Ayer, en un golpe de autoridad sin precedentes en los últimos tiempos en Puebla, fue detenido y encarcelado el presidente municipal de Acatzingo, Eliseo Zayas.
Bisoño en la polÃtica, pero tan ambicioso, perverso y autoritario como cualquier experto, jugó con fuego y terminó por quemarse entero.
La causa judicial contra el edil no sólo es sólida sino que se centra en un punto en particular: está documentado que ayudó en la fuga de su guardaespaldas y autor material del crimen a balazos, el pasado 9 de febrero, del joven César Natanael Maceda, hecho grave y que convirtió a Acatzingo en un verdadero polvorÃn social.
Por si faltara algo, se sabe que, en su locura de poder, seguidor de los consejos del perredista Luis Miguel Barbosa y compañÃa, en los últimos dÃas Eliseo Zayas literalmente estaba contratando y armando grupos de choque.
¿El fin?
Tomar -o retomar- la presidencia de la que salió huyendo como un vil delincuente y sembrar más violencia y terror entre la población.
Está claro que este individuo -que pasará a la historia de la ignominia poblana- siempre antepuso sus intereses personales al interés común y colectivo del pueblo que tuvo la desgracia de elegirlo como su alcalde.
Y tanto que a la postre se convirtió, sin exagerar, en un verdadero peligro para Acatzingo.
La aprehensión y el encarcelamiento de Eliseo Zayas debe leerse dentro de un contexto de gobernabilidad, y de necesarÃsimo orden, pues la situación ya habÃa llegado al lÃmite y lo que seguÃa era una todavÃa más aguda descomposición social y polÃtica.
Pero también debe ser observada, y con atención, por esos otros tantos pequeños reyezuelos que se dicen presidentes municipales y que se creen dueños de vidas y haciendas, y que confunden el ejercicio del poder con la frivolidad, el peculado, la imposición, la ambición desmedida y los abusos de todo tipo.
Que vea quien quiera ver.
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