No cabe duda que el grupo en el poder es el más feliz con la fiebre de los “independientes” en Puebla. Y es que, al cierre del plazo legal, fueron siete –sí, siete- los aspirantes que presentaron su correspondiente carta de intención.
En esos siete están incluidos, por supuesto, los “patiños” morenovallistas y las “comparsas” del PRI.
El fenómeno es curioso y no deja de llamar la atención, pues, en los hechos, solo uno o ninguno alcanzará el registro oficial.
Entre otras causas, porque Ricardo Jiménez, Ana Teresa Aranda, Ricardo Villa Escalera, Leodegario Pozos, Marco Mazatle, Rubén Hernández y –la totalmente desconocida- Carolina López están duplicando esfuerzos.
Y algo peor: dificultando ostensiblemente la recolección de las 130 mil firmas que cada uno requiere para poder aparecer en la boleta el próximo 5 de junio.
El escenario es patético por donde se le quiera ver.
Salvo alguna excepción, su presencia en redes sociales es ínfima, por no decir nula.
Los “independientes” de Puebla lucen: 1) desinformados, 2) desvinculados de la sociedad a la que buscan representar, 3) sin movilidad mediática y social, y 4) totalmente carentes de un discurso que atraiga al elector que no comulga con los partidos políticos y que está harto del monólogo y de los modos del poder en general.
A unos los mueve el odio, a otros el interés económico y a algunos más, inconfesables nexos con Casa Puebla o con el PRI, según sea el caso.
Es decir, en esencia están haciendo exactamente lo contrario a lo que marca el manual del candidato “independiente”.
Ninguno (a) se ha consolidado como “marca”, y menos han sabido guardar congruencia entre su personalidad y su estrategia, si es que cuentan con alguna.
Peor tantito: la transparencia no ha sido hasta hoy precisamente su mayor virtud, pues han evitado hasta la ignominia explicar de dónde esperan financiar sus campañas, lo que ha abierto la puerta a diversas especulaciones, especialmente en el caso de Ricardo Jiménez y Leodegario Pozos, ambos con muy evidentes ligas con el morenovallismo.
La mano de Fernando Manzanilla, el cuñado “incómodo” –lo entrecomillo porque hay quien sigue sin creer su rompimiento con Casa Puebla-, se ve claramente detrás de Jiménez, quien fungió como su director de Promoción Participativa en sus tiempos como secretario General de Gobierno y como coordinador de Programas Sociales de Imagina México, de la que el esposo de Gabriela Moreno Valle es CEO.
El caso de Leodegario Pozos es aún más sospechoso: hace unos días aseguró a los medios de comunicación que contaba con el apoyo del citado Manzanilla, pero este, por alguna razón, salió a decir que no.
¿Qué pasó ahí?
¿Un problema de comunicación o un error de Pozos, quien se fue de la boca y habló de más?
Leodegario Pozos, quien por cierto se hace llamar “El Tigre de la Sierra”, ha estado siempre muy cercano al gobierno del estado.
En 2010 se le vio apoyando la candidatura del hoy gobernador, quien fue respaldado por la coalición “Compromiso por Puebla”.
Por si fuera poco, tiene un vínculo estrecho con un conocido morenovallista: su primo, el diputado del Partido “Compromiso por Puebla”, Manuel Pozos Cruz.
Pero entre los “independientes” también está, cómo no, la mano del PRI.
Véase si no el caso de Marco Antonio Mazatle, siempre identificado con los grupos de choque del tricolor, lo que se hizo muy visible durante la frustrada campaña a la alcaldía de Puebla de Enrique Agüera en 2013.
Un caso similar es el de Rubén Hernández, un auténtico desconocido a quien solo se recuerda por su efímero paso como secretario general del PRD, pero con marcados nexos con distinguidos próceres del PRI, como Javier López Zavala.
En 2012, por ejemplo, Hernández no tuvo empacho en llamar a votar a los “simpatizantes de izquierda” por el candidato de la alianza PRI-PVEM, el hoy presidente Enrique Peña Nieto.
