Aunque no se van a acabar los graves problemas del estado como por arte de magia y en realidad los beneficios de fondo se podrán sentir en una década, la llegada de Audi representa –parafraseando a Neil Armstrong- no un pequeño paso, sino un gran salto para Puebla.
Y es que más allá de los efectos de una inversión de esa magnitud, y que se reflejarán en empleo, servicios, vivienda, educación, poder adquisitivo y calidad de vida, que Audi haya escogido a la entidad para instalar su nueva planta en América Latina, logra, por fin, regresar a Puebla al lugar de donde nunca debió salir.
El estado se revalora a ojos del mundo como una sociedad activa y competitiva, lista para reinsertarse en la economía global.
En otras palabras, recupera prestigio y credibilidad, activos intangibles pero claves, verdaderamente importantes, en momentos en que la lucha entre naciones, la rápida expansión del comercio, los flujos de capital, las cada vez más globalizadas cadenas de suministro, las multinacionales y las nuevas tecnologías de la información, han hecho el planeta más duro a la vez que más pequeño.
Se dice rápido pero no es fácil.
Durante años, los años recientes, de Puebla y los poblanos sólo se habló a partir del escándalo.
La imagen nacional e internacional de la entidad estuvo permanentemente asociada al caso de abuso de poder protagonizado por Mario Marín en agravio de una periodista y escritora, Lydia Cacho, con fuertes vínculos con organizaciones de derechos humanos.
¿Cuándo le costó a Puebla el Lydiagate?
¿Cuánto en dinero público, empleos, inversiones, desarrollo, administración de justicia, etcétera?
Imposible saberlo con precisión cuantitativa, pero lo cierto es que aún pagamos como sociedad ese descrédito, provocado por una clase política que, con su cavernícola comportamiento, en varios sentidos, colocó a la entidad al nivel de “isla” primitiva.
Por eso, lo de Audi representa un salto gigante y, acaso, un nuevo comienzo –pues tampoco es que el escándalo político se haya cancelado por decreto en este sexenio-.
Ciertamente, si alguna, la “marca” Puebla se relanza a ojos del mundo, pero también de los propios poblanos, pues no todos los días una empresa como el gigante alemán decide venir a instalarse para consolidar un proyecto de largo plazo y generar miles de empleos.
Mérito de sociedad y gobierno, el arribo del fabricante europeo debe significar, por necesidad, un parte aguas, un antes y un después.
Es sencillamente, en términos reales, la mejor noticia recibida en casi 50 años, prácticamente desde que Volkswagen tomó una determinación parecida.
Por eso, debemos felicitarnos, aunque con precaución, con cuidado, sin echar todas las campanas al vuelo, pues lamentablemente Puebla sigue atando su destino al destino de la a veces inestable, convulsa, industria automotriz mundial.
Y ya se sabe, y se sabe bien, que nunca es bueno poner todos los huevos en una sola canasta.