Steven Knight se ha ido consagrando como un interesante guionista y director en el cine comercial. Sus películas son abundantes en diálogo y precisas en la imagen, pero si antes su estilo se había prestado a complejas historias de crimen con consciencia social, como Negocios entrañables (2002) y Promesas del este (2007), en Obsesión (2019) nos encontramos con un Knight anticuado y rebasado por el mundo contemporáneo. No puedo revelar exactamente por qué pero el espectador entenderá cuando vea la película que el director y guionista esboza un pobre argumento sobre un elemento muy particular de nuestra cultura. Entre contradicciones, evidente ignorancia del tema y una perspectiva similar a la del senado estadounidense sobre el heavy metal en los 80 —pensaban que convertía a los jóvenes en asesinos y drogadictos—, Knight termina haciendo un argumento ridículo.
Esto sería sólo un impedimento mediano para la grandeza, de no ser porque el resto de Obsesión sugiere la influencia de Hitchcock con su primera toma, que remite al inicio de Vértigo (1958). Un ojo en extreme close-up al centro del cuadro nos da la bienvenida a la historia de Baker Dill (Matthew McConaughey), un pescador en una isla donde todos se conocen —literalmente—. Baker parece acechado por la pérdida de un hijo, a quien recuerda en terribles secuencias que parecieran un comercial de aseguradora, con todo y risas de niño en la pista de audio. Un día, una rubia de su pasado —también hitchcockiana— se aparece para pedirle que la ayude a matar a su marido en un “accidente” de pesca deportiva. Anne Hathawayla interpreta con un misterio quizás apropiado para una película de los años 40, mientras que el esposo de Karen (Hathaway), Frank (Jason Clarke) es presentado como implacablemente malévolo y sexualmente perverso. Del otro lado de la moral, Baker es intenso y satisfactoriamente erótico, y en una escena su sexualidad parece aliviar los dolores de Karen. Es un escenario también hitchcockiano pero, a diferencia del maestro inglés, resulta obvio y burdo. La comparación entre ambos cineastas sólo empeora a la película.
En esas cualidades y en varias tomas que comparten la estética de algún videojuego de la serie Assassin’s Creed nos comenzamos a cuestionar la verosimilitud de la película y empieza una confusa discusión sobre el tema principal que, debido a varios giros de tuerca, nos deja con la idea de que aquello de lo que habla Knight es totalmente malo y luego totalmente bueno. Entre la simpleza de los juicios y la torpe manera de cambiar un argumento por otro, Knight anula sus ideas. Habría sido interesante ver una película más consistente y menos —o quizá todavía más— obvia, de tal forma que se convirtiera en un experimento cinematográfico con el lenguaje de otro medio. Sin embargo Knight parece hablar desde el prejuicio y termina creando un neo-noir pobre. Por supuesto, hay un público dispuesto a perdonar los errores de Knight y quizá la película les resulte entretenida, pero a mí me parece un indudable tropiezo en la filmografía de su director.
Fuente: Cine Premiere