Arturo Luna Silva
Querido diario: Hace tiempo que no te escribía. ¡Han pasado tantas cosas desde la última vez que lo hice! Aquella vez te hablé de la sagacidad. Te dije que ésa ha sido, es y será la cualidad más desarrollada en Mario Marín. Que su colmillo retorcido, propio de un verdadero animal político, me hacía pensar que el primer priísta sabe que no puede darse el lujo de apostarle a un solo plan. Que necesariamente requiere de tener más de una opción. De hecho: mientras más barajas posea, mejor, mucho mejor. Hasta como cláusula de protección.
Te comentaba –lo recuerdo bien- que dudaba de la teoría del candidato adelantado, o candidato habemus. Me preguntaba: ¿Cuándo se ha visto que el PRI tenga candidato con tanta anticipación? ¿Cuándo que se le arroje tan temprano a las fauces de los leones? ¿Cuándo que se le mande tan prematuramente al desgaste natural de toda lucha por el poder? Y te respondía que nunca. Y nunca es nunca. De ahí que, te señalaba, el tablero de Marín tiene que ser, forzosamente, un tablero de varias piezas, no más de cinco y no menos de tres, pero eso sí: cada una de ellas con funciones específicas.
Te concedía que sí, es cierto: Zavala es sin duda la pieza más importante para él. La deseable. Pero que está –y estará- por verse si también es la posible. Porque, desgraciadamente, no siempre lo deseable es lo posible. “¿Qué rey no quiere dejarle el reino a su heredero?, ¿qué padre no quiere todo para su hijo?”, te preguntaba, pero también te decía que ninguna sucesión se parece a otra, que cada una tiene su propia lógica y dinámica, que las reglas son movibles, que los patrones se modifican de un día para el otro, que quizá varias sorpresas estén por escribirse y que todo, todo parte –y seguirá partiendo- de una pregunta: ¿Quién, quién verdaderamente garantiza el triunfo?
En las últimas semanas, querido diario, han ocurrido acontecimientos verdaderamente importantes. El “Gran Elector”, por ejemplo, no se ha cansado de enviar señales (de tirar “línea”, pues) en torno a su “delfín”. En corto (y en largo y en ancho) sigue apuntando con su poderoso dedo índice derecho hacia Zavala, su vástago político, dueño del cielo y de la tierra y de los mares y de todos quienes habitamos esta Puebla monolítica. El “elegido”, por su parte, continúa en “caballo de hacienda” y en abierta campaña por el estado, con todo, pero todo, el aparato de su lado. Vive su dualidad de candidato-secretario con febril orgullo.
Al interior del PRI, empero, no todos están tan convencidos del proyecto. Así como en Star Wars, los focos de rebelión son escasos pero sostenidos. La historia de las galaxias demuestra que los polos tienden a unirse más que a repelerse. Los intereses se cruzan y entrecuzan. Y si por separado son débiles, juntos harán, sin duda, bastante ruido. Y ruido, odioso ruido es lo menos que se quiere en Casa Puebla (qué va a decir el CEN, ¿que no hay control acaso?).
Chucho Morales (el que, diría Monsiváis, “es famoso porque fue famoso”) no tiene mucho qué mostrar, aunque sí, hay que reconocerlo, los suficientes huevos (que en esto nunca están de más) para salirse del guión e ir –así fuese en apariencia- contra los designios “oficiales”. Enrique Doger, por su parte, sigue en lo suyo: mostrando los dientes y estirando la liga, esperando que no se rompa, pero sin dar su brazo a torcer. Todavía. Y Blanca, Blanca Alcalá ¡por fin! dio una mínima muestra de que sangre, y no atole, corre por sus venas, y de que quiere y puede, aunque siga quedándose corta y con temor a decirlo abiertamente en público y a gritos (¿será que sufre pesadillas y en éstas se le aparece un Darth Vader desafiante, con la espada láser desenvainada, lista tal vez para tumbarle otros árboles del zócalo y anexas?).
Sí, hay una franja rebelde en el corazón del Imperio que aún no cede. Parece que sigue sobrando soberbia y faltando estrategia (es decir: política, política y más política). Parece, insisto, que se minimiza al de enfrente. Que se le quita valor. Que se le castiga con el látigo del desprecio por atreverse a ejercer su sagrado derecho al pataleo. Que se olvida aquella frase tan sabia que decía mi abuelita, la rica: “No hay enemigo pequeño”, y todos necesitamos de todos, sobre todo ante elecciones cada vez más competidas. Cierto que están pidiendo mucho, especialmente Doger. Cierto también que no se les está ofreciendo nada, como si su peso específico en el mercado de la política fuese igual a cero.
Yo sigo (y seguiré) pensando que pese a todo lo que vemos y escuchamos en la Gran Obra de Teatro del Poder, Marín –el director de la película de acción y a veces de ciencia ficción- es un tipo que no come lumbre, que no es suicida y que a final de cuentas no se va a arriesgar. Y menos arriesgarse para perder. Por origen, por formación y también por deformación, el “Gran Elector” no quiere pasar a la historia como el primer priísta en entregar el poder a la oposición. Y si para ello debe sacrificar su apetito particular y su deseo personal, lo hará. Sin titubear.
También, querido diario, creo que mientras continúe sin ofrecerse pruebas palpables y contundentes de que Zavala es efectivamente el mejor posicionado en conocimiento, confianza y sobre todo intención del voto, la sucesión en el PRI seguirá estando viva y activa, y no sólo eso: siendo una historia inconclusa, como inconcluso seguirá, lamentablemente, el candidato habemus.
Es decir, hasta que no se pase de las palabras a los hechos y se muestre una encuesta de empresa seria que refleje la enorme distancia entre el “elegido” y sus rivales, la saga continuará, las épicas batallas intergalácticas serán más cruentas y más sangrientas, y la lucha de los Jedi contra el líder de los Sith, con todo y sus seductores poderes, tendrá que esperar todavía más para tener su duelo, Duelo Final.
Creo, finalmente estimadísimo diario, que la fecha indicada para mostrar el tan esperado sondeo (y callar la boca a todos los antizavalistas) era el 6 de julio pasado. Pero no se hizo. Pese a advertencias en ese sentido, se ignoró el fundamental, estratégico tema. Y hoy el reclamo original entre la clase priísta, ávida de nuevos capítulos de la maravillosa lucha del bien contra el lado oscuro de la fuerza, sigue siendo tan válido y legítimo como desde el principio: “¿Y la encuesta, apá?”. Porque bien decía Santo Tomás: “hasta no ver, no creer”.
Te busco luego, diario querido.