El caso de la señora Ana Teresa Aranda es harto conocido: ella sigue militando en el PAN, por más que asegure que en abril de 2015 presentó una carta de renuncia a la dirigencia estatal de Acción Nacional, una carta que nunca fue notificada oficialmente al CEN panista. Incluso, por eso mismo, pudo formar parte en junio de 2015 de la planilla del aspirante a la dirigencia nacional albiazul, Javier Corral.
Si según ella ya había renunciado desde abril al PAN, ¿cómo es que en junio intentaba pertenecer al Comité Ejecutivo Nacional del PAN?
En términos legales, Ana Teresa Aranda incumple con el marco electoral que obliga a los aspirantes a obtener una candidatura “independiente” a renunciar a su militancia partidista con un año de anticipación.
Tan lo sabe Aranda, quien convalece de un accidente vial en la Sierra Norte, que ha buscado con insistencia jugar en al menos otras dos pistas: la del Partido Movimiento Ciudadano (MC) y la de Morena, ambas, sin embargo, ya descartadas.
El pasado fin de semana, el dirigente formal de MC, Dante Delgado, hizo público su pacto no escrito con el gobernador Rafael Moreno Valle y evidenció lo que ya se sospechaba: que su partido no irá en alianza con ningún otro.
Es más, hasta estaría en duda su participación en la elección de este 2016 en Puebla bajo el argumento de que sólo estará en juego un gobierno de menos de dos años. Lo más probable es que termine sumándose al morenovallismo a través de una candidatura común.
El caso de Morena es parecido respecto a Ana Teresa Aranda. Pese a que ha buscado llegar a un acuerdo con el dueño de la franquicia, Andrés Manuel López Obrador, por la vía del senador Manuel Bartlett –otrora acérrimo enemigo de la susodicha-, AMLO sigue sin dar su brazo a torcer.
El tabasqueño la ve con desconfianza, por más que ahora Bartlett, disfrazado de “demócrata”, se haya convertido en su apologista de cabecera.
Morena ya tiene candidato y se llama Abraham Quiroz Palacios, gris –pero firme- representante del “pueblo bueno” contra el “gobierno malo”.
Furibunda –y a veces pastosa y excéntrica- crítica de Rafael Moreno Valle, a quien siempre ha pretendido enfrentar desde el odio, no desde la inteligencia, Ana Teresa Aranda va a tener que jugarse su resto por la vía “independiente”, aunque le espera un largo, desgastante, costoso y tortuoso proceso legal para conseguirlo.
Sus amigos del PRI van a ayudarla, pero tal vez no sea suficiente.
El caso de Ricardo Villa Escalera, sin duda un viejo símbolo de ese PAN que ya no es ni será, merece –con todo respeto- poca atención.
El incipiente y poco representativo grupo que lo respalda, Opción Ciudadana, no pudo encontrar entre miles y miles de poblanos otra “opción” mejor que quien lleva los últimos años dando pena ajena.
Nadie con un poco de memoria olvida que en 1983 Villa Escalera ciertamente se enfrentó al sistema priísta y ganó en las urnas la elección a la presidencia municipal de Puebla, un triunfo que le fue arrebatado por la vía del fraude, uno de los más burdos que se recuerden en el estado.
Pero luego, víctima de su ambición, Villa Escalera entró a una especie del túnel del tiempo, en el que se perdió y desdibujó por completo pues lo mismo aceptó candidaturas del PAN que del PRD, y en ninguno de los casos logró gran cosa. Mariano Piña Olaya, Manuel Bartlett y Melquiades Morales le hicieron ver su suerte.
Extraviado en lo ideológico, empresario venido a menos –en 2009 estuvo en la cárcel tras haber vendido de forma ilegal maquinaria que había quedado como garantía de pago de liquidación a sus trabajadores de la fábrica “Industrias Victoria”-, Villa Escalera ha expresado no una sino varias veces su profunda admiración hacia López Obrador, a quien siempre ha buscado para que lo convierta en candidato a diputado, candidato a senador, candidato a presidente municipal o candidato a lo que sea, ya sea por el PRD –cuando AMLO todavía militaba en el sol azteca- o por Morena.
