Más allá del optimismo desbordado y la euforia de ocasión que muestran muchos priístas de cara a la lucha por la minigubernatura de Puebla, muy malas señales ha recibido en los últimos días por parte del gobierno federal la virtual candidata del tricolor, Blanca Alcalá Ruiz.
Y es que a pesar de que el pasado 2 de febrero el presidente Enrique Peña Nieto vino a darle un contundente espaldarazo político, en los hechos ese “apoyo” no se ha materializado, al menos hasta hoy; al contrario, pareciera que hay ciertos grupos al interior del régimen priísta que buscan o descarrilar u obstaculizar el camino de la candidata en ciernes.
Se sabe, por ejemplo, que Blanca Alcalá puso algunas condiciones para aceptar entrarle a la batalla por Casa Puebla.
Algunas de esas condiciones tenían que ver con el poder “meter mano” en varias de las delegaciones federales, como parte de sus negociaciones con quienes le disputaron la candidatura y en la lógica de una obvia repartición de cuotas –“Operación Cicatriz”, le llaman- a los grupos priístas que supuestamente se comprometerán a apoyarla en la campaña.
En ese sentido, hace un par de semanas Blanca Alcalá había acordado con el secretario de Gobernación federal, Miguel Ángel Osorio Chong, por la vía del oficial mayor de la Segob, Jorge Márquez, que la vacante delegación en Puebla de esa dependencia -estratégica para el control político- recaería en una persona elegida por ella.
Alcalá propuso a la dirigente estatal del PRI, Ana Isabel Allende Cano, para esa posición; el movimiento permitiría allanar el programado arribo del ex senador Ricardo Urzúa al frente del partido y arropar –y seguir dando juego político- a Ana Isabel, seguramente llevando a la práctica aquel sabio consejo de que “a los amigos cerca, pero a los enemigos más cerca”.
En Gobernación federal le dijeron que sí, que no había ningún problema, que Allende Cano –quien en el proceso interno del PRI se la jugó con Enrique Doger- estaba “palomeada”, y que en breve se haría el nombramiento oficial.
Pero enorme fue la sorpresa de Blanca Alcalá cuando unos días después se enteró, a través de los medios de comunicación, que por instrucciones de Osorio Chong, se designó a Juan Molina Arévalo como nuevo delegado de la Segob en Puebla, posición que este personaje ya había ocupado de julio de 2013 a agosto de 2014.
De más está decir que la extraña –por decir lo menos- decisión del secretario de Gobernación federal cayó como gancho al hígado en el ánimo del equipo de la virtual candidata del PRI, aturdida por el madruguete, pero más por el incumplimiento de un acuerdo en firme con quien supuestamente va “con todo” para ganarle al gobernador Rafael Moreno Valle, como no se ha dejado de presumir en columnas políticas.
Una fuente confiable asegura que, entre la indignación y la sorpresa, Blanca Alcalá todavía preguntó personalmente en Bucareli por qué no sólo no le respetaron esa posición que ya estaba “planchada”, sino que le impusieron a un delegado totalmente ajeno a sus intereses y proyecto, como el citado Molina Arévalo, un auténtico cero a la izquierda.
“Fue un error”, le respondieron, sin que ella, sin embargo, se tragara el cuento.
Sí, cuento porque es muy difícil que en Gobernación federal puedan “equivocarse” de esa forma, cuando además, como todo mundo sabe, en política no hay casualidades.
¿Un “error”, un mensaje o un anticipo de la serie de contradicciones y pésimas señales que le esperan a la ex alcaldesa de Puebla de aquí al 5 de junio?
De ahí la pregunta:
¿De verdad Osorio Chong apoya a Blanca Alcalá?
¿O será que todo esto forma parte de una puesta en escena; vaya, de una simulación mayor, de la que la primera –pero no última- víctima viene siendo la virtual candidata del PRI?
Ésa, la misma a la que en el epicentro del poder federal juran y perjuran que respaldan “con todo”, pero a quien en los hechos descobijan –y exhiben- a la primera provocación, dándole lo que vulgarmente se conoce como “atole con el dedo”.
¿O me equivoco?