En 2017, el director Cory Finley presentó su ópera prima, Thoroughbreads, una historia escrita por él mismo sobre un par de adolescentes criminales que no parecían romper ni un plato. Dos años más tarde, el crimen vuelve a ser el tema central de un filme suyo, pero esta vez el director se basa en un hecho verídico para presentarnos a Hugh Jackman como un superintendente del distrito escolar de Roslyn. Él busca lo mejor para su escuela, por ejemplo: que pase de ser la #4 en el estado de Nueva York, a la número uno. Sin embargo, hay un detalle: extraños reportes financieros en cuentas y facturas.
Finley ha perfeccionado su estilo desde aquel thriller juvenil y aquí nos presenta una historia mucho más sórdida entre maestros, consejo escolar y alumnos. Su narrativa coquetea entre estas historias verídicas con personajes extravagantes al más puro estilo de Adam McKay en La gran apuesta, mientras que sus alumnos recuerdan a los estudiantes del George Washington Carver High School de Election de Alexander Payne.
Las historias norteamericanas se han caracterizado por mostrarnos aquella «tierra de oportunidades» en donde no importa lo empedrado que sea el camino, siempre habrá una forma de llegar a la meta. En Bad Education, el personaje Hugh Jackman refleja una visión retorcida de ese sueño americano a través de una falsa condescendencia. La excelencia es posible… siempre y cuando ocultemos nuestras manchas de lodo muy bien.
Si bien es cierto que la historia en la que está basada Bad Education es intrigante, las actuaciones de Hugh Jackman y Allison Janney logran que la película alcance niveles que usualmente sólo se encuentran en producciones cinematográficas de temporada de premios o festivales de cine. No en balde este filme se presentó en el pasado Festival de cine de Toronto donde fue adquirida por HBO.
El resto del reparto secundario se encuentra también a la altura de las circunstancias. Especialmente Ray Romano y la joven Geraldine Viswanathan, a quien vimos en No me las toquen y quien aquí interpreta a la estudiante Rachel Kellog, la responsable de que las irregularidades en las cuentas y facturas salieran a la luz. Ella pasa de ser una alumna promedio, a una pequeña discípula de Todos los hombres del presidente.
Jackman nos entrega un personaje complejo, de aquellos que en manos de otro actor habría sido imposible de entender o de sentir empatía por él. Lo amamos, llegamos a comprender sus acciones, queremos que se salga con la suya, pero al mismo tiempo sabemos que el crimen tiene consecuencias. Es especialmente de celebrar la secuencia final de la historia, en donde Finley cierra de la misma forma que empezó, aunque esta vez, todo es diferente.
Fuente: Cinepremiere