La descomposición en el PRI de Puebla no es producto de la casualidad ni la consecuencia de “complots” que nada más existen en la febril, inquieta imaginación de Pablo Fernández del Campo y Fernando Moreno Peña.
El abandono, la falta de liderazgo y las purgas internas ya se reflejan en las tripas del partido.
Véase con calma, por ejemplo, lo que ha venido sucediendo en los últimos tiempos con el Grupo Parlamentario del Revolucionario Institucional en el Congreso del estado.
Y es que la pasada semana otros dos diputados del tricolor decidieron abandonar la bancada y uno más se ha negado a asumir la curul que le corresponde.
Gabriel Hernández Hernández, suplente de David Espinoza, tomó la decisión de sumarse al Grupo Parlamentario del PAN.
Ignacio Mier Velasco, suplente –por la vía plurinominal- del suplente (Iván Conrado) del priísta José Luis Márquez, se declaró independiente.
Y Jesús Vázquez Viveros, suplente de David Huerta, no quiere asumir la diputación porque insiste en ser el candidato a la presidencia municipal de Tepeaca. De no resolverse el entuerto, la bancada del PRI se quedaría –por default, digamos- con un diputado menos.
Pero todo esto, tan extraño como inédito, sólo es la consecuencia de la ruptura institucional en la cúpula del partido que perdió el poder a nivel local en el (ni tan lejano) 2010.
Desatención, desorden y pérdida de cohesión, son algunas de las causas de fondo.
Lo más grave es que el fenómeno no es aislado y pese a ello, nadie ha movido un solo dedo para detener la sangría.
Víctor Hugo Islas Hernández también inició como diputado del PRI, pero ahora lo es del Partido Nueva Alianza.
Y Alejandro Oaxaca Carreón, quien entró como suplente del priísta Enrique Doger, hace no mucho se declaró independiente.
Es decir: con el paso del tiempo, el Grupo Parlamentario del tricolor se ha ido haciendo chiquito.
Empezó la Legislatura con 16 diputados, pero ahora, como en la canción de los perritos, de los 16 que tenía, ya nada más le quedan 11, 11, 11…
Once, además, con un perfil que no es bajo: es lo que le sigue.
Algo que puede ser minimizado y hasta ignorado por el Comité Directivo Estatal del PRI, pero que a nivel nacional, dentro de la élite priísta, se ha empezado a ver como un signo adicional de debilidad rumbo a la elección del próximo 7 de julio.
De debilidad y de preocupación.
¿Quién dirige el partido?
¿Quién pone orden?
Y lo dicho:
¿Y dónde está el capitán?
Mientras en la alianza Puebla Unida es claro que el general está en Casa Puebla, en el PRI no ve quién es el jefe del “ejército”.
Y es que nunca antes –y ahí está la historia para probarlo-, el PRI había perdido al 30 por ciento de sus diputados de una misma Legislatura.
Nunca.
Divididos, desgastados, estresados, los priístas poblanos se sienten huérfanos y desorientados.
Por eso, entre otras razones, no se lo piensan mucho para decidir tomar nuevos rumbos.
El PRI y sus aristócratas dirigentes, que se premian con plurinominales, suelen abandonar al partido en aquellos estados donde este perdió el poder y donde ya no son gobierno.
En Puebla esto es más que evidente.
¿O alguien tiene dudas?