¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo que querías hacer y no algo que tenías que hacer? Se trata de un planteamiento noble e inesperado para una comedia mexicana que abre la posibilidad de cuestionar y plantear modos de escapar de las estructuras sociales que dictaminan nuestros respectivos estilos de vida… en manos más diestras. En Guadalupe Reyes ése es sólo el pretexto que encuentran nuestros protagonistas para confrontar sus respectivas inseguridades –y de paso, restaurar su amistad– embarcándose en una ingesta prolongada de alcohol durante 26 días consecutivos.
Juan Pablo Medina (La casa de las flores) da vida a Hugo, un hombre que amasó una fortuna de manera fortuita y ha pasado el resto de sus días disfrutando de un estilo de vida hedonista. Con la celebración de su cumpleaños 40, él se percata de que el paso del tiempo comienza a cobrarle factura y decide contactar a su viejo amigo para cumplir una promesa que nunca concretaron: completar el Maratón Guadalupe-Reyes. Una forma lúdica de referirse a los excesos en el consumo de comida y bebidas alcohólicas derivados del periodo festivo comprendido entre el 12 de diciembre (día de la Virgen de Guadalupe) y el 6 de enero (día de los Reyes Magos).
Entonces, conocemos a Luis. Martin Altomaro (Soy tu fan) interpreta a un trabajador incansable que lleva años preso en una vida monótona, como parte de años de servicio en el mismo despacho de contadores y un matrimonio al borde del colapso. Este personaje se convierte en el eje central de la narración, sirviendo como sustituto de la audiencia, pues, aunque es claro que no padece económicamente, más de uno podría relacionarse con el conflicto interno de alguien que se siente menospreciado por todo el mundo pese a hacer su mayor esfuerzo para seguir las normas. Las excéntricas aventuras impulsadas por el poder adquisitivo de Hugo se convierten en una especie fantasía escapista para los personajes y el espectador.
Guadalupe Reyes tiene perfectamente claro el público que va a consumirla y le otorga una producción competente que no tiene mayores pretensiones más allá de entretenerte con los absurdos en que se ven envueltos dos cuarentones –un “chavorruco” y un godín– que navegan a través de una serie de festejos desenfrenados comportándose nuevamente como aquel dúo inseparable de amigos que fueron en su adolescencia. Con algunas pinceladas de corazón y verdadera sustancia que nunca llegan a concretarse, la producción en realidad se esfuerza por convertirse en este pequeño clásico sobre un concepto festivo tan propio de la idiosincrasia mexicana, que sorpresivamente no había sido retratado así en la gran pantalla hasta ahora.
El mayor acierto de la película es que no se encuentra interesada en convertirse en una serie de sketches de mal gusto sobre las consecuencias de la resaca. El humor nunca llega a ser tan ofensivo como la reputación que precede a la media de las comedias nacionales sugeriría, pero tampoco logra ser tan osado o ingenioso como lo que una premisa de esta naturaleza podría dar pie. Si bien, a lo largo de la película están presentes las secuencias de fiestas y enredos donde todo salen mal (algunas de ellas son anécdotas reales retomadas del propio reparto), el guion firmado por Erik Zuckermann, Harald Rumpler y Marcos Bucay tiene como objetivo principal desarrollar el bromance entre nuestros dos protagonistas y el cómo sus personalidades y estilos de vida opuestos le ofrecen al otro algo de lo cual han carecido desde que se separaron hace 10 años.
La ópera prima de Salvador Espinosa, mejor conocido por sus trabajos televisivos en producciones como La clínica, El Vato o Club de cuervos, se tambalea constantemente tratando de mantener el ritmo ante una incapacidad de llevar a sus personajes de forma orgánica entre los grandes puntos argumentales. Por ello, era necesario contar con el carisma de dos actores como Juan Pablo Medina y Martín Altomaro, dos amigos en la vida real que son capaces de trasladar esa química genuina a sus personajes y sostener el peso narrativo de la película. Sus interpretaciones son suficientes para elevar un guion que, pese a sus buenas intenciones, no deja de ser simplón, torpe e incongruente. Aunque el resto de los personajes también parte de marcados estereotipos de los cuales puedes intuir cual será “la gracia” en el instante en que salen en pantalla, las actuaciones del sólido reparto que incluye a Begoña Narváez, Paco Rueda, Memo Villegas, Salvador Zerboni, Emiliano Zurita, Juan Carlos Colombo, e incluso un cameo de la gran Ofelia Medina, cumplen a cabalidad en los roles encomendados.
Un último punto a mencionar es la elección deliberada de la película para ignorar las consecuencias de los excesos que experimentan los personajes. Aunque parte de completar el reto del Maratón Guadalupe-Reyes sea mantenerse tan lúcidos como sea humanamente posible, los esfuerzos casi nulos de la película por aludir al lado amargo (incluso trágico) que puede traer la falta de moderación en las fiestas decembrinas se siente sumamente irresponsable. De hecho, los personajes se ven constantemente recompensados como consecuencia de la imprudencia de sus acciones. Al final, ver a un par de carismáticos actores afrontar esta versión romantizada de los excesos es más recomendable que emprender por cuenta propia el Maratón Guadalupe-Reyes.
En un punto de la película, el personaje de Martín Altomaro describe al Guadalupe-Reyes como “el mayor reto que cualquiera que se haga llamar mexicano puede alcanzar”. Si esta misma frase se aplicará para describir a Guadalupe Reyes como la epitome de la comedia mexicana nos podemos dar una idea clara del estatus de la industria cinematográfica comercial en México.
Fuente: Cinepremiere