Si usted habla por estos días con los tres más probables candidatos del PRI al gobierno del estado de Puebla, en sus voces y lenguajes corporales encontrará las siguientes sensaciones: enojo, frustración, desconcierto y ganas, muchas ganas de mandar todo –y a todos- al diablo.
Y es que ni siquiera ellos, los principales interesados, saben qué sucede con el presidente Enrique Peña Nieto, el (debilucho) precandidato José Antonio Meade y el dirigente nacional del partido, Enrique Ochoa Reza, la tríada que no sabe cómo resolver el entuerto llamado Puebla.
Entrampados con el caso Chiapas, donde torpemente impusieron a un indeseable (Roberto Albores) y con ello causaron una ruptura histórica con el partido (PVEM) que gobierna esa entidad –lo que les puede significar la pérdida de al menos un millón de votos; cómo se estuvieran para esos lujos-, Peña, Meade y Ochoa siguen dejando al último lo que tendría que haber sido prioridad: un estado que, como Puebla, es decisivo para ganar o perder la Presidencia de México. Tanto por el tamaño de su padrón como por su peso político y económico en el mapa nacional.
Parece que, extraviados en su propio laberinto, Peña Nieto y sus secuaces están haciendo todo por perder la elección del próximo 1 de julio, lo cual también pasa por entregar Puebla al mejor postor.
Hasta la tarde-noche de este martes, en los cuarteles de Jorge Estefan Chidiac, Enrique Doger y Juan Carlos Lastiri el reporte era: “Sin novedad”.
Es decir, ninguno de ellos había recibido una invitación formal o informal al Comité Ejecutivo Nacional (CEN) del PRI para por lo menos dialogar sobre los detalles de la convocatoria que se publicó apenas el pasado domingo. (Por cierto: es la primera vez que el ex partidazo da a conocer una convocatoria pero no a su candidato –o candidata- al gobierno del estado. ¡Ay cargada, cómo te extrañamos!).
Estefan, Doger y Lastiri están jugando el juego de la candidatura prácticamente a ciegas. Totalmente dependientes de la “línea” nacional e incapaces de influir mínimamente en la decisión final, cualquiera que esta sea. Peor: saben que hay fuertes acuerdos nacionales con el ex gobernador Rafael Moreno Valle, acuerdos que los rebasan y que los convierten en meros objetos de pactos cuyos puntos finos ni siquiera alcanzan a atisbar.
“¡Qué falta de oficio (del CEN del PRI)!”, me dijo uno de los tres prospectos a una candidatura que, ya de inicio, luce tan débil como la moral y la fe de la tropa priísta poblana, que no es tonta, que sabe lo que está pasando y que sí alcanza a pronosticar que lo más probable es que, con todo su dolor y su rabia y su impotencia, tengan que ver la misma película que en 2010, 2013 y 2016, años de horror para la otrora aplanadora tricolor.
“Yo pienso que esto lo llevarán a jueves o viernes… Quizá sábado”, me dijo otro de los pre-pre candidatos sin cuajar.
-¿Por qué? –le pregunté.
“Entre otras cosas para retrasar fugas… O Berrinches… Además están enredados en el tema Chiapas”, contestó.
El escenario, pues, para el PRI no podría ser peor.
Y hasta un burro (con curul) como Pablo Fernández del Campo es capaz de ver que el PAN y MORENA llevan ya una ventaja muy difícil de remontar, pues desde hace meses trabajan con sus respectivos candidatos y con sus respectivas coaliciones, con las maquinarias bien aceitadas y sus soldados listos para la gran guerra de este 2018 crucial para el destino de Puebla: mientras Estefan, Lastiri y Doger se hunden en la incertidumbre y el nerviosismo, Martha Erika Alonso y Luis Miguel Barbosa ya hablan como candidatos, ya operan como candidatos y ya hacen todo lo que hace un candidato –¿o acaso todavía habrá algún ingenuo que de verdad crea las versiones que algunos ineptos dejaron correr en los últimos días en el sentido que Eduardo Rivera y Alejandro Armenta van a tumbarlos?-.
El panorama, entonces, para el PRI poblano es catastrófico:
* El partido va solo en el estado, sin sus aliados nacionales. Más huérfano que el “Joven Pip” de Dickens.
* El PVEM y Nueva Alianza llevarán candidatos propios, con el único fin de restar votos –todos los votos posibles- a MORENA y de paso acabar de hundir al PRI en el estado.
* Hacen destapes fallidos y filtran que el “elegido” es Jorge Estefan, ¡el peor posicionado en las encuestas!, lo que dan por hecho columnistas tan histéricos como desinformados.
* Los que antes levantaban la mano y se comían en sus propias ansias por la candidatura (hablemos de Lucero Saldaña, Javier López Zavala, Víctor Giorgana y Ricardo Urzúa), siguen sin salir de debajo de sus camas, a donde corrieron a esconderse cuando vieron -y entendieron- que el PRI no tiene una sola oportunidad ya no digamos de recuperar Casa Puebla o la alcaldía capitalina, sino de más o menos competir con dignidad.
* A su mejor perfil –o al menos el que mejor aparece en las encuestas: Enrique Doger-, lo quieren chamaquear por tercera vez consecutiva (ya lo batearon en 2010 y 2016 para en su lugar imponer a López Zavala y Blanca Alcalá), enviándolo a competir por la capital que el PRI tiene totalmente perdida, lo que es inadmisible para el delegado del IMSS y ex alcalde, y sobre todo aviso de una ruptura, pues no es improbable que el ex rector de la BUAP termine en los brazos de MORENA -en especial ahora que andan fúricos porque el morenovallismo les arrebató a “Lalo” Rivera, su apuesta para la alcaldía de Puebla-.
* Y por tanto la “Fórmula Lastiri”: Estefan a la gubernatura, Lastiri al Senado y Doger a la presidencia municipal, es imposible, pues este último no se prestará a la farsa de ser uno de los tres títeres de los titiriteros mayores, esos que ya tienen negociada la plaza a cambio de que esa decepción llamada José Antonio Meade saque el mayor número posible de votos en Puebla, donde Andrés Manuel López Obrador ganó en 2012 y donde seguramente volverá a ganar este 2018, pues hasta hoy no parece haber antídoto contra la fuerza y el arrastre de “El Peje”.
En resumen:
Ya inició la contienda y el PRI sigue sin candidato.
Aún no tiene candidato y ya tiene la elección perdida.
Ya tiene la elección perdida y tanto Peña Nieto como Meade y Ochoa Reza suponen que nadie se ha dado cuenta.
Lo que sería divertido si no fuera tan patético.
¿O me equivoco?