Nat King Cole, el genio del jazz

Por  Staff Puebla On Line | Publicado el 03-12-2019

Algunos años antes de encandilar a todo Estados Unidos con su sofisticada voz, de convertirse en el artista más vendido de su generación, y mucho antes de seducir a propios y extraños cantando en español “si Adelita se fuera con otro, la seguiría por tierra y por mar”, Nat King Cole (1919-1965) ya era un músico extraordinario y precoz, con variadas y diferentes facetas. Entre ellas, una destaca particularmente: Cole enseguida se convirtió en un pianista brillante e influyente, cuyo legado y aportaciones al desarrollo del ­jazz entre finales de los años treinta y principios de los cuarenta ha quedado inevitablemente eclipsado por el enorme éxito de su perfil como cantante melódico, en el que se concentró a medida que su potencial comercial fue creciendo.

Hasta ahora, su etapa inicial en el sello Capitol, que lo catapultó enseguida al estrellato gracias a su carismática voz y a la personalidad y swing de su trío, era la piedra angular del Cole inicial. Hittin’ the Ramp, una reciente caja de discos primorosamente ensamblada por el sello Resonance, reescribe, en cierto modo, la leyenda de Nat King Cole: un tipo que con solo 17 años estaba afrontando su primera grabación profesional y que, a esas alturas, ya tenía cierto prestigio en Chicago como pianista, arreglista, compositor y director. Muy poco después, tras mudarse a Hollywood, el joven Cole se unió al guitarrista Oscar Moore y al contrabajista Wesley Prince para formar uno de los tríos más influyentes de la historia del jazz. Su escueta instrumentación sirvió de inspiración para pianistas como Art Tatum, Oscar Peterson o Ahmad Jamal, que posteriormente llevarían el concepto de trío de piano, guitarra y contrabajo más allá, hasta hacer de él uno de los formatos referenciales del género.

Como pianista, Cole ejerció una influencia no menos importante en numerosos gigantes del instrumento: si bien él era un fiel heredero de maestros como Earl Hines, Teddy Wilson y, en menor medida, Art Tatum y Count Basie, su articulado fraseo y cierta modernidad en su discurso lo convierten en un pianista clave para entender el devenir del lenguaje jazzístico del instrumento en esa transición que fue de la era del swing hasta el bebop. Desde ­Erroll Garner a George Shearing, Hank Jones o el propio Oscar Peterson, que llegó a publicar un álbum dedicado a Cole cuando murió, son innumerables los solistas que acusan influencia del piano grácil y vivaz de aquel Cole que aún no imaginaba que un día sería el cantante más popular de América.

El trío ya estaba en circulación tiempo antes de la publicación de sus primeros discos, gracias a las denominadas “transcripciones”: grabaciones realizadas ex profeso para su difusión radiofónica, no comercializadas entre el público, y que solo sonaban en las emisoras o en los jukebox que uno encontraba en bares, cafeterías, etcétera. Así, la música del King Cole Trio (como se hacían llamar entonces) llegó a muchos hogares americanos gracias a la radio, y cuando el sello Decca los grabó por fin para publicar discos que serían comercializados, a finales de 1940, el grupo era ya una refinada máquina de swing que produjo, entre otros, el primer éxito de Cole: una preciosa versión de ‘Sweet Lorraine’, que se convertiría para siempre en uno de sus temas recurrentes.

A partir de ahí, su ascensión fue imparable: más transcripciones radiofónicas, más discos, su encuentro con Norman Granz, cuyo primer disco como productor es una sesión de 1942 con Cole, el contrabajista Red Callender y nada menos que el saxofonista Lester Young, un encuentro en el estudio con el trompetista Harry Sweets Edison y un jovencísimo Dexter Gordon, e innumerables grabaciones con su trío y diferentes vocalistas.

Todo esto está en este Hittin’ the Ramp, una edición que recoge íntegro el material que se conoce de Nat King Cole entre 1936 y 1943, la mayor parte sacado de esas transcripciones radiofónicas junto a su trío: más de un centenar de piezas que, desde su difusión original, no se habían publicado adecuadamente hasta ahora, menos aún en forma catalogada y antológica como esta. En total, la caja contiene más de 180 temas, casi nueve horas de música que restauran una parte importantísima de la carrera de Cole, incluyendo un puñado de rarezas inéditas. Escuchándolo ahora en bloque, con perspectiva histórica y oídos atentos, uno no puede evitar preguntarse en qué momento el aficionado al jazz olvidó el extraordinario pianista que era Nat King Cole. Tanto, que podríamos considerarlo como parte de la primera división de la época, junto a Hines, Wilson, Tatum y Fats Waller, entre otros.

Como es habitual en las cuidadísimas ediciones de Resonance, cada detalle de la grabación y publicación original de los temas está especificado, dando cuenta del colosal trabajo arqueológico que ha conllevado rescatar todo este material. A partir de diferentes colecciones privadas y de los archivos del Institute of Jazz Studies de la Rutgers University y la Librería del Congreso, entre otros, este Hittin’ the Ramp constituye la más importante colección de material de Nat King Cole publicada desde que a primeros de los noventa Mosaic Records publicara sus grabaciones completas para Capitol; un periodo que comienza prácticamente donde termina el material de la edición de Resonance, haciendo de esta una edición más que complementaria. Con la recuperación de toda esta música, la figura de Cole como uno de los pilares del jazz de la época queda perfectamente documentada, y justificada.

Sin estar dedicada al aficionado especializado, los productores Zev Feldman y George Klabin siguen apostando por una audiencia comprometida: no encontrarán la mayoría de estas canciones en plataformas de streaming o en YouTube. Uno ha de hacerse con la edición física de 7 CD o 10 álbumes de vinilo, o adquirir la versión digital. Esta costumbre, cada vez menos habitual en las casas de discos, no deja de conllevar cierta polémica, pero resulta imposible pensar en la viabilidad financiera de proyectos como este si no es con una audiencia tradicional en mente. De lo que no hay duda es del incalcu­lable valor histórico y musical de esta edición.

Fuente: El País

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