Las películas más recientes del activísimo octogenario director Clint Eastwood, que ya rebasa los 40 títulos, se han centrado en héroes de la vida real cuyas acciones les han afectado de un modo u otro una vez que han sido conocidas: de El francotirador (2014) a la más reciente El caso Richard Jewell, el ojo escrutador de la sociedad está siempre ahí. Así fue también en Sully: hazaña en el Hudson (2016), 15:17 tren a París (2018) y La mula (2018).
Las cinco han tomado como referencia publicaciones como puntos de partida: libros sobre ese momento de los propios involucrados o bien artículos periodísticos, como ha ocurrido en El caso Richard Jewell, que se basó en “American Nightmare: The Ballad of Richard Jewell”, que Marie Brenner escribió para Vanity Fair.
La película se ubica mayoritariamente en el verano de 1996 en la ciudad de Atlanta, cuando ésta fue sede de los Juegos Olímpicos del centenario, y se centra en el Richard Jewell del título original, interpretado excepcionalmente por Paul Walter Hauser (aquel supuesto experto en seguridad en Yo, Tonya), cuando en primera instancia es considerado héroe y luego denostado por una nota periodística.
Eastwood y su guionista Billy Ray (Los juegos del hambre) no son condescendientes con su protagonista y, a pesar de su convicción por limpiar su nombre a costa de una historia que a ratos peca de melodramática, consiguen delinear la personalidad de Jewell con unas pinceladas a su pasado como un empleado de seguridad en diversas empresas, e incluso en la propia policía, que pierde repetidamente su trabajo por un ímpetu mal encausado. Así, cuando en 1996 lo despiden como vigilante de la universidad de Piedmont por sobrepasar sus funciones, encuentra empleo como guardia de seguridad en el Centennial Olympic Park durante los conciertos celebratorios por los Juegos Olímpicos.
El 27 de julio, Richard, quien es un admirador de las fuerzas policiales, encuentra una misteriosa mochila en la banca que suele utilizar para dejar sus cosas, que de inmediato reporta como sospechosa y amenaza de bomba. Su movilización, hecha con el ímpetu a tope, ayuda a despejar la zona evitando consecuencias mayores a la persona fallecida y los 111 lesionados. Al día siguiente, es considerado un héroe nacional con una atención mediática excesiva. Sin embargo, Tom Shaw (Jon Hamm), el agente del FBI a cargo de la investigación, filtra a la reportera Kathy Scruggs (Olivia Wilde), del Atlanta Journal-Constitution, a cambio de lo que se entiende como un favor sexual, que es uno de los principales sospechosos del atentado pues cumple con un supuesto perfil del falso héroe: aquel que provoca una alarma para él mismo desmontarla.
Plausible por su comportamiento anterior, la vida de Jewell, y de su madre Bobi (excepcional Kathy Bates), con quien vive, se convierte en un infierno con la prensa apostada afuera de su vivienda.
Cuando Shaw le pide que lo acompañe a las oficinas del FBI para hacer un supuesto video de seguridad, el siempre solícito hasta la exasperación Jewell va, ignorando que se ha vuelto objeto de la investigación, pero consigue darse cuenta antes de inculparse irreversiblemente y solicita un abogado. Recurre a un viejo conocido que ya trabaja en su propio despacho, Watson Bryant (Sam Rockwell), quien acepta defenderlo.
Lejos de ser una de las mejores películas de Eastwood, El caso Richard Jewell, no obstante, mantiene su precisión para contar una buena historia. Es eficaz para hacer que el prácticamente desconocido Hauser brille en un papel que por mucho tiempo mantuvo interesado a Jonah Hill (acreditado como productor): consigue ser patético hasta la desesperación en su creencia ciega en el sistema policial, en su bonhomía y en su ingenuidad, así como totalmente convincente en el diálogo con los agentes a pesar de que la película entonces había caído en un bache melodramático del que parecía no poder salir.
Eastwood, más allá de sus convicciones políticas, consiguió dejar bien claro que El caso Richard Jewell es un filme con un comentario sobre la actualidad y parece responder la pregunta de cómo es que hemos caído tan bajo. Y cuestiona no sólo a la prensa (últimamente vista en el cine desde una perspectiva positiva), a partir del personaje de Wilde, ampliamente criticado por esa falta de escrúpulos, sino también a las instituciones de seguridad por su incapacidad de soportar la presión de encontrar en un caso la nota y en el otro a los culpables de algo. Como si repitiera aquella frase de Dylan de “Hurricane”: “Couldn’t help but make me feel ashamed to live in a land / Where justice is a game”. Y eso en el caso de Eastwood es decir bastante.
Siempre en el filo de la ridiculez, los personajes son una caricatura, pero una caricatura sólida y crítica en la que aflora el desencanto y una posibilidad de que todavía es posible encontrar la luz al final del túnel.
Fuente: Cinepremiere