Guasón, esto dicen los críticos

Por  Staff Puebla On Line | Publicado el 08-10-2019

Arthur Fleck trata de recuperar el aliento. Sus intentos por respirar normalmente se mezclan con los restos de uno de esos tantos ataques de risa que lo han metido en muchos problemas. Con la mirada clavada en el suelo, de pronto descubre que sus manos están llenas de sangre. Los ojos de este hombre atormentado se abren como nunca antes lo habían hecho. Algo ha cambiado en él. Sus brazos y piernas comienzan a moverse como parte de una macabra coreografía. El baile termina con sus brazos extendidos y su rostro mirando hacia el cielo. Ahí, frente a nosotros, el Guasón se presenta al mundo. Y lo hace como siempre lo habíamos imaginado: cubierto de sangre, con una mirada delirante y una sonrisa demoniaca. 

El primer acto oficial del Guasón ha terminado. Y como espectadores, no podemos más que estremecernos por lo que nuestros ojos acaban de presenciar. Todo ha cambiado también para nosotros. Ya no estamos en una Ciudad Gótica donde el crimen hace de las suyas de vez en cuando y donde, a pesar de todo, es posible vivir bien. Ahora, la urbe que nos rodea es la versión más sórdida de sí misma que habíamos conocido hasta ahora.

Como si fuera una montaña rusa que sólo desciende a lo más mundano de la humanidad, el largometraje de Todd Phillips se vuelve más incómodo a cada momento. “¿Soy yo o el mundo se ha vuelto más loco?”, pregunta un Arthur Fleck cada vez más lejano al que conocimos al inicio. Este hombre, incapaz de aguantar una carcajada, ya no se reprime más. Si antes luchaba por aguantar esa risa incontenible que incomodaba a muchos, ahora parece no importarle las consecuencias de su felicidad y de esa «estabilidad emocional» que tanto anhelaba.

“Me parece remarcable que una industria que se preocupa por los negocios tomara el riesgo de hacer esta película, hecha para la taquilla, pero que es una reflexión sobre los antihéroes y en donde el enemigo no es un hombre, es el sistema”, dijo la destacada cineasta Lucrecia Martel al darle a Guasón el León de Oro en Venecia. 

Sus palabras resuenan en cada secuencia de la cinta. Luego de una cuestionable filmografía, el director Todd Phillips se aleja de aquellas cintas que lo colocaron en el mapa de Hollywood. Con una máscara que atañe al cine de superhéroes, que es parte de un universo cinematográfico autodelimitado –o autocensurado– por sus propias ambiciones mercadológicas, el oriundo de la ciudad de Nueva York presenta la cinta más dolorosa y descarnada del subgénero.

Inspirado en los pasajes oscuros de la cinematografía de los años 70 –sobre todo los filmados por Martin Scorsese–, el responsable de sagas como ¿Qué pasó ayer? o Starsky & Hutch coescribe un guion con Scott Silver, autor de filmes como El peleador (2010) o 8 Mile: Calle de ilusiones (2002), cuya libertad sólo había sido vista en la trilogía dirigida por Christopher Nolan de 2002 a 2012. Aquí, sin embargo, el rumbo tomado resulta mucho más incómodo y desolador, como el que sólo se había visto en el mundo de los cómics o en los filmes animados inspirados en estos personajes. 

Llevar esa maldad del papel a la pantalla grande sólo podía construirse con los elementos cinematográficos que Guasón presume de principio a fin. Aquí la fotografía de Lawrence Sher –que a ratos se mete al caos de su historia y luego prefiere mantenerse alejada de la acción– se mezclan a la perfección con las cuerdas estridentes del score compuesto por la islandesa Hildur Guðnadóttir, quien ya había musicalizado nuestras pesadillas en producciones como la ganadora del Emmy Chernobyl.

Estos elementos consolidan un camino que avanza peligrosamente en la delgada línea fronteriza entre la cordura y la apología del crimen, con el uso de la violencia como única escapatoria de un mundo cada vez más despiadado. Y ahí, en medio de esa locura, se encuentra un Joaquin Phoenix que brilla como siempre y que hace de toda esta oscuridad su mejor reflector.

