Se esté a favor o en contra del asilo político que el gobierno lopezobradorista otorgó al ex presidente de Bolivia, Evo Morales Ayma, dos cosas son indudables: es un pésimo momento para que el boliviano haya llegado a nuestro país y la crisis de esa nación sudamericana ha traído a México mucha más polarización de la que ya había, y grave, por los temas domésticos. También, sin duda, hay incongruencia en arropar a un consumado defraudador electoral, como lo han tachado organismos internacionales. De acuerdo con las recientes mediciones, el Presidente mexicano está cada vez más cerca de 50-50 de aprobación-repudio. Apenas hace unos días, con mucha irresponsabilidad, alertó sobre un posible golpe de Estado aquí y, mala coincidencia, ocurrió ya allá. Ojalá el tabasqueño pueda verse en esos espejos y sea capaz de ahuyentar las sombras que lo acechan.
Las aristas de este gravísimo asunto y el papel que ha decidido representar el gobierno mexicano son tantas y tan punzantes que es imposible no pincharse al expresar una legítima opinión.
Cualquiera que sea, lleva a un debate o tiene implícita la descalificación, a veces rabiosa, de quienes no piensan igual.
Es el México polarizado, dividido, que al fin de cuentas han construido la Cuarta Transformación (4T) y Andrés Manuel López López Obrador.
Ni entre ellos mismos se ha podido disimularla.
Terrible.
Hay quienes considerarán que México es consecuente con su tradición humanitaria y de asilo político en estos casos, pues reconoció que incluso “peligra” la vida del derrocado presidente.
Sin embargo, también tienen validez y argumentos las voces que ven el actual como un pésimo momento para recibirlo.
Muchos ojos distinguen a Evo como el estereotipo del dictador, tras casi 14 años de mandato.
Pero hay que ser objetivos y reconocer que México no está en condiciones de polarizarse más.
No debiera, con tantos problemas internos, venir a convertirse en luz de la calle.
En el salvador de los “pueblos hermanos”.
Menos con lo más reciente.
Ahora, no, con la sombra de un golpe de Estado, que con interés de victimizarse o con información fidedigna, alertó el mismo López Obrador.
Muchos lo tomaron en serio.
La mayoría no.
Sin embargo, en este caso hay que ver la película completa.
Y para ello, es imprescindible traer a cuenta que apenas este 10 de noviembre, coincidente con el golpe de Estado y la renuncia de Evo, la Organización de los Estados Americanos (OEA) concluyó en un informe que es “improbable estadísticamente” que el ex presidente de Bolivia, Evo Morales, haya ganado las elecciones presidenciales en la primera vuelta, que se realizó el pasado 20 de octubre.
Sí, la OEA concluyó que hubo fraude.
(Por cierto que un grupo de diputados federales del Movimiento Regeneración Nacional, Morena, prepara un punto de acuerdo para exigir que México deje el organismo, por esa declaración).
¿No que la 4T le hacía “fuchi” y “guácala” al chanchullo electoral, el propio y el ajeno?
¿No fue su génesis y su meta la limpieza en las elecciones?
¿No prometió AMLO que nunca más habría fraudes electorales?
O sólo se refería a México.
Pero que afuera sí se valen, se toleran, se defienden y a sus perpetradores se arropa.
Es indispensable que el Presidente se vea en el espejo de Evo Morales, a quien su gobierno felicitó por su “triunfo electoral”.
También en el de Lula da Silva, el ex presidente brasileño, quien acaba de salir de la cárcel tras enloquecer -como todo buen populista- en el poder.
Ya se han fijado posiciones.
El Partido Acción Nacional (PAN) expresó su rechazo a la decisión del gobierno lopezobradorista “de dar asilo a quien violentó la voluntad popular para perpetuarse en el poder. La política exterior de México debería estar comprometida con la defensa de la democracia y los derechos humanos.#NoAsiloADictadores”, escribió el presidente del CEN panista, Marko Cortés en Twitter.
No se puede pasar por alto que, ya antes, Evo Morales, como presidente de Bolivia, desconoció un referéndum en el que sus ciudadanos le negaron la posibilidad de reelección.
Y ahora, el fraude de este 2019.
Estuvo casi 14 años en el poder y se reeligió cuatro veces.
Para ello, aplastó a la oposición, eliminó los órganos electorales y limitó la libertad de expresión y puso bozal a los medios de comunicación.
¿Suena familiar?
Pero hoy se le abren las puertas de México a él y a su comitiva en pleno.
Hasta un avión militar mexicano fue por él.
Y el indígena trivializó el grave tema con una despedida “ideológica”:
“Hermanas y hermanos, parto rumbo a México, agradecido por el desprendimiento del gobierno de ese pueblo hermano que nos brindó asilo para cuidar nuestra vida. Me duele abandonar el país por razones políticas, pero siempre estaré pendiente. Pronto volveré con más fuerza y energía”, escribió en Twitter antes de aparecer ya en el avión mexicano con la bandera de nuestro país.
Se habla de muchos logros en sus cuatro mandatos.
Los tuvo, nadie se los regatea.
Lo grave es el ahora.
El hoy intransitable.
El haberse convertido en dictador.
Cuántas señales.
Cuántas alertas.
Cuántos ojos bien cerrados.