Clasa Films quien la puso en el reparto de El peñón de las ánimas, de Miguel Zacarías (1943), el cual curiosamente era protagonizado por Negrete.

Además, María le quitó el rol a Gloria Marín, entonces compañera sentimental de éste. Así era la sonorense desde sus inicios, polémica, seductora y poderosa.

“La producción lidiaba con un actor furioso y una principiante caprichosa que rechazaba las telas elegidas para su vestuario, al grado de amenzar a los estudios, pues o empezaba a lo grande o adiós al cine”, relata Mourigan en su libro.

Así comenzó la relación de amor-odio Félix-Negrete, llena de pasión, celos y desencuentros, que décadas más tarde se sellaría en la llamada boda del siglo.

Ese mismo año, en el 43, llegó María Eugenia, de Felipe Gregorio Castillo, y también Doña Bárbara, basada en la novela de Rómulo Gallegos y dirigida por Fernando de Fuentes y Miguel M. Delgado, que la instaló, apenas en su tercer largometraje, como una inmortal del cine.

Ese estatus no lo perdería y el apodo de La Doña, menos.

María simplemente perfeccionó su personaje de mujer altiva e impenetrable, y construyó una leyenda imperecedera que aún cautiva al mundo. Octavio Paz declaró: “Fue una actriz que perteneció a esa categoría de actores que se transforman en personajes de sí mismos.”

También por esos años conoció, por iniciativa propia, a Agustín Lara, de quien se convertiría en su musa… y en su esposa, a quien compondría el emblemático tema María bonita.

Fernando de Fuentes la reclutó para La mujer sin alma (1944) y La devoradora (1946), con papeles hechos a la medida. Su talento se convirtió en el deseo de los mejores directores de la época y Julio Bracho, quien más tarde sería su compadre, la eligió para La mujer de todos, su pasaporte internacional al exhibirse en la competencia oficial del naciente Festival de Cine de Cannes.

Emilio Indio Fernández logró convencerla para trabajar bajo sus órdenes hasta 1946 en Enamorada, donde por primera vez aparecería con su gran pareja del cine nacional: Pedro Armendáriz, fotografiados por la otra joya de la cinefotografía mexicana, Gabriel Figueroa. Esa producción y el talento de Figueroa, también nos regalaron el close up (acercamiento) más emblemático de nuestro cine: los ojos de María con los acordes de La malagueña como fondo musical.

La colaboración con el Indio se extendió a Río escondido (1947), que le mereció el Ariel y que también le significó el divorcio de Agustín Lara, quien, según la leyenda, enfermo de celos  intentó acabar con la vida de la actriz durante el rodaje de la cinta.

Antes de irse a España, contratada por un productor enviado por el general Francisco Franco, La Doña rodó con Pedro Armendáriz y bajo la dirección del Indio la cinta Maclovia, estrenada en la Mostra de Venecia, conquistando con su belleza y talento al público italiano, inglés y ruso, lugares donde fue vendido el filme. Pero también a Hollywood, pues comenzó a frecuentar, junto con Armendáriz, Fernández y Figueroa, las fiestas más memorables de los estudios estadunidenses, donde era común encontrarse con figuras como Humprey Bogart, Greta Garbo, Henry Fonda, Marlene Dietrich, Kirk Douglas, Burt Lancaster, Cary Grant, Rita Hayworth y Frank Sinatra, donde era conocida como La mexicana.

En 1948 aterrizó en el aeropuerto de Barajas, en Madrid, a donde llegó con la ceja levantada para filmar en la España de la posguerra Mare Nostrum, al lado de Fernando Rey, también  conoció al legendario torero Luis Miguel Dominguín, con quien también vivió un romance.

Amante del lujo, las joyas, los viajes en el Queen Elizabeth y las relaciones con los intelectuales y el poder, María explotó y disfrutó al máximo su estatus de estrella internacional, rechazando proyectos de Hollywood y siendo pieza fundamental para que Sueva Films comprara a Columbia Pictures los derechos para la distribución internacional de sus cintas.

Al escribir intelectuales se habla de Jean Paul Sartre, Simon de Beauvoir y Diego Rivera, por mencionar apenas un puñado de los más célebres, también conoció a la mandataria argentina Eva Perón durante la filmación de La pasión desnuda (1953).

Después llegarían Una mujer cualquiera (1949), Doña diabla (1949), que la traería de regreso a México, La noche del sábado (1950) y Corona negra (1951),

“Es tan bella que hace daño”, le dijo el cineasta francés Jean Cocteau en París, ciudad que adoptaría como propia y la que nunca dejaría de visitar.

A principios de los 50 rodó en Italia Hechizo trágico y Mesalina, que presentó en Venecia y le permitió conocer a Luchino Viscontti, quien le propuso filmar junto con Marlon Brando un proyecto que jamás se concretó.

Su regreso a México en 1952 desató un desenfrenado romance con Jorge Negrete, con quien se casaría ese mismo año. El 15 de octubre de 1952, dos días antes de la boda en su casa de Tlalpan y con Diego Rivera como uno de sus testigos, María Félix declaró a Excélsior: “Me caso con Jorge porque lo amo.”

El charro cantor falleció un año después del enlace, el 4 de diciembre de 1953, en Los Ángeles.

Con su inseparable cigarro en la mano, La Doña regresó a los sets con Camelia, para un par de años más tarde volar a París para aparecer en La bella Otero, de Richard Pottier, y French Cancan, de Jean Renoir. La escondida, de Roberto Gavaldón la reunió  otra vez en la pantalla de plata con Pedro Armendáriz en 1956, para continuar con Tizoc, de Ismael Rodríguez, y al lado de Pedro Infante, y Miércoles de ceniza, de Gavaldón.

El amor llegó en Venecia, de la mano de Alex Berger,  con quien permanecería casi 20 años de su vida, cuando él fallece, en 1974.

Sin embargo su carrera cinematográfica aún estaba lejos de terminar. Faltaba La cucaracha, de Ismael Rodríguez (1959); Juana Gallo (1961), de Miguel Zacarías; La Bandida (1963), de Roberto Rodríguez, y La Generala, de Juan Ibáñez (1971), con la que se despediría para siempre de su otro gran amante, el cine.

El 8 de abril de 2002, María Félix falleció en su casa de la calle Hegel 610, en Polanco, construida por Berger en 1956, aunque compartida en sus últimos años con el pintor galo Antoine Tzapoff.

En el aniversario 100 de su natalicio, La Doña será recordada con una exposición de 14 vestidos originales y accesorios en la estación Bellas Artes de la Línea 8 que será inaugurada hoy a las 17:00 horas, así como con una exposición fotográfica compuesta por 28 imágenes en gran formato en la estación Zapata de la Línea 12, y con un tren de la Línea 7 (Barranca del Muerto–El Rosario) que llevará por nombre María Félix.

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