Los devenires de la industria actual han hecho que la inmensa mayoría de fenómenos cinematográficos recientes hayan surgido, única y exclusivamente, gracias a la mercadotecnia más salvaje. Pero en plena era de fórmulas y plantillas aún queda espacio para ese tipo de magia que ha hecho posible bombazos como la 'Frozen: El reino de hielo' de 2013.
El largometraje animado de Chris Buck y Jennifer Lee no sólo logró alzarse con dos merecidos Premios Óscar el año de su estreno; también robó el corazón del público de todas las edades gracias a la calidez condensada en el núcleo de sus gélidos escenarios, a un mensaje inteligente y muy acertado, al modo en que deconstruyó los cánones de las producciones Disney más tradicionales y, por supuesto, a una selección musical realmente deliciosa.
En la compañía del ratón Mickey se han tomado su tiempo, pero seis años después del éxito de la cinta original, han decidido recuperar a sus entrañables personajes y expandir su encantadora mitología regresando a Arendelle en 'Frozen II'; una segunda parte que suple los altibajos de su narrativa con una enorme dosis de épica y corazón, equilibrando la balanza y permitiendo que la magia rebose de nuevo tanto dentro como fuera de la pantalla.
Un vistazo general a la estructura y los entresijos dramáticos de 'Frozen II' deja más que patente su incapacidad para liberarse de los perjuicios que suelen asociarse a las secuelas de este corte. Durante sus primeros minutos ya pueden entreverse sus costuras, con un primer acto en el que regresos al pasado y revelaciones inesperadas se elevan como simples excusas para poder continuar explotando la franquicia.
No cabe duda de que la premisa del largometraje no es más que un simple artificio, pero conforme nos sumergimos en su segundo acto, dejando atrás este primer impacto y volcándonos en los misterios ocultos tras el conflicto principal, todo esto se olvida a golpe de gratas sorpresas, un repertorio de canciones a la altura de las circunstancias —mangífico el momento power ballad ochentera, casi paródica, de Kristoff— y un espectáculo audiovisual de primera.
No obstante, y pese a sus inesperadas revelaciones, 'Frozen II' supone un paso atrás frente a su predecesora en términos argumentales. La historia, más convencional, se desarrolla de un modo más sincopado y deslavazado y se muestra exenta de cualquier tipo de riesgo; pero todo esto lo compensa una técnica a la vanguardia de la animación CGI y una narración en imágenes que, como es habitual en Disney, continúa siendo excelente.
Puede que el relato deambule por lugares comunes que hemos visto con anterioridad en numerosas ocasiones, pero donde el filme continúa desmarcarse de sus congéneres recientes es en una dinámica entre personajes que continúa brillando a niveles difícilmente alcanzables. No sólo la relación entre Elsa y Anna gana en complejidad y avanza de forma coherente, sino que los secundarios, de auténtico lujo, evolucionan hasta convertirse en auténticos "robaescenas".
Para terminar de redondear lo que podría haber sido una secuela más que guardar en el cajón del olvido, 'Frozen II' vuelve a hacer gala de un discurso feminista orgánico y que huye de maniqueísmos, clichés y condescendencias estúpidas. Todos y cada uno de sus personajes están fantásticamente escritos y son coherentes con su naturaleza independientemente de su sexo, y esto es algo impagable de cara a las nuevas generaciones de espectadores y, con suerte, de cineastas.
Resulta tan sorprendente como agradable que en pleno 2019, cuando esa "magia del cine" de la que tanto se habla parece estar desapareciendo en los grandes estudios, continúen surgiendo largometrajes como este de los engranajes hollywoodienses. Y es que en Disney, aunque sea mediante reciclaje y la explotación, siguen teniendo la asombrosa habilidad de tocar las teclas correctas para llegar al corazón del respetable.