Si el encuentro de la tarde de este domingo entre los candidatos a la presidencia municipal de Puebla capital pretendió ser un “debate”, los siete participantes deberían sentirse ruborizados de vergüenza, porque realmente no ofrecieron un contraste de ideas, argumentos o señalamientos.
En cambio, si supusieron que asistían a un “foro rosa”, para presentación de propuestas, tampoco tienen nada que presumir, porque fue muy aburrido.
Como en los últimos ejercicios de este tipo que se han llevado a cabo en Puebla en los últimos años, para distintos cargos, otra vez el debate no fue debate.
Pero este, especialmente, podría ser el más soporífero que se pueda recordar.
Lo que queda muy claro es que el debate-no-debate, que organizó el Instituto Electoral del Estado (IEE), no moverá el tablero de las potenciales preferencias.
De hecho, no se ha movido, desde el arranque de la contienda.
Un dato es muy relevante, por novedoso, en comparación con los últimos tiempos políticos de Puebla.
De ahí su especial simbolismo.
Ningún contendiente hizo alusión al gobierno del estado.
Ni al gobernador Miguel Barbosa o su trabajo.
A diferencia de muchos de sus antecesores, ahora el mandatario no estuvo en el eje de la discusión.
Ni Claudia Rivera Vivanco, la candidata del Movimiento Regeneración Nacional (Morena), se atrevió a repetir lo que tanto dice en privado: “Lalo es el candidato del gobernador”.
Para organizar con éxito estos ejercicios y para que los candidatos los aprovechen, falta mucho en Puebla.
Las expectativas de ataques, de contraste de yerros de los candidatos, sobre todo de los punteros, no apareció.
Claudia quiso atacar sin éxito.
O al menos sin el éxito que esperaba.
Eduardo Rivera Pérez, candidato de cinco partidos, PRI, PAN, PRD, PSI y CP, fue el más atacado, pero con timidez o con pinceladas.
Él, ignoró todos los débiles embates.
El panista cuidó con paciencia la ventaja que le dan todas las encuestas.
No se empleó a fondo.
No sacó la experiencia como parlamentario, local y federal.
Dio la impresión de que dejó pasar los raspones, sobre todo los del llamado Lalo Fake, Eduardo Rivera Santamaría, a quien, en el debate, como en la vida, nadie tomó en serio.
Otro punto que no puede soslayarse en el análisis es la bajísima audiencia: alrededor de 2 mil 200 espectadores en YouTube y Facebook Live, en promedio.
En un municipio con 1.3 millones de ciudadanos en la Lista Nominal.
Es una cifra ínfima.
Un número inexistente.
Irrelevante.
La transmisión estuvo plagada de fallas.
Es uno de los reflejos de haberlo organizado al cuarto para las doce.
A veces, ni el de la voz estaba a cuadro.
Al candidato del Partido Verde Ecologista de México (PVEM), Jorge Roberto Ruiz Esparza Oruña, le cambiaron hasta el primer nombre.
Le pusieron “José” en el súper (subtítulo).
Todos lidiaron con su capacidad de elocuencia y su agilidad discursiva.
Y eso que algunos leyeron.
Hubo propuestas, pero no suficiente, ni suficientemente presentadas.
Los pocos contrastes, fueron sobre temas ya muy conocidos.
No hubo declinaciones.
Lo vieron muy pocos.
Y todos, presumiblemente, ya con una preferencia preconcebida.
Conclusión: no importó.
Aunque todos digan que ganaron.