Para como están las cosas de calientes ante el intercambio de mensajes, reproches y acusaciones entre los candidatos a la alcaldía de Puebla, nadie espera ya que en el debate (¿del próximo 18 de junio?) entre Tony Gali y Enrique Agüera vayan a privar la cortesía y las buenas maneras.
Y es que poco a poco, durante los primeros 15 días de las campañas, han ido subiendo el tono de sus discursos y endurecido los ataques; de las referencias veladas del inicio han pasado ya a menciones directas, en varios casos directísimas.
Mientras Agüera decidió organizar tras bambalinas una marcha anti Gali para supuestamente exhibir la intolerancia del candidato de Puebla Unida, sin parar de criticar el desempeño de este como secretario de Infraestructura, Gali tomó el toro por los cuernos y lo acusó de no saber realizar obras, pues el gobierno del estado fue quien tuvo que entrar al rescate de dos que son emblemáticas durante su periodo como rector de la BUAP: el estadio Universitario y la Biblioteca Central.
En los equipos de los dos candidatos se vive ya en un ambiente de plena guerra, con el natural acopio de misiles y los ejércitos listos para dar el siguiente golpe.
En ambos casos saben que el mejor escenario para ello será el debate, que podría ser decisivo de cara al 7 de julio.
De hecho, más que la fecha, el financiamiento, el moderador o el organizador, lo que les está importando es el formato, pues a partir de este se sabrá más o menos el rumbo que tomará el ejercicio.
Pero en algo coinciden: se anticipa una carnicería, dado el cúmulo de expedientes sobre las mesas, la rivalidad política (cada vez más evidente: no es poco lo que está en juego) y el encono, con no pocos elementos personales –nunca han sido amigos; alguna vez, en el pasado reciente, incluso tuvieron un serio problema que a punto estuvo de llevarlos a un enfrentamiento físico-, que hay entre Gali y Agüera.
Por ejemplo: a Gali le quieren revivir una vieja acusación de chantaje –data de 1993-, con cinta magnetofónica incluida, y a Agüera sus complicaciones con el asunto de la despublicación de su declaración patrimonial en la página de transparencia de la BUAP, algo más grave de lo que luce a simple vista.
Y es que si bien la Ley de Transparencia de Puebla no lo obliga a publicarla, sí la Ley de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (artículo 12) y el “acuerdo por el que se establecen los lineamientos sobre responsabilidad patrimonial de la BUAP”.
El ex rector tuvo que haber mantenido en línea sus declaraciones anuales, incluida la que debió presentar 30 días después de concluir el cargo; como no lo hizo, la Contraloría de la máxima casa de estudios debe imponerle, como medida de apremio, una multa hasta por 50 veces el salario mínimo diario vigente en el estado.
Es decir: no sólo para atajar las sospechas de enriquecimiento inexplicable Agüera debió garantizar el libre acceso a su reporte de acumulación de bienes y no esconderlo; también, sobre todo, por ley, un tema sensible, en materia de congruencia, para cualquier aspirante a un cargo de elección popular.
En fin, que material hay de sobra, y en ambos cuartos de guerra son los “halcones”, los principales interesados en que corra la sangre, pues entienden que sólo así, en medio de un baño de lodo, podrán obtener renta y perfilar la victoria de sus respectivos candidatos. Más de uno se afila las uñas en espera del pandemónium.
El debate, pues, se perfila como una auténtica carnicería, donde las ideas y las propuestas serán lo menos importante. Contará el que golpee primero y mejor y el que responda de la misma forma, como en cualquier pelea de barrio, donde no faltan los descontones, los piquetes de ojo, las puñadas, las patadas y hasta los escupitajos.
Sólo habrá que ver si se llega a los excesos (¿cómo olvidarlos?) del debate de 2010 entre Rafael Moreno Valle y Javier López Zavala, o si Agüera y Gali resultan peores.