Ávido de protagonismo, ahora busca ser candidato “independiente”, pero con pocas o nulas posibilidades de conseguirlo, aunque cuenta con el apoyo, entre otros, de Gabriel Hinojosa, quien es tan “congruente” que, de haberse convertido en el primer alcalde de Puebla apoyado por el PAN –de triste memoria-, pasó a hacer campaña a favor del voto nulo, luego a ser candidato del PT (2007) a la presidencia municipal y después a apoyar en 2010 al candidato de “Compromiso por Puebla”, el hoy gobernador Moreno Valle, a quien ahora repudia.
Cuentan que Hinojosa esperaba que sus amigos de Opción Ciudadana lo eligieran a él como su carta para participar en 2016; cuando vio que el “bueno” era Villa Escalera, empezó a alejarse del grupo, tan fuerte era su “compromiso” con la causa “independiente”.
De hecho, ya ni siquiera acompañó a Villa Escalera al IEE cuando acudió, rodeado de dos o tres compadres y dos o tres comadres, a presentar su carta de intención.
En resumidas cuentas: lo de los “independientes” pinta para ser uno de los grandes fracasos de 2016 en materia electoral.
Obviamente nadie está en busca de ángeles ni de candidatos “puros”.
Es muy difícil, si no es que imposible, encontrar a un profesionista liberal o una persona reconocida en su comunidad, ajena por completo a los partidos y capaz de captar el voto del descontento y encabezar más que una campaña, un movimiento social.
Ninguno de los 7 que ha levantado la mano para convertirse en candidatos independientes reúne las características de los auténticos candidatos independientes.
Y es que ni están empoderados desde el punto de vista ciudadano ni mucho menos han sido capaces de iniciar la circulación de las élites políticas por otros medios.
Al proceso poblano llegan comprometidos, opacos, maniatados, o con consigna política partidista…
Que nadie se extrañe si solo uno o ninguno alcanza a aparecer en la boleta, pues a la fecha ninguno de ellos representa verdaderas alternativas claramente discernibles de los partidos.
No sé a quién quieren engañar, pero dudo mucho que los poblanos se dejen atrapar por el discurso fácil, frívolo y vacío de los aspirantes a las candidaturas “independientes”, quienes han encontrado inspiración en Jaime Rodríguez “El Bronco”, quien paradójicamente es todo menos un político “independiente”.
Ni siquiera pudieron ponerse de acuerdo entre ellos para lanzar a un solo candidato o candidata, como ha sucedido en otros lugares del país.
Más bien lucen como títeres de titiriteros mayores para prestarse al golpeteo o al desgaste, según sea el caso, de los virtuales candidatos del PAN y PRI a la minigubernatura, Tony Gali y Blanca Alcalá, respectivamente.
Quieren participar no para ganar, sino para ayudar a perder, y no son capaces de siquiera de decirlo.
Navegan entre las medias verdades y las mentiras completas.
En una sociedad transparente como la que dicen defender, Ana Teresa Aranda, Ricardo Jiménez, Leodegario Pozos y el resto deberían por empezar a decir cuáles son sus intereses asociados para que la gente sepa a quién le va a dar su voto y sabiéndolo, sin ocultamiento, sea perfectamente legítimo y válido que alguien, incluso representando intereses de otra naturaleza, pueda ser una buena propuesta y merecer votos.
De lo contrario van derecho al fracaso y, en algunos casos, al ridículo.
Como dice, y dice muy bien, el ex presidente del Consejo General del IFE –hoy INE- Leonardo Valdés Zurita, a final de cuentas, los candidatos “independientes” pertenecen a la clase política y buscan una posición política a través de la noble figura de las candidaturas ciudadanas, por lo que no se les debe sobrevalorar.
Son, en esencia, parte del mismo juego del poder; instrumentos que más que cuestionarlo o ponerlo en entredicho, ayudan a legitimarlo.
Por lo menos en el caso de Puebla así es y así será.