Hay un momento en nuestra vida en la que debemos reunir todas nuestras fuerzas para soltar las cosas y dejarlas ir. Hacerlo es un reto enorme, especialmente cuando se trata de algo que te ha llenado de alegría pero que ahora debe continuar su camino en solitario. Con Toy Story 4, Pixar pareciera hacerlo con los personajes más queridos de su historia y quienes los ayudaron a posicionarse como los reyes de la animación mundial.
En 1995, un esfuerzo titánico por parte de un hombre llamado John Lasseter –acompañado de un puñado de personas de talento desbordante, incluido Steve Jobs– unieron sus fuerzas para crear algo que no se había visto antes. Toy Story se convirtió en la primera película de animación por computadora de la historia. De la misma forma en que Quirino Cristiani sorprendió al mundo con El Apóstol –primer largo de animación en la vida del séptimo arte– o como Walt Disney inauguró su propio universo con Blanca Nieves y los siete enanos, Lasseter le mostró al mundo que los sueños se podían cumplir.
Hoy el panorama es muy distinto. Tras una una serie de acusaciones de acoso, John Lasseter dio por terminada su relación con Pixar y marca con esta película su última participación en una producción del estudio de Luxo, Jr. Tras una celebrada Toy Story 3 –que ganó el Oscar a Mejor película animada en 2011 y que le arrebató unas cuantas lágrimas al público del mundo– Pixar presenta una cinta que no sólo se despide de aquel hombre, sino que le dice adiós a su valiente vaquero.
En cada una de las cintas de esta saga, hemos visto la evolución de Woody. Pasó de ser un vaquero petulante hasta llegar al punto en que, como nunca antes, se le muestra en pantalla como un ser lleno de humanidad –si es que se vale la expresión– y que poco a poco comienza a entender que la misión que había ejercido por años llega a su fin. Ahora, para él, viene una nueva aventura: la de ceder la estafeta a alguien más y vivir su propia historia.
La cinta dirigida por el novel Josh Cooley –guionista de Intensa-Mente– logra seguir un camino distinto al de sus predecesoras pero sin construir una historia que se sienta ajena a lo que conocimos anteriormente. Quizás el mayor acierto de esta historia –creada con una participación de la destacada Rashida Jones– radica en que no hace de Bonnie un sustituto o una copia de lo que solía ser Andy en su niñez.
El filme se atreve a convertir a los personajes principales de la saga –como Buzz, los Cara de Papa, Slinky, etc.– en un elenco de reparto. Si bien no podemos negar que se extraña ver más de esa entrañable camaradería de todos ellos, es interesante ver cómo su participación permite que los nuevos integrantes de este universo puedan brillar y conectar con el público.
Forky pasa de ser un simple spork –cuya mezcla de un tenedor con una cuchara se ha traducido al español como cucharador– para encaminarnos por un camino en el que somos testigos de sus inseguridades, de su crisis de identidad y de su paulatino entendimiento de la vida –lleno de inocencia y ternura– que nos arrebata más de una carcajada. Hay un momento particular en Toy Story 4 que involucra una carretera en la que Woody termina amando a esta cuchara tenedor… y nosotros también.
Con este “cierre” en la historia de Toy Story, Pixar se permite llegar a lugares nuevos dentro de su historia. Más allá del humor ligeramente ácido que permea a lo largo del metraje –que permite brillar en su máximo esplendor a Ducky y a Bunny, con las voces en inglés de Keegan-Michael Key (Friends from College) y Jordan Peele (director de Nosotros)– es la primera vez que –¡finalmente!– vemos a los personajes femeninos del universo de Toy Story no sólo a cargo de las aventuras sino dictando el rumbo de la historia con su fortaleza.
Es interesante destacar el enorme avance tecnológico que Pixar presume en esta cinta. En Toy Story 4 encontramos las secuencias más ambiciosas en la historia del estudio. Desde la mencionada carretera hasta una escena con lluvia –ambos ejemplos con una iluminación y un detalle hiperrealista– hasta planosecuencias que juegan con la cámara de una forma en la que es inevitable no ser parte de la aventura que tenemos frente a los ojos.
Toy Story 4 no es el filme más destacado de la saga. Además de que en su doblaje al español no se incluye nuevamente la voz de Carlos Segundo –un elemento fundamental de la saga– como el vaquero, quizá su mayor tropiezo ocurre cuando ni Woody ni Betty son capaces de demostrar que se están reencontrando con quien es el amor de su vida, como se nos planteó en las cintas anteriores. Sin embargo logra igualar el corazón y honrar el legado de la historia de la que es parte.
Dicho triunfo ocurre cuando, en retrospectiva, observamos la película como un diálogo que Woody termina teniendo con nosotros, los hoy adultos que crecimos viéndolo en pantalla, sobre el difícil momento de la vida en que uno debe aprender a soltar, a dejar el pasado en su lugar. Pero, al mismo tiempo que nosotros recibimos ese golpe en el estómago, los pequeños a nuestro lado entienden desde su temprana edad que la vida está formada por ciclos que algún día tendrán que terminar y lo que vale es el camino recorrido y llegar a ese final con la frente en alto.
Es posible que ésta sea la última vez que escuchemos un “Al infinito y más allá” acompañado de la maravillosa música creada por Randy Newman –atención a los acordes de guitarra de «Andy’s Birthday» rumbo al desenlace de la cinta–; pero de la misma forma en la que Woody entiende que llega un momento en la vida de soltar las cosas, de decirle adiós a todo aquello que amamos, hoy es momento de despedirnos de estos juguetes que nos llenaron de tantos momentos entrañables. Hasta siempre, vaquero. Hasta siempre, amigos.
Fuente: Cinepremiere