Aunque todo es subjetivo, objeto de las veleidades y caprichos de la política, hasta hoy en la carrera por la dirigencia del PRI en Puebla hay perfilado un claro puntero. Se trata de Guillermo Deloya, quien según el Comité Ejecutivo Nacional es quien reúne las mejores condiciones y presenta las mejores cartas credenciales para entrar al relevo del fantasmal, inocuo, perdedor nato, Pablo Fernández del Campo.
Aunque siguen formados –y vivos- Rocío García Olmedo y José Luis Márquez, en las últimas semanas el nombre de Deloya empezó a cobrar mucha fuerza en los pasillos del CEN, aunque a la nomenclatura priísta parece no correrle prisa a la espera de vislumbrar con precisión quirúrgica cómo vendrá la elección del 2015 en el estado y si se concreta o no el cantado acuerdo entre el presidente Enrique Peña Nieto y el gobernador Rafael Moreno Valle, para la repartición del pastel de los 16 distritos en juego.
Cercano a César Camacho, tanto en el corazón como en el diseño del propio proyecto político del dirigente de origen mexiquense, Guillermo Deloya ha pasado todas las pruebas del ácido a que ha sido sometido:
1) Distancia, aunque no enfrentamiento, con el morenovallismo;
2) Consistencia ideológica;
3) Cercanía y diálogo con los grupos más importantes del partido, incluyendo a los ex gobernadores;
4) Conocimiento del estado y de la militancia, y:
5) Interlocución con el gabinete peñista y los altos mandos del partido, lo que garantizaría apoyo político, recursos económicos y soporte legal para enfrentar las batallas por venir.
Callado pero consistente, Deloya ha sabido posicionarse y aprovechar su circunstancia.
Desde el Instituto de Capacitación y Desarrollo Político (ICADEP) del PRI, que preside a nivel nacional, ha ido construyendo una plataforma que hoy lo tiene en la antesala de la dirigencia estatal.
Creó una Escuela de Cuadros que en realidad es la auténtica Escuela de Cuadros del Peñismo y que por eso mismo es vista con simpatía desde Los Pinos.
Tanto que el mismísimo presidente de la República apadrinará en persona, el próximo 27 de septiembre, a la primera generación de estos nuevos jóvenes 378 priístas que en dos, tres sexenios estarán ocupando posiciones de poder, pues serán gobernadores, senadores, diputados o alcaldes.
Mérito de Deloya, que ha sido altamente valorado por César Camacho, el principal interesado en perfilarlo como relevo natural de Pablo Fernández, pues tanto Rocío García como José Luis Márquez siguen sin convencerlo del todo para empezar a rescatar a un partido sumido en una crisis iniciada en 2010 y agudizada tras la derrota de 2013.
Todavía mejor: gracias a Deloya, la Escuela de Cuadros se ha traducido, en los hechos, en una auténtica pasarela rumbo al 2018, pues por ahí ya desfilaron varios de los pesos pesados, como Miguel Ángel Osorio Chong y Emilio Gamboa, y en breve estarán Luis Videgaray, Aurelio Nuño y Manlio Fabio Beltrones, protagonistas ya, por derecho propio, de la sucesión presidencial.
Los pasos de Guillermo Deloya ya se escuchan y se sienten con fuerza en el estado.
No por nada en los últimos días ha sido objeto de una campaña de desprestigio en medios y en redes sociales, difamándolo desde el absurdo y tachándolo de marinista –grupo del que, sin embargo, se deslindó a tiempo-.
Será en mayo, aseguran, cuando se dé por fin el esperado relevo en el PRI estatal y él estará ahí, listo para conducir los procesos de 2015 y 2016.
Y solo habrá una razón de peso, de verdadero fondo, para que su anunciada unción no ocurra: que aun siendo el más idóneo, César Camacho decida cuidarlo -como un padre cuida a un hijo- para mejores tiempos y escenarios -tal vez para el 2018 poblano- como un as bajo la manga, a utilizarse de forma sorpresiva, cuando nadie lo espera, o cuando más se necesita, para ganar la partida del poder.
¿O me equivoco?