Escupir al cielo tiene sus amargas consecuencias. Lo sabe bien -y lo vive ahora- el presidente de la Junta de Gobierno y Coordinación Política del Congreso local, Jorge Aguilar Chedraui, quien poco a poco empieza a ser reducido a figura de ornato en el Legislativo, una herencia incómoda del morenovallismo, todo él un caso y un claro ejemplo de que el protagonismo desmedido, la indisciplina y las ínfulas de erigirse como “carta fuerte” del grupo en el poder, pueden costar la cabeza y, en un descuido, hasta el exilio de la burbuja gobernante en Puebla.
El ex secretario de Salud -que dejó más pendientes y oscuros pasajes que logros dignos de relatarse- fue imprudente al suponer que podía manotearle en la mesa al gobernador Tony Gali Fayad.
Quiso ponerse a su altura.
No se da cuenta que debe alzar el cuello y ponerse de puntillas para buscarle la mirada.
Por eso comienza a ser sustituido desde Casa Puebla, en la práctica, como el negociador y líder de la mayoría en el Congreso.
Ya no es el hombre del gobernador en el Legislativo.
Esas labores ahora recaen en los hechos en Mario Rincón González, personaje cercano al galicismo, único diputado invitado a las reuniones de gabinete y quien se perfila para llegar ya sea a la presidencia de la Comisión de Seguridad o a la de Gobernación y Puntos Constitucionales, para operar los temas del titular del poder Ejecutivo.
Para nadie es un secreto que Aguilar Chedraui se fue de la lengua, y si de verdad tenía posibilidades de alcanzar su sueño a la alcaldía capitalina en 2018, por ahora esas son ya solamente cenizas de una fantasía.
De mesa en mesa, se la pasó diciendo que sería el “contrapeso” al gobernador Gali desde el Congreso. Algo que ni en sus peores arranques de soberbia se atrevió a asegurar respecto a Rafael Moreno Valle.
Con ese hablar chocante, petulante y desdeñoso hacia los demás, Aguilar Chedraui aseguraba, en privado y a veces en público, que él era tan poderoso como el nuevo gobernante.
Sin embargo, no ocurrió ni ocurrirá.
De entrada, su mayor protector ya no está y éste es, además, el primero en respetar la independencia y autonomía del nuevo gobierno y a su líder.
La bien conocida arrogancia de Jorge Aguilar lo ha llevado a ser una especie de Judas en la mesa de los apóstoles poblanos en el mandato que recién comenzó.
Se lo ganó a pulso.
Ha olvidado cumplir con las formas y con el fondo.
Aquellas que en otro tiempo le posibilitaron el crecimiento, desde sus años como secretario particular de Rafael Moreno Valle en la entonces súper Secretaría de Finanzas y Desarrollo Rural, en los tiempos de Melquiades Morales.
Olvidó el viejo axioma melquiadista:”primero el uno y luego el dos“.
Pero sus excesos no se limitaron a despotricar contra el gobernador Gali, a quien acusa de faltar a su palabra y de incumplirle presuntos (e inconfesables) acuerdos.
También golpea al alcalde capitalino, Luis Banck Serrato.
Lo menosprecia en público y especialmente goza hacerlo en privado.
Aguilar Chedraui vive rumiando sus rencores.
Sus berrinches le están costado caro.
A pesar de que le han enviado desde el poder varios avisos, no ha atinado a reaccionar.
Todavía así dice que ”el bueno para 2018″ en la alcaldía es él y solamente él.
Se enfurece ante la posibilidad de que Banck o Mario Riestra compitan en la boleta.
Dice que es su tiempo y su turno.
Que se la “deben”.
Eso cree.
Eso defiende.
Pero ha equivocado los tiempos, los modos, y confundido los escenarios.
Se extravió.
Podría haber sido útil, muy útil, al galicismo en el Congreso y convertirse en el mandamás absoluto del Poder Legislativo.
Con Eukid Castañón en San Lázaro y Patricia Islas en el Senado, supliendo a Javier Lozano, no tenía obstáculos.
Ya no tenía que compartir decisiones ni reflectores.
Pero equivocó el rumbo.
Las revelaciones en su contra por la corrupción en los tiempos en que encabezó la Secretaría de Salud, apenas son una advertencia.
En esa dependencia empiezan a borrarse por completo las huellas de su paso.
Incluso, el logotipo “Puebla Sana“, que ideó y con el que se promocionó electoralmente, se comienza a eliminar por completo de las ambulancias.
Hoy, para Casa Puebla, Jorge Aguilar está fuera de la jugada.
Se le da el mismo trato que merece un defenestrado.
Son avisos de que algo peor podría venirle encima a él y a sus cercanos, sus operadores, sus prestanombres.
El fuego amigo que recibe ha comenzado a ser muy bien visto por sus adversarios de otros partidos.
Lo festejan.
Es motivo de regocijo.
Y es que el ex titular de Salud, hay que reconocerlo, no tiene en la popularidad y el buen trato, las mejores de sus cualidades.
Cuentan quienes lo ven a diario que últimamente algo en él es muy notorio: su tic de tocarse constantemente las caras y lujosas mancuernillas se ha incrementado.
Son ahora también más recurrentes sus acomodos de la corbata.
Se ajusta la mano derecha al cuello, ampliando el espacio entre el índice del pulgar, como quien se fuera a ahorcar.
Pero sólo lo hace para acomodarse la prenda.
Podría ser estrés.
Seguramente son nervios.
Los nervios de saber que saben -como diría el clásico- lo que hiciste el verano pasado.