De por sí competidas, las elecciones federales de este año –antesala de la gran batalla presidencial del 2018- se anticipan como una de las más sucias de toda la historia de México.
Hoy mismo, en sus búnkeres, los “genios” –estrategas les dicen- partidistas alistan ya los misiles que lanzarán antes, durante y después de la contienda, principalmente a través de las redes sociales y los medios electrónicos, el nuevo real escenario de la lucha por el poder.
Sátiras, grabaciones telefónicas –reales o manipuladas-, fotomontajes, memes, animaciones, expedientes armados y videos comprometedores, serán cosa de cada día.
Los golpes bajos se multiplicarán como el pan y los peces, y las campañas negras mostrarán los secretos más ocultos –y a veces hasta las vísceras- de no pocos candidatos.
Y es que como sucede en la guerra y en el amor, en las elecciones todo se vale, incluyendo el insulto, la descalificación, la difamación y la calumnia –ésta casi siempre desde el anonimato-.
No hay político que no recurra a ello, y pocos se salvan de la hoguera, aunque suele pasar que el que las hace, no las consciente.
Ayer mismo, en Puebla empezaron a llegar a algunos medios de comunicación –hoy metidos más en la propaganda que en la información- voluminosos expedientes con toda clase de datos sobre algunos de los precandidatos a diputados federales, en los que su complicada vida personal no queda precisamente a salvo.
Así, los comicios se anticipan como un torneo de lodo, del cual saldrá ganador sin duda el que más –y más alto- arroje. De hecho, si fuera cine, la película podría llamarse: Cochinos contra marranos, versión 2015.
Sin ningún problema.
Y en medio de todo ello, el bombardeo –ofensivo, indiscriminado, obsesivo- de los 10 partidos con registro, que literalmente a lo largo de cinco meses nos estarán atacando con 25 millones de spots, anuncios caracterizados por la mentira, el engaño, la falsa hipocresía, el victimismo y la ofensa a la inteligencia de los mexicanos.
Mapacherías y compras de conciencias aparte, la incursión en las campañas de sendas personalidades del espectáculo y el deporte, como Cuauhtémoc Blanco, Jorge Campos, el payaso “Lagrimita”, Yuri o hasta “Quico” –el de la vecindad del Chavo del 8, que revive paradójicamente a raíz de la muerte de su creador: Roberto Gómez Bolaños-, será otro elemento para volver a confirmar que no, este país está maldito y no tiene remedio.
Sí, que nadie se espante: la de este año va a ser la campaña más sucia –y por eso también, tal vez, la más divertida- que jamás hayamos visto.
Entre otras cosas, porque los asesores de los partidos han tomado la decisión de llegar hasta donde tengan que llegar para ganar.
Y si para ganar deben calumniar, el precio a pagar será mínimo, y de lo demás ya se encargará doña impunidad.
No, por supuesto que las campañas no van a ser propositivas, de discusión de ideas y mucho menos de debates.
Todo eso será sustituido por el lodo y las heces fecales, tan socorridas hoy en algunos ámbitos de nuestra prostituida vida pública
¿Las campañas negras atraen o alejan al electorado?
Eso es algo en lo que los especialistas de todo el mundo todavía no terminan de ponerse de acuerdo y de lo que siguen escribiendo sin respiro.
Mientras tanto, prepárese y abróchese el cinturón: la exhibición de trapos sucios apenas empieza, y se dará con toda intensidad, sin ningún escrúpulo en este 2015.
Y es que la experiencia reciente indica que la guerra sucia (¿hay guerra limpia?) llegó para quedarse, con el detalle de que cada vez será más y más sucia.
Y en Puebla, anexas y conexas ni se diga.
Al tiempo.