Mucho se especula sobre la postura que tendrá Enrique Doger Guerrero si no es el candidato del PRI a la minigubernatura de 2016.
En análisis de café se hacen mil escenarios dado su comportamiento en las últimas sucesiones, sobre todo la de 2010, cuando buscó con todo Casa Puebla pero Mario Marín impuso a su “delfín” Javier López Zavala como candidato.
¿Qué pasará con Doger el día que lo llamen ahí por principios de diciembre, si lo llaman, para informarle que con la pena pero el partido se la va a jugar con la senadora Blanca Alcalá?
¿Romperá?
¿Hará berrinche?
¿Se irá del PRI?
¿Se sumará a la larga lista de traidores que aparecen en el tricolor poblano de elección en elección?
¿Aparecerá como candidato “independiente”?
¿Como abanderado de Morena?
¿O, en el mejor de los escenarios, se disciplinará, tragará sapos sin hacer gestos y se sumará con todo, sin simulaciones, a la candidata?
La respuesta a todas esas preguntas parece que está en un nivel intermedio.
Y es que cuentan que de alguna manera Doger ya hizo llegar sus intenciones al Comité Ejecutivo Nacional en caso de que la decisión no lo favorezca.
El ex rector de la BUAP y ex alcalde de Puebla ciertamente no romperá con el PRI, por respeto, lealtad y gratitud a quien hoy considera su jefe, su amigo y guía político: Manlio Fabio Beltrones.
(También porque entiende que una decisión así es del presidente de la República, el “primer priísta” del país, Enrique Peña Nieto, y que ante eso, nada o muy poco hay qué hacer).
Bajo ninguna circunstancia le complicará el escenario ni dinamitará el proceso interno priísta con declaraciones mediáticas –muy a su estilo- denunciando una imposición, una cargada, un vil “dedazo”.
Asumirá que las circunstancias no lo favorecieron y, en el peor de los casos, aplicará el muy melquiadista consejo de ponerse una bolsa de hielo en la cabeza, pues, como dicen –y dicen muy bien-, uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla.
Sí, no fracturará al PRI, pero ojo: tampoco estará volcado en la campaña de Blanca Alcalá.
Es decir, ya mandó a decir que no aceptará ser vocero o coordinador de la campaña ni, como algunos han planteado, dirigente estatal del partido.
Y es que el riesgo es mucho.
Si Blanca Alcalá gana, el mérito sería exclusivamente de la senadora.
Pero si esta pierde, el gran culpable no sería otro que Enrique Doger, tanto si es coordinador como dirigente del PRI, lo que automáticamente lo sacaría de cualquier posibilidad de pelear en el 2018 por alguna de las posiciones en juego: la gubernatura de seis años, una senaduría o la presidencia municipal de Puebla.
(Cabe mencionar que en este escenario, los grandes ganadores serían Juan Carlos Lastiri, Jorge Estefan Chidiac y Alejandro Armenta, quienes “matarían dos pájaros de un tiro”, pues en una sola acción, se quitarían a dos fuertes competidores: Alcalá y Doger, aunque esa es otra historia).
¿Va a ser, entonces, Doger uno de los grandes traidores y/o simuladores del PRI en 2016?
Parece poco probable, pues sabe muy bien que con Beltrones no se juega y que el costo de una traición de esa naturaleza sería altísimo, sobre todo tratándose de un miembro del CEN como él, que funge como secretario de Vinculación Educativa.
En resumen: si Blanca Alcalá es la candidata, Doger va a tener que caminar entre el berrinche y la disciplina.
No se involucraría en la campaña, salvo lo necesario, pero tampoco haría nada que perjudicara al PRI.
Algo muy diferente a cuando López Zavala y el propio Enrique Agüera, fracasado aspirante a la alcaldía de Puebla, resultaron los favorecidos por el “dedo divino”.
¿Qué hizo Doger?
Con Zavala, pese a la ruptura inicial, llegó con el tiempo a un arreglo político; incluso fue nombrado “coordinador de la campaña en la zona metropolitana”.
Pero en los hechos nunca se sumó; dejó que el candidato impuesto por Marín se hundiera solo.
(Zavala siempre ha creído que Doger llegó a inconfesables acuerdos con Rafael Moreno Valle y que fue una especie de “quinta columna” de su campaña, pero nunca ha tenido pruebas de ello).
Y con Agüera, en 2013, ocurrió algo muy similar: habló públicamente de “imposición”, advirtió con todas sus letras que el PRI iba a perder –como perdió- y no sólo regateó cualquier clase de apoyo a su tocayo, sino que se apartó por completo de la campaña y, como marcan los cánones, se sentó en el quicio de la puerta de su casa a esperar pacientemente que pasara el féretro de su “amigo”.
Así pues, en 2016 Enrique Doger, de no ser el candidato, va a asumir una posición intermedia.
Entre el cielo y la tierra.
Entre el paraíso y el infierno.
Entre el agua y el aceite.
Entre el blanco y el negro.
Entre el berrinche y la disciplina.
Se guardaría para el 2018 y hará todo por aparecer en una boleta electoral.
Y ahí sí, sin contemplaciones ni cuidados de las formas, ni concesiones a Beltrones.
Es decir, como candidato del PRI o… de otro partido, un partido que bien podría ser Morena o Movimiento Ciudadano, con quienes tiene nexos, aunque esa, esa es otra historia.