En junio de 1975, Steven Spielberg estrenó en salas el que fue su primer gran éxito: Tiburón. Una película que, además de cambiar la carrera del cineasta, se convirtió también en un hito del cine: el primer gran taquillazo del verano, en una época en la que los grandes lanzamientos se reservaban siempre para Navidad. Además, dio el pistoletazo de salida al lucrativo negocio de merchandising a base de toallas, disfraces, juegos de mesa…
Tiburón fue un éxito rotundo, y eso que las cosas se pusieron feas en el rodaje: el presupuesto era de cuatro millones de dólares y se disparó a 12, los 55 días de filmación se convirtieron en 159, bailes de guionistas, fallos constantes en los tiburones mecánicos (que incluso desteñían), tendencia a la embriaguez constante de algunos actores…
Pero el embrión de este éxito no data de 1975. Ni siquiera de 1974, año en que Peter Benchley publicó la novela en la que se basó la película. El origen de todo es una historia real, sucedida en Nueva Jersey mucho tiempo antes, concretamente en verano de 1916, y que acojona tanto o más que la película. Durante dos semanas, un tiburón blanco de 2,7 metros sembró el terror a lo largo de 100 kilómetros de costa, produciendo varios ataques y matando a cuatro personas. Se da la circunstancia además, de que por aquel entonces se produjo una epidemia de poliomielitis que llenó las playas de los balnearios de este estado. El relato cronológico de los hechos es el siguiente.
1 de julio de 1916. Un joven llamado Charles Vansant sufrió el primer ataque cuando salía de darse un baño, cerca de la orilla y a una profundidad de apenas metro y medio. El escualo le dejó malherido y, aunque otros bañistas lograron sacarle del agua, murió desangrado un par de horas después.
6 de julio de 1916. Se produce un segundo ataque, a unos 70 kilómetros al norte del anterior. Esta vez le toca a Charles Bruder, botones del Hotel Essex and Sussex y el suceso es prácticamente igual que el anterior: fue atacado a poca distancia de la orilla y rescatado por otros bañistas. Murió en la arena antes incluso de poder recibir atención médica.
8 de julio de 1916. Ocho kilómetros más al norte, un socorrista se encontró con un escualo mientras iba en su embarcación (el socorrista, no el escualo), y logró ahuyentarlo a golpe de remo, con el consiguiente y justificado guirigay entre los bañistas. Esa misma tarde, en otra playa a menos de 50 kilómetros al norte, un policía abrió fuego contra un tiburón que se acercaba a un grupo de niños que jugaba en el agua. No lo mató, pero logró ahuyentarlo.
11 de julio de 1916. Comienzan los ataques en agua dulce, concretamente en el río Matawan, unos 40 km al sur del último incidente, ocurrido tres días antes. Un niño de 12 años sufre raspones leves provocados por la piel denticulada de un tiburón.
12 de julio de 1916. Un jubilado de 58 años divisa al escualo desde un puente nadando río arriba. Suelta la voz de alarma pero nadie le hace caso, hasta que pocas horas después Lester Stilwell, de 12 años, es arrastrado bajo el agua por el tiburón. Se organiza un grupo de rescate para encontrar el cuerpo, algo que logró un sastre de 24 años. Pero, cuando salió a la superficie con el cadáver del muchacho, recibió otro ataque del que logró librarse, aunque murió en el hospital pocas horas después. Ese mismo día se produjo un nuevo incidente en el río aunque esta vez la víctima logró sobrevivir.
A partir de ese momento, el alcalde de Matawan ofreció una recompensa de 100 euros a quien lograra matar al tiburón, y se puso una red de alambre en la desembocadura del río para evitar que volviera al mar.
14 de julio de 1916. Descubren que el animal ha roto la red metálica y ha vuelto al mar, con el consiguiente pánico entre la población de las playas cercanas, que quedaron desiertas. Ese mismo día, un taxidermista de Nueva York, de nombre Michael Schleisser, encontró un tiburón blanco de dos metros y medio y 160 kg de peso atrapado en sus redes de pesca, y logró matarle a golpes con su remo.
¿Fue aquella hembra de tiburón blanco la causante de todos los ataques? Nunca se ha sabido con certeza, pero todo apunta a que sí. Lo primero, porque desde ese momento cesaron los incidentes. Lo segundo, porque en el estómago del animal se encontraron unos 7 kilos de carne y huesos humanos aún sin digerir, entre ellos un tibia que podría pertenecer al niño devorado en el río y una costilla que, por tamaño y características, pudiera ser Charles Bruder, la segunda víctima. Lo que sí es seguro es que estos 14 días de julio inspiraron a Peter Benchley para escribir su novela Jaws, que posteriormente daría lugar a la peli de Spielberg.
Fuente: Esquire