Dolor y gloria, esto opinan los críticos de la última película de Almodóvar

Por  Staff Puebla On Line | Publicado el 18-07-2019

Hanna Schygulla, que protagonizó algunas de las películas más trascendentes del maestro alemán Rainer Werner Fassbinder, contó alguna vez que en los años 80 se le acercó Pedro Almodóvar en Barcelona para decirle: “Yo soy el Fassbinder español”. Es una frase injusta para ambos. Fassbinder fue un dramaturgo preciso y brillante, mientras que Almodóvar es libre y desordenado; uno resaltó los colores rodeados por el monocromo grisáceo de Alemania mientras que el otro envuelve al mundo en lo que resultaría de una tienda de pinturas atacada por un tifón. Sin embargo la sexualidad de ambos es vasta y experimentada, y los dos tienen una fijación inusual con sus madres. En ese sentido, y en la capacidad que muestra Almodóvar para desnudarse al fin como su maestro, Dolor y gloria es la película más cercana entre ambos hombres.

En 1978 apareció el filme Alemania en el otoño, y en él un cortometraje de Fassbinder, que protagonizó como una versión supuestamente ficticia de sí mismo. Su madre, Lilo Pempeit, aparecía también bajo su propio nombre y al final ambos discutían el rol del terrorismo en la República Federal Alemana. Un pleito que muestra la supervivencia del fascismo en los alemanes 40 años después de haber obedecido a Hitler revela más bien el abismo entre una madre y su hijo. Dolor y gloria sigue una intención similar cuando Salvador Mallo (Antonio Banderas), un cineasta que se peina y se viste como Almodóvar, sufre la sutil recriminación de su madre mientras deshilan rosarios. En contraste con los gritos en alemán, Almodóvar nos muestra una agresión silenciosa que suma el gran conflicto de Salvador: ¿acaso ha sabido vivir?

La pregunta comienza desde que lo invitan a presentar la versión restaurada de su filme Sabor. Con ello vendrá también un reencuentro con el actor Alberto Crespo (Asier Etxeandia) y el aprendizaje de un escape: la heroína. Pero nadie huye sin olvidarse de qué lo persigue. Salvador comienza a recordar su infancia y sus amores, los ríos que lo arrastraron al mar de problemas donde lo encontramos en un plano al principio de la película. Feto superdesarrollado, Salvador se arremolina sobre sí en un intento inútil de regresar al vientre, de olvidarlo todo, pero entre más repele al pasado, más lo atrae.

Reparada la amistad entre actor y director, Alberto se dedica a recitar un monólogo autobiográfico de Salvador en un resplandeciente escenario rojo, es decir, un personaje cuenta la historia de otro, que a su vez es una versión ficticia de su creador: Almodóvar al cuadrado. Como el resto de la filmografía de Almodóvar, la artificiosa Dolor y gloria quiere que la asumamos como ilusoria, falsa, sin embargo también contiene una autenticidad que sólo da la experiencia.

Puede que la cueva donde crece el pequeño Salvador resulte mucho más bella con sus paredes luminosas de lo que probablemente fue en la realidad, pero Almodóvar no busca hacer una copia fiel. Al contrario, este escenario es sólo una representación de lo que fue, para Salvador, la casa donde encontró el deseo y donde comenzó a ser el hombre que su madre no supo amar.

Como pasa a menudo en el cine de Almodóvar, los incidentes en la trama fluyen por coincidencia y sin un impacto claro en el drama, pero todos poseen algo más allá de lo puramente cinematográfico: el encanto. Banderas resulta indispensable para comunicar emociones que propone el guión e ideas que no se abarcan del todo, porque en su espalda caída y sus ojos insatisfechos, Salvador es una imagen universal del triunfador que nunca hizo nada tan bien como fracasar.

Más que nada, Dolor y gloria tiende a una ternura intensa que para muchos dejará de lado los aspectos formales o incluso las cuestionables implicaciones del primer deseo de Salvador –Almodóvar pareciera decir que la homosexualidad es producto de la belleza–. En el acto de recordar y reconciliarse, el protagonista y su creador muestran una vulnerabilidad que va más allá del homenaje y que nos envuelve y distrae hacia nosotros mismos.

Fuente: Cinepremiere

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