¿A qué nos estamos enfrentando los periodistas y medios de comunicación en Puebla?
¿Encaramos un escenario inédito?
¿Una situación de excepción?
No, me parece que no, de ninguna manera.
De hecho, esta “película” ya la hemos visto varias veces, y con idéntico guión, al menos desde que tengo memoria periodística.
Hoy, ciertamente, no son buenos tiempos para la prensa en Puebla, pero ¿alguna vez lo fueron?
Quienes estamos aquí sabemos, y sabemos bien, que el periodismo crítico es una batalla permanente y que quien se mete en ella se mete a sabiendas de sus costos.
Y que las pugnas, los choques, los debates, las tensiones, la constante lucha entre el poder y los medios de comunicación que buscan retratarlo no son nuevas, no son diferentes y no serán las últimas.
Sucede, sin embargo, que a veces los poderosos olvidan la función social de los periodistas y no son capaces de valorar a la prensa más por los males que evita que por los bienes que procura.
Y entonces hacen todo lo posible, y hasta lo imposible, por maniatarlos, controlarlos o exterminarlos a través del dinero o del terror.
Pero no es cuestión de victimizarse; es más: después de todo, debemos sentirnos afortunados.
A diferencia de otros estados del país, donde el crimen organizado es más que un fantasma que ha sembrado muerte, sangre y dolor en las redacciones de los medios, en nuestro estado hay un solo y muy focalizado enemigo de la libertad de expresión: los gobiernos intolerantes y autoritarios, que en aras de mantener y extender su poder pretenden limitar, restringir o terminar con el libre tráfico de la información que tanto les incomoda.
Se dice, y presume a nivel nacional e incluso internacional, que aquí la consolidación de la democracia es indiscutible, pero a muchas de nuestras autoridades, aunque elegidas democráticamente, luego les cuesta mucho aceptar las reglas a que obliga el efectivo ejercicio del sistema democrático.
Entre ellas, una de las más importantes: la tolerancia a la crítica, crítica que legitima, que ayuda a evitar la soberbia –que no sólo es el mayor pecado sino la raíz misma del pecado- y que, en el mejor de los casos, suele contener los habituales excesos y caprichos del poder.
¿Se puede ser democrático cuando se quieren verdades y visiones únicas; unanimidades absolutas; escenarios idílicos; pensamientos uniformes, y medios profesionales que renuncien a su tarea de describir la dinámica social y las pasiones públicas?
En Puebla, hubo un tiempo en que el estilo para acallar la crítica era flagrante, directo, violento incluso. Hoy, empero, se aplican métodos que la gente no alcanza a distinguir como ataques a la libertad de prensa y a su derecho a informarse, pero cuyos resultados son más efectivos que los métodos del pasado.
Ahí están, por ejemplo, las demandas civiles contra periodistas, un ataque grave, gravísimo, y arrogante, a la libertad de expresión.
Y no sólo por lo que representan desde el punto de vista legal y político, sino sobre todo porque generan un incentivo negativo para que otros periodistas se autocensuren, éste un crimen mayor.
Es decir, para que los periodistas piensen dos veces antes de atreverse a decir su verdad, esa señora complicada y terca, que a nadie deja contento, menos al poder, y que no se entrega con facilidad.
Yo soy de la idea que no debe ni puede haber impunidad por parte de los periodistas. Que los excesos y abusos de la prensa deben ciertamente ser castigados. Que los ofendidos –sean gobernadores, alcaldes, diputados, rectores, etcétera- tienen todo el derecho de defender su honra y su buen nombre. Que si somos exigentes con los demás y puristas con el de enfrente, tenemos entonces que hacer lo propio con nosotros mismos.
