Arturo Luna Silva
Los priístas poblanos viven una borrachera de poder sin precedentes. Soberbios, desde el 5 de julio creen haber realizado una hazaña mayor a la del hombre al conquistar la luna. Y no sólo eso: suponen que las victorias son eternas.
En su desbordado triunfalismo, aseguran que el 2010 lo ganan “con cualquiera”. Nada más les falta decir, al estilo panista, que hasta “con un burro” (ojalá que el suyo sepa, al menos, tocar la flauta).
Ya de suyo sectario y excluyente, el marinismo se cierra aún más en su burbuja y manda el mensaje de que no deja ni dejará pasar a nadie que le sea ajeno a sus intereses. Van por todo (gubernatura, alcaldía de Puebla y Congreso), le pese a quien le pese, le guste a quien le guste. Es hoy o nunca, dicen. Y el futuro les pertenece, aseguran.
Sin embargo, valdría la penar recordarles que no son momentos de echar las campanas al vuelo. Falta mucho camino por recorrer. Porque la carrera a Casa Puebla no es una carrera de 100 metros, es un maratón auténtico, donde la consistencia, la resistencia, la estrategia, la planeación y los resultados son –y serán- fundamentales.
Es más, si yo fuese miembro de la dirigencia estatal del Revolucionario Institucional, lejos de seguir festejando como loco o enajenado el “carro completo”, estaría prendiendo los focos de alarma con miras a las elecciones locales del próximo año, pues el 5 de julio no ganó el PRI, perdió el PAN y por default, es decir, en los hechos el blanquiazul de plano no se presentó al trascendental choque electoral.
En sus cuentas alegres, en medio de su cortina de humo, los priístas de primero y segundo piso no registran, no alcanzan a ver que Puebla no fue el único estado donde el tricolor obtuvo “carro completo”.
Campeche, Coahuila, Durango, Hidalgo, Oaxaca, Quintana Roo, Sinaloa, Tamaulipas y Yucatán también presentaron ese mismo escenario, favorecido por la operación directa de los gobernadores priístas –dueños de vidas, comarcas y haciendas- y por una ola nacional de rechazo generalizado al PAN y gobierno federal, que sufrió un voto de castigo contundente, motivado por su errática conducción de la economía y la seguridad.
Las elecciones del pasado 5 de julio fueron las que se conocen como “intermedias” debido a que los tiempos electorales en nuestro estado no se empalman con ningún otro proceso, es decir, sólo acudimos a votar por diputados federales y esto sin duda desmotiva y aleja al electorado, que optó por el abstencionismo o –en menor proporción- por el voto nulo.
Esta vez el PRI ganó con lo mínimo, pues aunque paulatinamente disminuye de elección en elección, su voto duro sigue estando ahí y no sólo eso: sigue siendo suficiente para ganar los comicios. Y si bien en un proceso con condiciones normales de alta competencia y alta participación no le alcanzaría para vencer a la oposición, el voto tricolor es aún una gran ventaja competitiva para el PRI, incluso antes de iniciar cualquier contienda, entre otras cosas porque a ese voto no le importa el candidato ni la propuesta ni la campaña, sólo las siglas del Revolucionario Institucional y los beneficios que de éste obtiene a través del gobierno del estado vía tinacos, despensas, apoyos productivos, favores, dádivas, plazas de trabajo, etcétera.
Durante las campañas, las diferentes encuestas y sondeos muestran que el mayor porcentaje de los votantes se agrupa en los indecisos, y siempre por encima de cualquier partido y/o candidato, y estos indecisos son los que definirán a los triunfadores, siempre y cuando decidan salir a votar. Eso justamente sucederá en la elección de 2010, que registrará sin duda una alta participación ciudadana dado el interés que reviste ir a votar para elegir a un nuevo gobernador, nuevos 217 presidentes municipales y nuevos diputados locales. No se verá la apatía de 2009.
Ahora, si analizamos escuetamente cómo se han comportado las últimas elecciones en Puebla encontraremos datos muy reveladores.
En el 2006 hubo elecciones federales para presidente de la República, diputados federales y senadores. El PRI perdió todo, sólo logró rescatar cuatro diputaciones.
En el 2009, en cambio, el PRI ganó los 16 distritos para diputados federales.
Pero si vemos los resultados en términos cuantitativos electorales, esto es, los votos recibidos, veremos la realidad de la “grandiosa operación” política del PRI.
En el 2006 el PRI obtuvo 566,468 votos para ganar en cuatro y perder en 12 distritos.
En el 2009 el PRI logró 578,557 votos para ganar en 16 y no perder ningún distrito.
Sí, con sólo 12,089 votos más que en los comicios de 2006, el PRI pudo alzarse con una arrolladora victoria de “carro completo”.
¿Le alcanzarán al PRI los 578,557 votos, que significan el 15% del padrón electoral del estado de Puebla, para lograr las victorias que esperan en el 2010?
No, no son tiempos de echar las campanas al vuelo.
Es hora, más bien, de terminar con la soberbia –que ciega- y bajarle al triunfalismo –que ya es de pena ajena-.
Y es que van a perder si creen, y lo creen en serio, que el 2010 será como el 2009.
En todo caso lo mejor que pueden hacer es dejar ya la borrachera de poder y meterse a analizar la cruda, cruda realidad.