En 2009, El amor de mi vida se conservaba como la última película dirigida por Jane Campion. A partir de ahí, la célebre cineasta neozelandesa ganadora del Óscar guardaría silencio durante 12 años. Ahora su regreso a la silla directiva acontece con una interesante propuesta. La película El poder del perro, un western dramático muy contemplativo y poco convencional que explora la psicología masculina, la masculinidad tóxica, la represión sexual y la búsqueda de la venganza. Todo aquello muy bien acompañado por un reparto estelar encabezado por Benedict Cumberbatch.
El guion de El poder del perro -aplaudida y galardonada durante la 78ª edición del Festival Internacional de Cine de Venecia y la 46ª edición del Festival Internacional de Cine de Toronto- está basado en la novela homónima de Thomas Savage. La historia, ambientada en Montana (EE.UU.) a principios del siglo XX, versa sobre los acaudalados hermanos Phil Burbank (Benedict Cumberbatch) y George Burbank (Jesse Plemons), quienes ostentan personalidades y objetivos de vida exageradamente distintos que los hacen entrar en un constante conflicto.
Juntos son copropietarios de un amplio rancho en el que se dedican a entrenar caballos y criar ganado. Cuando George se casa en secreto con la viuda del pueblo, Rose Gordon (Kirsten Dunst), Phil no puede evitar ocultar su desagrado ante la noticia y así comienza una tortura psicológica contra su nueva cuñada usando a su amanerado hijo Peter Gordon (Kodi Smit-McPhee), como la carnada en el anzuelo.
Aunque Jane Campion suele enfocarse en mujeres protagonistas, en esta ocasión la psique de un hombre se convierte en el núcleo narrativo de su obra. Pero sin dejar de lado la inadaptación social como parte de sus acostumbradas temáticas fílmicas. De esta manera, la interpretación de Benedict Cumberbatch se corona como el gran atractivo de la cinta gracias a un personaje con muchos matices y enraizado en una desagradable naturaleza humana.
Phil es un hombre inteligente, pero también es malévolo, intimidante, iracundo, mezquino, violento y machista. Características que, claro, sirven como fachada para ocultar un secreto que pone en peligro su virilidad y que deja al descubierto sus represiones sexuales. A través del personaje de Cumberbatch, la cineasta hace una reformulación del vaquero perfecto o el hombre-macho. Así afronta y cuestiona temáticas de actualidad como la masculinidad tóxica y la herencia homofóbica.
Tampoco hay que dejar de lado las interpretaciones bien delineadas de Jesse Plemons, y todavía más la de Kirsten Dunst y Kodi Smit-McPhee. Ellos figuran en la pantalla como la antítesis del personaje de Benedict Cumberbatch. Se convierten en las víctimas potenciales de sus ataques y que ponen en riesgo aquella poderosa fachada masculina del personaje. Sin embargo, Jane Campion deja clara una cosa, en El poder del perro no hay buenos ni malos, únicamente seres humanos atormentados por su entorno.
Algo todavía más sobresaliente es que el guion opta, en todo momento, por no revelar hacia donde se dirigen la historia junto con sus personajes. Se trata, entonces, de una obra que juega con las ambigüedades narrativas y el subtexto. Así nos permite, como espectadores, interpretar el argumento como mejor nos plazca aunado a una conclusión inesperada. En ese sentido, El poder del perro nos pide mantenernos con los ojos abiertos para analizar cada movimiento de los personajes. Todos, sin duda, están llenos de secretos e intenciones inciertas.
El nuevo ejercicio cinematográfico de Jane Campion también viene acompañado de una puesta en escena con paisajes alucinantes cortesía de la directora de fotografía Ari Wegner (Lady Macbeth, 2016). Sin embargo, toda esa inmensidad del paisaje árido estadounidense -la cinta en realidad se filmó en Otago, Nueva Zelanda- y los colores opacos acentúan la opresión que padecen nuestros protagonistas. Lo mismo sucede con la banda sonora de Jonny Greenwood -habitual colaborador de Paul Thomas Anderson- cuyas partituras nos mantienen angustiosos de que algo perverso está a punto de suceder.
Si bien la película se desarrolla apaciblemente, organizada en capítulos y que toma direcciones inesperadas, su punto débil radica, precisamente, en el montaje empleado. El poder del perro podrá parecer excesivamente larga debido a su tono contemplativo donde parece que nada sucede. Pero no es que nada suceda. La película nos exige sumergirnos en la psicología de cada personaje y la violencia psicológica que permea a su alrededor. La cineasta opta por deshacerse de todo indicio de violencia física para llegar al clímax.
Pese a ese detalle, El poder del perro funciona como una acertada deconstrucción del western clásico. Cuestiona el significado del ideal de la masculinidad y toma como referencia la psique masculina, presa constante de impulsos incontrolables, deseos y sentimientos reprimidos. Asimismo, y casi al final de la cinta, se nos recuerda que en los juegos de poder y de venganza, no sobrevive el más fuerte, sino el más inteligente.
Fuente: Cinepremiere/ Brenda Medel