Sin embargo, también creo que las penas por delitos de opinión no sólo son desproporcionadas, sino totalmente desafortunadas sabiendo, como sabemos, que, al menos en Puebla, no hay independencia de poderes, que en el vigente y deficiente modelo político de los estados de la República un solo hombre concentra todo el poder todo el tiempo durante seis años y que en casos de litigios relacionados con la libertad de expresión, los jueces suelen actuar por consigna del poderoso en turno.
Sí, en ese sentido y bajo esas condiciones, no habrá nunca historia feliz: David no derrotará a Goliat. En otras palabras: cuando la justicia ha perdido autonomía y los jueces actúan en función de lo que el poder desea, no hay derecho que esté garantizado. De origen, es una lucha desigual, propia de las dictaduras de los años setenta en Latinoamérica.
En Puebla, la estructura de poder reproduce los viejos y ya conocidos esquemas del pasado respecto a su relación con los medios de comunicación: te pago para que no me pegues, aunque con un elemento adicional: te pago para que no me pegues pero también para que destruyas a mis críticos. Esto es: la prensa contra la prensa, la prensa “mala” contra la prensa “buena”, los “aliados” contra los “rebeldes”, los “aliens” contra los “monstruos”. O divide y vencerás.
Y es que al periodista ni siquiera se le ve como un mal necesario: se le ve como un enemigo. Un enemigo acérrimo al que, contradictoriamente, se acude para reflejarse, para crear percepciones, para auto elogiarse, para liberar sus propias tensiones, para construir su discurso, para creerse sus mentiras y hasta para librar sus propias guerras intestinas por el poder.
Y peor: se acusa a la prensa de Puebla de ejercer el sagrado derecho a la crítica por razones exclusivamente económicas, exhibiendo así la limitada visión de las cosas que se tiene de un problema mucho más complejo y que revela, entre otras cosas, un manejo totalmente discrecional e hipócrita de las partidas presupuestales destinadas a propaganda gubernamental, a través de las cuales se premia o castiga a medios cómodos o incómodos.
¿Tienen derecho los medios a vender espacios publicitarios al gobierno? Sí, en tanto empresas privadas, que generan empleo y cumplen una función social.
¿Tiene derecho el gobierno a elegir con quienes se anuncia? Sí, por supuesto, pero siempre y cuando haya piso parejo y reglas claras, reglas que privilegien circulación, influencia, audiencia y presencia sobre compadrazgos y grado de cercanía con el gobierno en turno, como sucede actualmente.
Los periodistas cometemos errores y tenemos, sin duda, muchos defectos, pero no son tantos, ni tan graves, como los que genera una Puebla huérfana de instituciones democráticas, partidos políticos fuertes, poderes independientes y contrapesos del absolutismo.
Si la prensa es dura es porque la realidad es aún más dura y requiere, necesita ser narrada incluso a través del a veces desmesurado espejo de los medios, un espejo que, como en el cuento, no siempre gusta al que en él se ve reflejado.
Concluyendo:
Practicantes de un oficio cruel, que desnuda las grandezas y las miserias del ser humano y que con nadie queda bien, los periodistas no vivimos un escenario diferente al de hace uno, dos, o tres sexenios.
Enfrentamos los mismos retos y riesgos de siempre.
Y tenemos que seguir adelante, perfeccionando métodos, conociendo mejor las leyes, tratando de ser más profesionales y equilibrados, también más independientes, pero sobre todo dejando de lado todas, absolutamente todas nuestras Santas y Sagradas Ingenuidades.
Entre ellas, ésta, quizá la más importante:
¡El estado de las cosas no va a cambiar!
Nunca.
No tendría por qué.
Y es que no hay, no ha habido, no habrá un solo poderoso al que el periodismo crítico le resulte simpático.
Aquí…
En Puebla…
Y en China.
Por los siglos de los siglos….
Amén.
* Ponencia presentada en la Mesa “El Periodismo en Puebla: amenazas, retos y oportunidades” del Foro #PeriodismoBajoAmenaza, en el Auditorio del TEC de Monterrey Campus Puebla.