Era una tarde cualquiera en la Ciudad de México. El 30 de mayo de 1984, Manuel Buendía salía de la redacción del periódico Excélsior tras un intenso día de trabajo. Su columna Red privada, como siempre, había sido entregada a tiempo y, a esas horas, ya debía estar imprimiéndose entre las páginas del diario. Sin embargo, sus polémicas opiniones no serían lo que ese día sacudiría al público mexicano. Cinco disparos a quemarropa pusieron fin a la historia de uno de los periodistas más celebres de México. Su muerte, “el primer asesinato de la narcopolítica en México” –como lo bautizó Miguel Ángel Granados Chapa– abriría una herida que hoy, a 37 años de distancia, ha sido imposible de curar.
Manuel Alcalá estaba sumergido, como siempre, entre miles de recortes de periódicos y notas de prensa. Su pluma tenía la encomienda de escribir el guion de Museo, la nueva película del cineasta mexicano Alonso Ruizpalacios (Güeros). Pero esta historia –sobre el famoso robo al Museo Nacional de Antropología e Historia en 1985– era tan fascinante que costaba trabajo delimitarla en una sola línea de investigación.
Entre las piezas hurtadas surgió el nombre de la Princesa Yamal, lo que detonó la idea de crear el documental Bellas de noche, de María José Cuevas. Al otro lado de la portada que comunicaba el hallazgo de lo robado, un encabezado señalaba a un hombre como culpable de un famoso crimen. “Zorrilla culpable”, decía aquella nota, en letras enormes, sobre el asesinato del periodista Manuel Buendía. Y la curiosidad de Alcalá –que lo llevó de un museo al cabaret, y viceversa– ahora lo ponía frente a una nueva historia por investigar. “Fue una gran coincidencia”, dice el hoy director del documental Red privada: ¿Quién mató a Manuel Buendía?. “Y yo de chismoso, haciéndome un montón de preguntas, empecé a dar un paso tras otro… hasta llegar a él”.
Célebre por su olfato periodístico, Manuel Buendía tenía una forma peculiar de hallar una historia que incendiara la opinión del público. Siguiendo con detenimiento lo que se publicaba día a día en los periódicos nacionales, el comunicador sabía encontrar la conexión entre las notas firmadas por sus colegas y cómo plantearse las preguntas adecuadas para llegar a historias más profundas.
“Mi padre, Fernando Alcalá, y su padre, Fernando Alcalá Batres, fueron periodistas”, recuerda el guionista de Museo. “Yo crecí en un entorno donde se buscaba [una noticia], donde se iban hilando historias y se buscaban datos que te llevaran hacia un camino relevante. Nunca sabes cuál será tu guía, ni por qué. Para esta investigación, el nombre de Zorrilla fue el detonante para perseguir este caso. Y ya que tenía eso, me tuve que tirar al precipicio”.
“Mire, si alguna vez yo fuera víctima de algún asesinato”, dijo alguna vez Manuel Buendía, “y pudiera pronunciar mis últimas famosas palabras, sólamente diría esto: merecido me lo tenía”. Y es que, a lo largo de su destacada y prolífica carrera, el periodista michoacano nunca estuvo exento de polémica. Ni tampoco de enemigos. De la CIA a los Tecos de Guadalajara. De gobernadores corruptos a la narcopolítica mexicana. “Cuando matan a Buendía, la primera investigación arroja 980 posibles culpables”, recuerda Alcalá. “Hicieron un recuento de toda la gente a la que él había denunciado en sus columnas; desde Juan Gabriel hasta Ronald Reagan”.
Fascinado con las letras escritas por Buendía, Manuel Alcalá fue descubriendo algo igual de cautivador que aquel trabajo periodístico: la personalidad de su pluma firmante. “Tras leer sus columnas, sentí que no existía nada igual”, afirma el guionista. “Él era un tipo en gabardina, con lentes oscuros y cigarros; un periodista que iba armado todo el tiempo. Que se sentaba siempre con la espalda contra la pared. El personaje que era me atrajo muchísimo. Y aunado a su contexto histórico, y a la gente que él denunciaba, aún me atrae para hacer una ficción sobre él”.
Sin embargo, Alcalá reconoce que “la historia de Buendía tiene tantos elementos tan peculiares que, si la escribes en ficción, no te la crees”. Desde las características del crimen –un asesinato ocurrido a las seis de la tarde, en una popular avenida– hasta la forma en que sacudió al periodismo mexicano y a la sociedad de este país; sin olvidar, claro, a los presuntos responsables: desde altos funcionarios en el poder, como José Antonio Zorrilla, entonces director de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) o Manuel Bartlett, secretario de gobernación durante el sexenio de Miguel de la Madrid, o hasta Juan Rafael Moro Ávila, policía, actor de videohomes, stunt y hasta rockero.
