Los remakes live action de Disney son un tema complejo. ¿Son versiones inferiores que sólo buscan capitalizar la nostalgia o intentos sinceros de traer historias clásicas a una nueva generación? Sin importar qué postura tomemos, siempre será cuestionable el valor de rehacer algo que ya funcionaba en su versión original. Pero entonces llega la película Cruella, que tiene un objetivo tan alejado al de 101 Dálmatas que nos hace cuestionar su existencia por las razones contrarias. ¿En serio van a intentar que nos encariñemos con la mujer que mata perros y los usa como abrigos?
La respuesta es que los realizadores no son tontos: avientan todos los recursos a su alcance para que empatices con Cruella (Emma Stone). ¡Pasado trágico! ¡Actriz carismática! ¡Sueños y talento! ¡Amistades entrañables! ¡Doble personalidad para justificar la maldad del personaje! ¡Villana con una actitud cercana a la Cruella que conocemos! Quizá sea desesperado y extremo, pero lo sorprendente es que nunca se siente innecesario, saturado o flojo. Humanizar a Cruella De Vil no es tarea sencilla, así que cualquier matiz sirve, todo contribuye. Gran parte del mérito lo tiene Emma Stone, que carga con todos los elementos de la cinta y se permite ir a donde sea que el personaje la lleve. Su actuación es carismática y humana, pero sobre todo divertida.
La película toma lugar en la década de los 70 en Londres y sigue a una joven Cruella que se abre paso en el mundo de la moda. Realizada con un gusto exquisito, hay secuencias enteras dedicadas a sus vestuarios monumentales. Otros momentos de la historia hacen énfasis en su diseño de producción cuidado y cambios de personaje representados completamente con su maquillaje y peinado refinado. La atención al detalle es impecable y la película sabe aprovecharlo a su favor. La cinta dura más de dos horas, un tiempo un poco excesivo, pero el apartado técnico contribuye a que en ningún momento le quites los ojos de encima. Su selección de canciones de licencia también ayuda a mantener el ímpetu y ritmo, aunque algunas de las elegidas se sientan un poco obvias y en ocasiones nos saquen por un momento de la inmersión de la cinta.
El filme hace tan buen trabajo en darle un arco satisfactorio a Cruella, que deja un sabor de boca amargo cuando nos recuerda las apariciones anteriores del personaje.
Ésta es una historia sobre el poder que tenemos de cambiar nuestra propia naturaleza, sobre el valor de esforzarse por ser mejores, sin caer en la comodidad del pasado o lo que otros hicieron. Es un buen mensaje y está bien contado, pero la película se contradice cuando nos redirige al modelo de las películas live action de Disney. Tenemos que regresar a lo familiar, tiene que volver a ser una historia sobre la Cruella de Vil que conocemos, sin importar si eso encaja con la historia que acabamos de ver. Esto resulta en un epílogo que se siente como una traición de sus ideas por un poco de nostalgia. Es un detalle menor pero que nos dejó un poco confundidos conforme corrieron los créditos.
El peor defecto de la película Cruella es llamarse Cruella. Su nombre la obliga a tratar de encajar en un molde que en ocasiones la limita y ensucia su mensaje innecesariamente, pues la historia es lo suficientemente fuerte para mantenerse por sí sola. Dicho eso, es sorprendente lo que Craig Gillespie y su equipo logran hacer dentro de las limitantes de la propiedad intelectual que tienen en las manos. Cruella logra su objetivo y lo hace de una forma divertida e interesante: constantemente cambia de dinámica para mantenerse fresca, desde una película de atracos hasta una mini-versión de El diablo viste a la moda. Constantemente presenta ideas que, aunque no sean nuevas, están realizadas con estilo y mucha personalidad.
Su visión es tan evidente y clara, que sobresale por encima del filtro de la nostalgia de Disney. Es un paso en la dirección correcta para los remakes live action; ojalá lo mantengan.
Fuente: Cinepremiere