Cine: 1917, esto opinan los críticos

Por  Staff Puebla On Line | Publicado el 19-01-2020

Un silencio sepulcral se apodera de la pantalla. A cuadro aparece una trinchera que sólo podría significar la entrada al infierno. Los charcos de lodo se mezclan con la sangre de cientos de soldados cuyos cuerpos llevan días inertes, apenas conservados por el frío y la neblina que custodian la abominable escena. Un soldado, de rostro desconcertado y profundamente aterrado, observa el lugar. Su expresión –idéntica a la de quienes observan la secuencia al otro lado de la pantalla– nos permite sentir esa mezcla de horror y desolación que lo invade. Pero no queda de otra más que avanzar; aún sabiendo que aquel sitio es apenas el inicio de la aventura frenética que 1917 nos tiene preparada. 

Como nunca antes en su filmografía, Sam Mendes hace uso de todos sus recursos narrativos para hacernos parte de una carrera contra el tiempo; una que lleva encima el peso de ser responsables de la vida de 1600 soldados que se preparan para atacar al enemigo. A partir de las memorias de su abuelo –un soldado de la Primera Guerra Mundial–, 1917 traza su camino junto al de Schofield (George MacKay) y Blake (Dean-Charles Chapman), un par de soldados a quienes, a pesar de su juventud e inexperiencia, se les ordena cruzar el territorio enemigo y entregar un mensaje urgente que evitaría la muerte de sus compañeros en una emboscada. 

El guion –coescrito por Mendes y Krysty Wilson-Cairns (Penny Dreadful)– transforma los recuerdos de su abuelo en un largometraje de dos horas que triunfa en darle verosimilitud a su travesía constituida únicamente por un plano secuencia. Es posible que, si el filme se hubiera filmado con otra técnica, la fuerza de su argumento no hubiera podido sostener todo un largometraje. Por ello, lo que más hace brillar a 1917 es la proeza técnica con la que está constituida; algo que, desde luego, no es demeritorio. 

Es innegable que, esta vez, el destacado cineasta británico sacrifica el desarrollo de sus personajes –algo que había distinguido a su cine– para permitir que aquella aventura contrarreloj se convierta en el protagonista de su nueva aventura en la pantalla grande. Esta vez no estamos ante el hombre que nos presentó al atormentado Lester Burnham (Kevin Spacey) en la gran Belleza americana (1999); que enfrentó a Tom Hanks y Paul Newman bajo la lluvia en Camino a la perdición (2002) o que nos hizo parte de un matrimonio fragmentado que lucha por ser feliz en Sólo un sueño (2008). Ahora, con 1917, estamos ante un autor que conjunta la magia del cine y de todas sus herramientas audiovisuales para acompañar a aquellos soldados y al propósito que tienen tienen que cumplir.  

En los ejemplos ya mencionados de su filmografía –y especialmente en sus aventuras con James Bond en Skyfall y SPECTRE– Sam Mendes ha sabido cómo hacer de su cámara un personaje más de sus películas. De alguna u otra forma, él ha decidido contar momentos clave de sus películas colocando la lente en un lugar que nos permite seguir paso a paso lo que vemos en pantalla. En Camino a la perdición, por ejemplo, vemos a un John Rooney (Paul Newman) que se da cuenta que sus últimos momentos de poder han llegado. Al darse cuenta que su fin está cerca, decide darle la espalda a esa oscuridad que augura su muerte. Con él al centro, la cámara va girando poco a poco y se va acercando a él mientras sus secuaces van cayendo, uno a uno, en una secuencia únicamente acompañada por la música del score de Thomas Newman. No hace falta nada más que una lluvia incesante y el rostro desencajado de dos hombres para entender que el imperio de Rooney se ha derrumbado por completo. 

La magia de aquella escena –tan sólo por mencionar el ejemplo más emocionante que puedo recordar del cine de Mendes– se extiende a lo largo de 1917. La cinta brilla en todo su esplendor por ser un homenaje al enorme talento que hay en quienes siguen creyendo en ese cine tangible por sobre aquel que se soluciona en la sala de edición o con efectos visuales; a ese séptimo arte que es constituido por la sincronía de un equipo de producción, por los efectos especiales en el set y por ese deseo de que lo que se ve en pantalla ocurra realmente frente a la cámara. 

Es justo por esa cámara que, en esta odisea llamada 1917, hay un personaje más: nosotros mismos. Gracias a la lente del destacado cinefotógrafo Roger Deakins (Blade Runner: 2049) la audiencia se convierte en el tercer soldado que debe rescatar la vida de sus compañeros. Como si se tratara de una especie de videojuego, el filme llena nuestro camino de desafíos cada vez más complejos que llenan al espectador de la angustia y el miedo que asfixia a sus protagonistas. Así como ellos, nosotros frente a la pantalla debemos estar alerta de todo lo que sucede a nuestro alrededor; especialmente de esos momentos donde el silencio invade la sala porque aquello sólo es sinónimo de que algo maligno está por venir. 

Como en las mejores cintas bélicas, la música es un ingrediente fundamental para enaltecer nuestras emociones. En 1917, el destacado compositor Thomas Newman hace uso de ese gran talento que lo ha distinguido por años –incluida la filmografía de Mendes–, para complementar el viaje. Los elementos que el guion llega a sacrificar para delimitar el camino de la cinta, son reemplazados por el gran score de Newman. Aquí, el piano melancólico, el violín desgarrador o el frenético sonido de un tambor africano se convierten en el recuerdo de los horrores de la guerra; un lugar donde cualquier gesto –una fotografía, una promesa, el último abrazo o hasta un insignificante trago de leche– se convierte en esa fuerza inexplicable que te motiva a luchar por sobrevivir. 

La variedad con la que se ha conformado la filmografía de Mendes hace imposible afirmar que 1917 se trate de su mejor cinta a la fecha. Si eventualmente se corona como la gran triunfadora de la temporada de premios, ninguna de las estatuillas que reciba será por condescendencia –no hay ninguna razón lógica para llamarla “la Green Book de 2020”–. No hay duda en afirmar que estamos ante su película más ambiciosa, quizá de mayor trascendencia y, sobre todo, de su filme más valiente. En un contexto donde el mundo del entretenimiento está en una pelea constante entre el streaming y los complejos cinematográficos, 1917 nos recuerda lo afortunados que somos en poder ver ciertas historias acompañados de la complicidad y la oscuridad de una sala de cine.

Fuente: Cinepremiere

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