Woody Allen siempre se ha caracterizado por mantener al espectador deseoso de escuchar los profundos diálogos de sus personajes. Sobre todo aquellos que provienen de los pensamientos. Sin embargo, Un día lluvioso en Nueva York flaquea en esa característica esencial de la amplia filmografía del cineasta.
El ritmo en una de sus últimas entregas, Hombre irracional, no sólo se sostenía por la genialidad del guion y diálogos, sino que el misterio genuino de la historia era otro factor clave para sostener la atención de los que no eran fieles seguidores del estilo de Allen. Sin embargo, las premisas principales de Un día lluvioso en Nueva York –protagonizada por Elle Fanning y Timothée Chalamet– las cuales hemos visto con anterioridad en su filmografía –por un lado, el artista bloqueado con pensamientos suicidas y la periodista universitaria que se adentra a una industria intelectual en busca de historias– tampoco compensan la debilidad del guion y el humor.
Resulta difícil distinguir el clímax de una historia de amor en la que cada problema de la pareja de adolescentes tiene una resolución simple y fácil. Aunque tiene muchas similitudes con la historia de amor entre Abe (Joaquin Phoenix) y Jill (Emma Stone) en Hombre irracional, resulta ser un producto mucho menos elaborado en diferentes vertientes. En ambas historias, el artista con crisis existencial forma parte esencial de la narrativa, sin embargo, los diálogos del filósofo interpretado por Joaquin Phoenix estaban a la altura del personaje. Un profesor universitario con reflexiones filosóficas complejas sobre el sentido de la vida, la moral, el arte. El cineasta decepcionado de su última película que nos presentan en Un día lluvioso en Nueva York, está nulo de meditación.
Además, los momentos cómicos o de tensión no logran su cometido. El nerviosismo exagerado de una periodista novata que se adentra a la industria cinematográfica con actores, guionistas y cineastas que admira, más que cómico, resulta incómodo. Incluso, recurrir a las deformaciones físicas en forma de «hipo por conflicto sexual» en Ashleigh (Elle Fanning) o la risa insoportable de Lily (Annaleigh Ashford) se sienten como esfuerzos desesperados en busca de la risa en la audiencia.
Por otro lado, el guion de Un día lluvioso en Nueva York se desarrolló en medio del surgimiento del movimiento #MeToo y la apertura de carpeta del caso de las Farrow en su contra. Resulta inevitable que el imaginario colectivo, después de esos acontecimientos, no encienda una alarma de atención en cuanto una chica adolescente es seducida por el cineasta Rollan Pollard, el guionista, y el actor Francisco Vega (Diego Luna). Específicamente durante la fiesta en la que recibe propuesta por los tres hombres, décadas mayores que ella, para viajar, salir, cenar. Son propuestas al aire y sin hilos claros que lo unan al resto de la historia. Pareciera un fragmento desfasado del resto de la historia.
Sin embargo, por momentos, en las premisas secundarias, es donde el destello de su característica como gran creador de diálogos reluce nuevamente. Sobre todo en el tema de la crítica antipática hacia las prostitutas representada en una escena de Gatsby y su madre. Así como alguna que otra pedrada hacia la prensa amarillista.
Woody Allen no había tenido necesidad de salir del círculo intelectual de sus historias y los conflictos amorosos para ofrecer un producto nuevo a sus seguidores. Sin embargo, tampoco logra mantener el principal encanto de su estilo.
Fuente: Cinepremiere