A estas alturas, la mayoría del público ya ha visto al menos una de las películas de la franquicia de El conjuro. Así sea la historia original de Ed y Lorraine Warren de 2013 dirigida por James Wan, o alguno de sus spin-offs: desde la muñeca Annabelle hasta La Monja con Demián Bichir. Ahora llega la película El conjuro 3 para completar la trilogía original… aunque podría no ser la última.
Michael Chaves reemplaza a James Wan en la dirección y no porque el realizador de las dos primeras no quisiera estar involucrado, sino que sus compromisos con Aquaman 2 no se lo permitieron. La elección de Chaves resulta curiosa porque él fue el encargado de La maldición de la Llorona, la película más floja dentro de la franquicia de El conjuro. Además, El conjuro 3 es la única película que no produjo Peter Safran, la mano derecha de James Wan.
Aunque no está a la altura del trabajo de James Wan –quien se ha hecho de un nombre sólido dentro de la generación de directores de terror de Ari Aster (Hereditary), Robert Eggers (La Bruja) y Jordan Peele (¡Huye!)–, lo que logra Chaves aquí sí es superior a La maldición de la Llorona. La primera secuencia de la película El conjuro 3, el diablo me obligó a hacerlo nos presenta un exorcismo infantil con todo y contorsiones incluidas. Chaves, sin embargo, abusa a lo largo no sólo de esta escena sino de toda la película de un excesivo apoyo en el diseño de audio: hasta una simple tela suena extremadamente fuerte.
La cinta abre, como la mayoría de las películas que buscan aprovecharse de este recurso, con la leyenda de que está basada en hechos reales. Pero a diferencia de las películas anteriores, es imposible no preguntarse a los pocos minutos de haber comenzado: ¿En serio pasó todo eso y justo así? Es claro que no fue así, ya que existirían muchos testigos -y no sólo las grabaciones de los Warren- que podrían corroborar estos eventos, los cuales son de una magnitud tan extrema como un cuerpo que levita frente a varias personas.
Sin embargo, la historia batalla para mantenernos interesados en el caso que están estudiando los Warren, pues éste los lleva del juicio del acusado, a una investigación sobre el asesinato de unas chicas que no tienen nada que ver con el hombre encarcelado. Es ahí en donde, como audiencia, nos desconectamos del primer caso, pues seguimos atentos a lo que descubra la pareja de investigadores sobrenaturales, pero eso no impide que nos haga preguntar sobre la necesidad de salirnos del caso principal.
Un detalle que hace diferente a la película El conjuro, el diablo me obligó a hacerlo de otras anteriores, es su diseño de producción. Aquí éste apela al uso de la oscuridad como recurso para provocar una atmósfera más tétrica, pero resulta en algunos momentos poco creíble. Por ejemplo, una escena en la que dos personajes, en su casa, leen documentos con tan sólo un foco iluminado… No hay necesidad de exagerar si tu guion ya tiene suficiente misterio.
Quienes siguen sorprendiendo por la gran química en pantalla son sus protagonistas, Vera Farmiga y Patrick Wilson. Ambos demuestran ser una de las parejas más románticas dentro del cine de género, lo cual es un aspecto único y sin duda una clave de la franquicia. Por su parte, el resto del reparto cumple sin sobresalir demasiado.
Al final, la película El conjuro, el diablo me obligó a hacerlo no está a la altura de los dos capítulos previos dirigidos por James Wan, pues por ratos se percibe similar a un episodio de La Ley y el Orden Intento Criminal con un gran presupuesto. Aunque no por ello deja de ser una obra con valores de producción pocas veces vistos en un género que usualmente apela a la poca cantidad de recursos empleados en pantalla. El conjuro sigue siendo un universo redituable para los fans y una oportunidad para mantener a la franquicia de los fantasmas y los muertos más viva que nunca.
Fuente: Cinepremiere/ Alejandro López Aguirre