La maestría con la que el nominado al Oscar se desenvuelve en este personaje –imposible de comparar con el resto de su filmografía camaleónica e impecable– se atreve a señalar todas aquellas cosas que, como sociedad, llevamos haciendo mal desde hace años. 

Ese descenso al infierno que va trazando Joker recae enteramente en sus hombros, en esas carcajadas cada vez más incómodas, que pasan de sacarle lágrimas de dolor a permitirle sonreír de forma cada vez más estremecedora e inhumana. La transformación de Arthur Fleck al enigmático Guasón termina siendo una cubetada de agua helada para el espectador. Porque lo que vemos en la pantalla ha dejado de ser parte de un universo de ficción para convertirse en un reflejo de la realidad. 

Esa realidad la hace difícil de colocar dentro de un universo cinematográfico como el de DC. La cinta decide enfocarse al 100% en el origen de la maldad de este villano y deja de lado las conexiones o los puntos a los que debería estar obligado a seguir ante el origen de su historia. En vez de conectar con otros posibles argumentos, el filme opta por poner el dedo en la llaga en aquellas cosas que hemos decidido ignorar por años. Su mensaje estremecedor, brutal y descarnado gira alrededor de las enfermedades mentales y sociales; no en contra de quienes la padecen, sino de quienes han decidido ignorarlas, señalarlas y llevarlas a los extremos que aquí se nos presentan.

Arthur Fleck trata de recuperar el aliento. Sus intentos por respirar normalmente se mezclan con los restos de uno de esos tantos ataques de risa que lo han metido en muchos problemas. Con la mirada clavada en el suelo, de pronto descubre que sus manos están llenas de sangre. Los ojos de este hombre atormentado se abren como nunca antes lo habían hecho. Algo ha cambiado en él. Sus brazos y piernas comienzan a moverse como parte de una macabra coreografía. El baile termina con sus brazos extendidos y su rostro mirando hacia el cielo. Ahí, frente a nosotros, el Guasón se presenta al mundo. Y lo hace como siempre lo habíamos imaginado: cubierto de sangre, con una mirada delirante y una sonrisa demoniaca. 

El primer acto oficial del Guasón ha terminado. Y como espectadores, no podemos más que estremecernos por lo que nuestros ojos acaban de presenciar. Todo ha cambiado también para nosotros. Ya no estamos en una Ciudad Gótica donde el crimen hace de las suyas de vez en cuando y donde, a pesar de todo, es posible vivir bien. Ahora, la urbe que nos rodea es la versión más sórdida de sí misma que habíamos conocido hasta ahora.

Como si fuera una montaña rusa que sólo desciende a lo más mundano de la humanidad, el largometraje de Todd Phillips se vuelve más incómodo a cada momento. “¿Soy yo o el mundo se ha vuelto más loco?”, pregunta un Arthur Fleck cada vez más lejano al que conocimos al inicio. Este hombre, incapaz de aguantar una carcajada, ya no se reprime más. Si antes luchaba por aguantar esa risa incontenible que incomodaba a muchos, ahora parece no importarle las consecuencias de su felicidad y de esa «estabilidad emocional» que tanto anhelaba.

“Me parece remarcable que una industria que se preocupa por los negocios tomara el riesgo de hacer esta película, hecha para la taquilla, pero que es una reflexión sobre los antihéroes y en donde el enemigo no es un hombre, es el sistema”, dijo la destacada cineasta Lucrecia Martel al darle a Guasón el León de Oro en Venecia. 

Sus palabras resuenan en cada secuencia de la cinta. Luego de una cuestionable filmografía, el director Todd Phillips se aleja de aquellas cintas que lo colocaron en el mapa de Hollywood. Con una máscara que atañe al cine de superhéroes, que es parte de un universo cinematográfico autodelimitado –o autocensurado– por sus propias ambiciones mercadológicas, el oriundo de la ciudad de Nueva York presenta la cinta más dolorosa y descarnada del subgénero. 

