A siete meses de cumplir apenas su segundo año de mandato, Andrés Manuel López Obrador es el jefe de un Estado en ruinas. Si ya su pésimo manejo de la emergencia por el Coronavirus lo ha colocado, desde muchas percepciones, como el peor mandatario del mundo en este escenario, su fomento a la división nacional y su debilidad ante los llamados poderes fácticos, lo desnudan ahora como un presidente muy frágil. De lo mismo justamente que AMLO se quejaba de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. El grave problema del México de hoy, en donde un magnate y su televisora pueden poner casi de rodillas al primer mandatario, como vimos con el caso de Tv Azteca y Ricardo Salinas Pliego, es que quienes pierden son el país, los ciudadanos y sus instituciones. La investidura está devaluada y el poder de Palacio Nacional se percibe, en muchos sentidos, entre escombros, con el tabasqueño.
La actual pequeñez de la institución presidencial quedó en evidencia con el episodio de Tv Azteca.
El llamado de la televisora de uno de los socios del actual gobierno, quien ha ganado tanto dinero y contratos, Salinas Pliego, a la desobediencia a las normas sanitarias del país, fue sumamente grave.
Gravísimo.
También su virulento ataque al encargado de conducir la estrategia contra la pandemia, el subsecretario Hugo López-Gatell.
Pero la respuesta del jefe de la nación fue peor.
Tibio y temeroso, consideró la expresa petición a no creerle al gobierno, que hizo el conductor Javier Alatorre, su “amigo”, como un tema “no bien pensado”, una “equivocación”.
Ni por error, López Obrador mencionó al verdadero artífice de esta afrenta el gobierno y al Estado: Ricardo Salinas.
El presidente que diariamente dedica horas a fustigar a los medios que no le aplauden y a calificarlos de conservadores y perversos orquestadores de campañas de desinformación, no tuvo valor para enfrentar una evidente cruzada en contra de su administración.
Esa no fue producto de “halcones”, “conservadores”, de sus “adversarios”.
Apenas lo vio como “una equivocación”.
Aplicó el modo juarista: “a los amigos, justicia y gracia; a los enemigos, la ley a secas”.
Azteca faltó a la Constitución y a la Ley General de Salud.
Vino un tibio apercibimiento de la Secretaría de Gobernación.
Y la timorata advertencia de que podría haber sanciones.
Pero el episodio no puede considerarse menor.
Fue de una gravedad indeseable.
Humillaron al Presidente, al jefe del Estado Mexicano.
Hoy convertido en líder apenas de sus propias ruinas.