Manuel Buendía siempre sostuvo que “los dos males del periodismo mexicano son la solemnidad y la mediocridad”. ¿Cómo crear una historia sobre él que rindiera homenaje a su memoria y quedara alejada de ambos extremos? Para Manuel Alcalá, el reto más grande de Red privada llegó en la etapa de edición. “Ahí fue donde más sufrí”, confiesa. “Durante la investigación y la realización te llenas de tantas cosas, y te emocionas con tantos elementos del personaje o de los casos que persiguió. Tuve la fortuna de trabajar con Jonás Fregoso y con Yibrán Asuad –ganador del Oso de Plata a Mejor edición por Una película de policías (de Alonso Ruizpalacios)–. Ambos me acompañaron a tomar decisiones para cortar cosas que yo no tenía el corazón para quitar. Hubo algunas pistas del asesinato que no pudimos sustentar o visualizar. O también un caso muy grande sobre Pemex que Buendía estuvo a punto de resolver pero tuvimos que dejarlo fuera. Me dolió mucho. Pero obedecía más a una cuestión narrativa que a una tesis”.
Producido por Inna Payán (Los lobos; La jaula de oro) y Gerardo Gatica (Selva Trágica; Ya no estoy aquí), Red privada: ¿Quién mató a Manuel Buendía? construye un contexto sociopolítico de México a través de las voces de funcionarios públicos, agentes de la DEA y la Interpol, así como de colegas del periodista –como Sergio Aguayo, Virgilio Caballero, Félix Fuentes, Elena Poniatowska y Carmen Aristegui, entre otros–.
A ellos se une la voz de Daniel Giménez Cacho, quien narra en la pantalla algunas de las letras escritas por Buendía en su paso por la prensa mexicana. “Uno de los tesoros más grandes que encontré fue la Fundación Manuel Buendía”, cuenta Alcalá. “Su archivo tiene desde columnas con apuntes y correcciones a mano, hasta los recortes que él hacía; su gran instrumento de trabajo. Diariamente recortaba periódicos y hacía las conexiones entre una nota y otra”.
Inspirado en el cine del documentalista Erroll Morris (La delgada línea azul), Manuel Alcalá fue hilando las palabras de Buendía con distintos recursos narrativos para hacernos parte de su investigación. “Yo quería tener un documental que, visualmente, respondiera de alguna forma a la mente de Buendía”, afirma el cineasta. “Por eso usamos animación, maquetas, recreaciones, fotografías, dibujos, clips de películas y hasta animación en stop motion [dirigida por Samuel Kishi (Los lobos)].
Con toda una investigación plasmada en la pantalla, Red privada nos hace reflexionar sobre quién fue realmente el asesino de Manuel Buendía. Invariablemente, el caso terminará mirando hacia un par de nombres que, por casi 40 años, han sido señalados como los autores intelectuales de aquel crimen: José Antonio Zorrilla y Manuel Bartlett.
En su proceso de investigación, Manuel Alcalá tuvo largas conversaciones con ambos. Si bien, ambas charlas no figuran en el metraje final del documental, ambas se convirtieron en piezas fundamentales para afinar la construcción narrativa de la cinta. “Una de las primeras cosas que hice fue hablar con Zorrilla en la cárcel”, cuenta el cineasta. “Fui a verlo a Santa Martha y después, en su casa, tuve varias conversaciones con él tras su liberación. Él es un tipo muy culto. Es un político que subió a la cima del poder por sus propias habilidades. Y sí, al final no quiso aparecer en el documental pero sí me ayudó a contextualizar muchísimas cosas«.
Sobre el poderoso hombre del gabinete de Andrés Manuel López Obrador, Alcalá nos cuenta: “Hubo una larga entrevista con Manuel Bartlett donde él expone su versión de los hechos –como lo ha hecho en un libro que escribió, y en una carta dirigida a Granados Chapa–. En el documental lo que hacemos es exponer la conexión que hubo entre él y la DFS; quizá la conexión más grande [de todo el caso] y dejamos que el público la vea. La verdad es que no hay pruebas contundentes en su contra. Pero sí presentamos los nexos [más relevantes de esta historia]. Al final, como dice Carmen Aristegui, Manuel Bartlett ha sido todo, menos presidente. Entonces lo exponemos tal cual lo hemos visto siempre”.
Fuente: Cinepremiere