Hollywood está enamorado de sí mismo. La nostalgia por la “vieja escuela” de producción de cine cada vez tiene más presencia en producciones estadounidenses. Y lo cierto es que la tendencia está lejos de terminar, pues la fórmula aún es efectiva y el público se rinde ante las cintas que detallan el día a día en un set de filmación. Así, llega a las salas la película La última estafa, la cual aprovecha lo mencionado anteriormente, aderezando todo con un elenco encabezado por tres actores veteranos y oscarizados. Bajo el velo de la hilaridad, el conjunto se dispone a servir como máquina del tiempo, pero también como una crítica –confusa y sólo a ratos bien lograda– a la industria actual.
Max Barber y Walter Creason (Robert De Niro; Zach Braff) son dos productores sin suerte que, además de recibir pésimas reseñas por su más reciente proyecto, están endeudados hasta el cuello. ¿La razón? Solicitaron la ayuda de Reggie Fontaine (Morgan Freeman), un gangster prestamista, con el afán de solventar gastos en su estudio. Para lograr salir del embrollo económico, Barber, desesperado, idea un arriesgado plan que involucra al intérprete retirado Duke Montana (Tommy Lee Jones) y el rodaje de un western.
El largometraje no aporta nada nuevo en general, salvo por lo bien estructuradas que están las secuencias “tras bambalinas” y algunas de las bromas dedicadas a la profesión de crear historias para la pantalla grande. Por otro lado, el guion se recarga bastante en comedia de pastelazo y chistes genéricos. Esto no quiere decir que la cinta carezca de momentos divertidos. Sí los tiene, pero no se deben a su escritura, sino al buen trabajo de quienes protagonizan.
De Niro, Freeman y Jones, sorprendentemente, son quienes mantienen a flote la película La última estafa. Decir que sus actuaciones sorprenden no es poner en duda su capacidad, sino que, contrario a lo que sucede con otras ofertas centradas en adultos mayores reviviendo viejas glorias o cometiendo atracos, aquí sí es perceptible un esfuerzo por entretener a quienes pagaron un boleto. Asimismo, la energía y habilidad cómica de Kate Katzman brillan constantemente, aunque el material que se le dio no es el mejor.
Como director, George Gallo no destaca, ya que en ningún momento se siente que cuente con un estilo propio. Lo que hace es ponerse en piloto automático y dejar que los demás hagan lo suyo. Bueno, por lo menos tuvo que haber aprobado y supervisado el atinado casting… a menos de que eso haya sido decisión de los productores.
La película La última estafa cumple a medias: su idea es buena y, de no ser por su perceptible manufactura comercial y prefabricada, tal vez pudo desarrollarse de mejor manera. No ayuda que algunos personajes estén por demás caricaturizados o que el diseño de producción y la fotografía de Lukasz Bielan hagan que todo luzca como película para televisión o directa a video. Esta última estrategia de distribución sí se hizo efectiva en el Reino Unido y algunas partes de Estados Unidos. Sin embargo, Gallo y Josh Posner logran construir dentro de su guion una denuncia directa –aunque por momentos torpe– al desafortunado sexismo que todavía se da en las altas esferas del ámbito fílmico. Además, el tono aligerado, las divertidas y absurdas escenas que involucran un caballo, un decente mensaje de resiliencia, la química entre los estelares, así como las referencias al cine serie B y a un sinfín de filmes clásicos, son muy rescatables. Se trata de una sátira que sabe bien lo que es.
Fuente: Cinepremiere/ José Roberto Landaverde