“Oh, sí. El pasado puede doler”, dice Rafiki en uno de los momentos más hermosos de El rey león (1994). “Pero según lo veo puedes o huir de él o puedes aprender”. A lo largo de nuestra historia cinematográfica –particularmente de forma reciente– ha sido común reinterpretar historias ya contadas. Los resultados a veces han sido sumamente positivos –como lo hecho por Michael Haneke con sus dos versiones de Funny Games (1997 y 2007)– pero también han habido casos donde el esfuerzo ha resultado en algo desastroso.
En 1998, a Gus Van Sant se le ocurrió la brillante idea de hacer un remake cuadro por cuadro de Psicosis. Según él, la idea era homenajear al gran clásico de Alfred Hitchcock de 1960 aplicándole toda la tecnología disponible en aquel momento. El resultado, evidentemente, fue espantoso. Y tanto el público como la crítica coincidieron en algo: más allá de la osadía de haber abordado un clásico cinematográfico intocable, hay historias tan bien hechas que lo único que queda es explorar otras perspectivas; tomar caminos distintos. Si Hitchcock hubiera hecho un remake de Psicosis, no hubiera hecho la misma película que ya había filmado.
Luego de un atropellado inicio, la obstinada etapa de Disney por rehacer todos sus clásicos animados en live action parece que ha tomado en serio la sabiduría de Rafiki. No han logrado, desde luego, entregar un remake sorprendente y que supere a su predecesor animado. Pero El libro de la selva ha sido, hasta ahora, algo de lo mejor que se ha hecho. Contra todo pronóstico, Jon Favreau sorprendió a propios y extraños en 2016 cuando logró hacer una película que se alejaba un poco de ese “elemento Disney” para expandir un poco más la historia ya contada y acercarnos ligeramente al material original escrito por Rudyard Kipling en 1894.
Hoy Favreau trata de repetir la misma táctica de respetar y homenajear a otro clásico animado –uno inolvidable, cabe decir– como lo es El rey león, posiblemente una de las cintas de animación más adoradas del público. A pesar de encontrarnos a 25 años de distancia entre un filme y el otro, este remake de animación hiperrealista nos deja la sensación de que Jon pareció ser rebasado –y limitado, sobre todo– por el recuerdo imborrable de la cinta de 1994.
El rey león de Favreau termina siendo una copia casi exacta del filme dirigido por Roger Allers y Rob Minkoff hace 25 años. Desde luego, hay algunas libertades que el director de El libro de la selva se toma en esta nueva cinta. Jon se acerca brevemente –y casi de forma imperceptible en algunos diálogos– al drama escrito por Shakespeare en la tragedia icónica de Hamlet y, sutilmente, le da un poco más de brillo y peso a algunos personajes secundarios –como Zazú–. Sin embargo, lo que vemos en pantalla es una repetición de secuencias, de encuadres, de temas musicales –que inicia con una réplica fiel de “Ciclo sin fin”– y hasta de diálogos que seguro muchos de ustedes –como su servidor– sabemos de memoria.
Desde luego, no podemos ignorar lo evidente: el director aprovecha todos los recursos tecnológicos para crear una nueva forma de hacer cine al desarrollar todo el rodaje dentro de un set virtual. Asimismo, nunca antes se había visto en el cine una técnica de animación hiperrealista como la presentada en esta película. Tanto el nivel de detalle e iluminación así como en la fotografía –a cargo de Caleb Deschanel (Never Look Away)– nos permiten adentrarnos como nunca a estas tierras salvajes. Sin embargo, ese altísimo nivel de hiperrealismo termina siendo irónicamente el mayor enemigo de la cinta.
Imaginen que están viendo el documental de naturaleza más bello que existe –posiblemente narrado por David Attenborough–, mismo que nos sitúa en un paisaje alucinante de África. Ahí está un grupo de leones preparándose para cazar a su siguiente víctima. El silencio de la escena es únicamente interrumpido por el sonido del viento y de los pocos insectos que se atreven a permanecer en el lugar. De pronto, el león que está a cuadro comienza a hablar. Y luego, con evidente dificultad para abrir su hocico, se pone a cantar. Y mientras se pasea por la sabana –bajo un sol cegador– lo oímos cantar “Esta noche es para amar”. (No, no importa que sea de día y que la letra diga lo contrario). Así es como se percibe la mayoría del metraje de este Rey León hiperrealista.
No ayuda mucho la entonación y la emoción que el elenco de voces le da a estos personajes en su versión original (la función de prensa fue en ese idioma. Desconocemos el resultado del doblaje en español). Dejando a un lado a John Oliver como Zazu y a Billy Eichner como Timon –sin duda, las grandes sorpresas del filme–, aquí escuchamos a un Simba «adulto» carente de toda emoción.
A pesar de ser un gran actor –y cantante– Donald Glover se queda muy corto a la hora de darle voz a un personaje que es obligado a madurar y a aprender de sus errores. Nada le ayuda compartir escenas con una Nala en voz de Beyoncé que, aun siendo una gran intérprete musical, demuestra que, para hacer doblaje, uno debe tener el talento y la naturalidad de un profesional.
Es curioso, sin embargo, que dentro de este filme hay alguien que sigue los mismos pasos que había dado a inicios de los 90 pero dándole un giro interesante. El gran compositor alemán Hans Zimmer reinterpreta las mismas partituras que compuso en 1994, pero se atreve a darle un ligero toque moderno a un score que sigue resonando en nuestras mentes. También mezcla algunos temas icónicos –como “This Land”; “Under the Stars” o “…To Die For”– para construir piezas hermosas como “Simba Is Alive!” o “Rafiki’s Fireflies” y llenar de emoción todos aquellos diálogos y secuencias que –aún en este remake– se nos clavarán en el corazón.
Finalmente, esta reinterpretación de El rey león podría resumirse a dos grandes logros: el primero, indudablemente, es el desarrollo técnico y narrativo que Jon Favreau ha logrado para el cine. Será muy interesante ver qué es lo que hace con esta tecnología en un futuro inmediato –como la serie The Mandalorian, por ejemplo–. Y el segundo triunfo radica en que, al iniciar los créditos finales de esta cinta, el público se llenará de una emoción inexplicable por revisitar el clásico animado y reencontrarse con la magia de aquellos paisajes coloridos, con la sabiduría de sus diálogos, con la emotividad de su música y con lo doloroso y resiliente de su historia.
Al final, debemos agradecer a Jon Favreau por haber hecho un gran esfuerzo en recordarnos, sin querer, lo mágico que es, que ha sido y que será El rey león dibujado a mano y en 2D.
Fuente: Cinepremiere