Podríamos hablar de animales marinos, pero también de criaturas aladas. La serie animada Birdman (1967-1968) presentaba un superhéroe, cuya guarida secreta era un volcán. Una videollamada de su jefe Halcón 7 –con pipa en la mano y parche en el ojo– le podía informar del robo de poderosas armas o de la amenaza de tal o cual criminal. El breve reporte jamás incluía la ubicación exacta de los hechos o cualquier otra mínima precisión informativa. Aún así, Birdman salía volando presuroso, junto con su fiel ave Vengador y en ocasiones hasta con Birdboy, para enfrentar el desafío. Esa simpleza e ingenuidad narrativa, de caricatura televisiva de hace medio siglo, es similar a la que encontramos en Aquaman, la más reciente producción fílmica de DC Comics y Warner Bros., con todo y un imponente despliegue visual y derroche de efectos especiales.
Para remitirnos al origen del personaje de Aquaman, el prólogo se remonta al improbable e ineludible romance entre Atlanna,
Reina de Atlantis (Nicole Kidman, digitalmente rejuvenecida Marvel style y, personalmente, mi candidata favorita para un Razzie) y Tom Curry (Temuera Morrison), “Rey” del faro que custodia. Su amor, prohibido por Atlantis, engendrará un niño que sólo podrá ser protegido si ella regresa a su vida dentro de la realeza subacuática. La premisa de telenovela continuará infiltrando todo lo que tenga que ver con la vida social de Atlantis.
Ya en el presente, y después de su aventura grupal en Liga de la Justicia, Arthur Curry (Jason Momoa) regresa a la casa de su padre y en menos de 24 horas, es reclutado por la Princesa Mera (Amber Heard) para intervenir en Atlantis, cuyo Rey pretende declarar la guerra al mundo terrestre que ha contaminado las aguas por décadas.
Con proverbial renuencia, no podría ser de otra manera, el héroe terminará aceptando el reto, que involucra la búsqueda global de un legendario tridente, que sin duda emula a Excalibur. Sin mapitas, ni flechitas como en los filmes de Indiana Jones, Arthur y Mera aparecerán a conveniencia en cualquier continente. Bajo el agua, bajo tierra y hasta el centro mismo del planeta. A veces en submarino, a veces en barco o a veces avión. A veces sólo porque sí. Todo con oportunos cambios de indumentaria, de acuerdo a lo que la situación requiera.
James Wan, que lo mismo puede dirigir con eficacia Juego del miedo (2004) o El Conjuro(2013), pero también bodrios como Rápidos y Furiosos 7 (2015), se desboca presentando las profundidades del océano con un artificioso estilo, que de forma inevitable nos remite a los más lamentables momentos de Episodio I: La Amenaza Fantasma (1999).
Las criaturas digitales marinas pululan e inundan la pantalla, incluidos temibles caballitos de mar, principalmente en la extensa y casi ininteligible batalla final. Wan recurre además a Patrick Wilson, actor en sus filmes de los expedientes Warren, para interpretar al Rey Orm, primero de los unidimensionales villanos de la película. El otro es Manta, encarnado por Yahya Abdul-Mateen II.
Entre los detalles que pueden resultar gratos, encontramos el score de Rupert Gregson-Williams. Su música en la película pareciese evocar los sensacionales sonidos de sintetizador creados por Jean-Michel Jarre en sus producciones setenteras, como Oxígeno.
Con cierta nostalgia, los más veteranos espectadores disfrutarán la presencia de Dolph Lundgren como el Rey Nereus. Curioso que quien interpretase a Drago en Rocky IV comparte la pantalla con quien interpretó a Drogo en Game of Thrones.
La confianza y grata ligereza que Jason Momoa imprime al personaje, lo convierte probablemente en el más relajado superhéroe del universo fílmico actual de DC Comics. Cool, pues. No tan azotado como el resto de sus compañeros de la Liga de la Justicia. Al final, Aquaman logra sostenerse a flote gracias a su presencia física y carisma.
Fuente: Cine Premier