El caso del nuevo universo de Marvel planeado por Sony es extraño ya que, con dos intentos lanzados al mercado, sigue sin encontrar su camino. Es probable que nunca se encuentre una respuesta a los cuestionamientos sobre la evidente falta de solidez en esta franquicia naciente.
Pero, a botepronto, sólo se puede pensar en una causa, por más trillada que suene: falta de libertad creativa. La película Venom 2: Carnage liberado es prueba de que, al menos en pequeñas dosis, una visión firme puede sacar a flote un proyecto condenado al fracaso. Eso sí, no hay que celebrar demasiado, pues el todo se sigue presentando como una mezcla de elementos un tanto apresurada. Algunas decisiones son innecesarias, pero el proyecto tiene momentos genuinamente inspirados y cumplidores.
Hay que reconocer que, cuando se estrenó la primera parte de la historia de Eddie Brock y el simbionte alienígena, lo más decepcionante fue que el estilo de Ruben Fleischer permaneció oculto en todo momento. La ironía e irreverencia que el realizador manejó a la perfección en Tierra de zombies quedaron atrás. Así se dio paso a una buddy comedy unida –a duras penas– con un thriller de ciencia ficción. Sin duda habría sido interesante ver el resultado de combinar la oscuridad inherente al personaje de cómic con las herramientas narrativas que Fleischer utilizó previamente en su filmografía. Pero lo que se obtuvo fue algo poco propositivo.
También es cierto que lo anterior no significa que la primera Venom no es disfrutable, porque sí lo es. Si se acepta que lo que se ve está rebajado en intensidad, la experiencia es agradable. La cinta se deja ver si no se le exige demasiado.
Con la secuela sucede más o menos lo mismo. Excepto porque, en esta ocasión, sí son perceptibles destellos de innovación, mismos que se derivan del involucramiento de Andy Serkis tras la cámara. Es innegable que el también actor británico posee un aura oscura y misteriosa que se hace presente en todos sus proyectos, ya sea interpretando personajes o dirigiendo, cuestión que fue muy notoria, por ejemplo, en Mowgli (2018), donde se les dio a los cuentos de Rudyard Kipling un tratamiento más crudo y realista.
Aquí, el cineasta no escatima en recursos al ofrecer a la audiencia escenas imponentes, aterradoras y visualmente impresionantes, que mantienen la crudeza antes mencionada. Mención aparte para la ensordecedora –en el buen sentido– e inmersiva mezcla de sonido, la cual abona al impacto. Cuando es momento de tomar las cosas en serio, todo resulta gratificante. Por otro lado, la experiencia de Serkis con la tecnología motion capture es un punto a favor para la película Venom: Carnage liberado, pues los gráficos esta vez tienen un gran nivel de detalle a comparación del primer filme.
Dejando de lado esta agradecida adición de sustancia, está la historia de base, escrita por el propio protagonista, Tom Hardy, junto con la guionista Kelly Marcel. El encuentro entre Venom y el asesino serial Cletus Kasady (Woody Harrelson, sobreactuado pero inquietante) sólo es un pretexto para empujar el espectáculo. El camp sigue ahí, y viene acentuado. Hay que dejarse llevar. Sin embargo, el gran tropiezo de la producción radica en reducir a los personajes de Michelle Williams y Naomie Harris a un nivel secundario, sin aprovechar el potencial que ambas actrices poseen. Otro aspecto que no cuadra tanto es la inserción de una sorpresiva escena poscréditos que sí es divertida, pero que está fuera de lugar. La mano del estudio permanece en gran medida.
La película Venom 2: Carnage liberado no lucha por corregir lo que hizo su antecesora. Por el contrario, abraza ese subibaja de tonalidades y lo convierte en su estandarte. Al final, es cine de superhéroes. Entretenimiento puro. Y lo sabe bien. Además, hace justicia a su título, presentando un villano sumamente amenazador.
Fuente: José Roberto Landaverde/Cinepremiere