Inspirado en los pasajes oscuros de la cinematografía de los años 70 –sobre todo los filmados por Martin Scorsese–, el responsable de sagas como ¿Qué pasó ayer? o Starsky & Hutch coescribe un guion con Scott Silver, autor de filmes como El peleador (2010) o 8 Mile: Calle de ilusiones (2002), cuya libertad sólo había sido vista en la trilogía dirigida por Christopher Nolan de 2002 a 2012. Aquí, sin embargo, el rumbo tomado resulta mucho más incómodo y desolador, como el que sólo se había visto en el mundo de los cómics o en los filmes animados inspirados en estos personajes. 

Llevar esa maldad del papel a la pantalla grande sólo podía construirse con los elementos cinematográficos que Guasón presume de principio a fin. Aquí la fotografía de Lawrence Sher –que a ratos se mete al caos de su historia y luego prefiere mantenerse alejada de la acción– se mezclan a la perfección con las cuerdas estridentes del score compuesto por la islandesa Hildur Guðnadóttir, quien ya había musicalizado nuestras pesadillas en producciones como la ganadora del Emmy Chernobyl.

Estos elementos consolidan un camino que avanza peligrosamente en la delgada línea fronteriza entre la cordura y la apología del crimen, con el uso de la violencia como única escapatoria de un mundo cada vez más despiadado. Y ahí, en medio de esa locura, se encuentra un Joaquin Phoenix que brilla como siempre y que hace de toda esta oscuridad su mejor reflector.

La maestría con la que el nominado al Oscar se desenvuelve en este personaje –imposible de comparar con el resto de su filmografía camaleónica e impecable– se atreve a señalar todas aquellas cosas que, como sociedad, llevamos haciendo mal desde hace años. 

Ese descenso al infierno que va trazando Joker recae enteramente en sus hombros, en esas carcajadas cada vez más incómodas, que pasan de sacarle lágrimas de dolor a permitirle sonreír de forma cada vez más estremecedora e inhumana. La transformación de Arthur Fleck al enigmático Guasón termina siendo una cubetada de agua helada para el espectador. Porque lo que vemos en la pantalla ha dejado de ser parte de un universo de ficción para convertirse en un reflejo de la realidad. 

Esa realidad la hace difícil de colocar dentro de un universo cinematográfico como el de DC. La cinta decide enfocarse al 100% en el origen de la maldad de este villano y deja de lado las conexiones o los puntos a los que debería estar obligado a seguir ante el origen de su historia. En vez de conectar con otros posibles argumentos, el filme opta por poner el dedo en la llaga en aquellas cosas que hemos decidido ignorar por años. Su mensaje estremecedor, brutal y descarnado gira alrededor de las enfermedades mentales y sociales; no en contra de quienes la padecen, sino de quienes han decidido ignorarlas, señalarlas y llevarlas a los extremos que aquí se nos presentan.

¿Qué tanto puede Guasón glorificar la violencia y el uso de la ira en un mundo, en una realidad en la que ambos elementos forman parte de nuestro ADN? ¿Qué tanto el filme es responsable de todas aquellas cosas que han existido desde siempre, como el fácil acceso a las armas de alto calibre en EE. UU., o la falta de apoyo y oportunidades para quienes padecen alguna enfermedad mental?

El cine, desde luego, transforma realidades y modifica la forma de pensar de sus espectadores, pero jamás será responsable de los errores que la humanidad –y específicamente EE.UU.– ha cometido a lo largo de su historia. Si de algo debiera ser responsable el filme de Todd Phillips o la actuación de Joaquin Phoenix, quizás sería aprovechar la libertad creativa y la exposición de un estudio tan grande como Warner para atreverse a incomodar a los espectadores.

Si el Guasón fuera una persona real, y el filme de Todd Phillips se tratara de un documental basado en la vida de alguien que existe en nuestra vida, estaría sumamente complacido por la locura que ha desatado en el mundo su llegada a los cines. Porque todo lo que ha ocurrido desde aquel León de Oro –y seguramente hasta el final de la temporada de premios– es únicamente obra de un agente del caos, capaz de transformar una sonrisa inocente en el gesto más inhumano. 

Fuente: Cinepremiere/ Arturo Magaña Arce

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