Los 10 presuntos integrantes del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) detenidos en la ciudad de Puebla el pasado 29 de junio, acusados del homicidio del comisionado de la Policía Federal (PF) en Veracruz, Juan Camilo Castagné, se quedaron sin el pago de 200 mil pesos que les prometió Ricardo Pacheco Tello, alias “El Quino”, jefe de plaza del grupo delictivo.
Así lo revela el periodista Héctor de Mauleón en su columna “En tercera persona” del diario El Universal, en la que presenta los perfiles de los 10 sicarios, el recuento del asesinato del mando federal en el municipio veracruzano de Cardel, del aciago escondite de los pistoleros en un departamento de la calle Hacienda de Corralejo en Puebla, hasta su captura por elementos de la PF.
Destaca que los sicarios -que ostentan apodos como El Delta, La Máscara, La Flaca, El Micky, El Chicles, El Niño Gerber, El Tomate y El Pikachu-, comandados por “El Cachetes”, fueron contratados por “El Quino” para “un súper jale” por el cual recibirían un pago de 200 mil pesos.
Después de localizar a su objetivo en un restaurante de Cardel el pasado 24 de junio, los ahora detenidos se escondieron en un hotel del puerto de Veracruz para después viajar a la capital poblana en un autobús de la línea ADO.
Ya en Puebla, algunos sicarios mantuvieron contactos con sus familias, peleaban entre ellos todo el tiempo, nunca fueron trasladados y Tijuana y tampoco recibieron los 200 mil pesos prometidos.
Aquí la columna completa:
La orden vino de El Quino, a quien se identifica como jefe del Cártel Jalisco Nueva Generación, CJNG, en la zona centro de Veracruz.
El 24 de junio pasado, El Quino le telefoneó a su jefe de plaza en Cardel, un sujeto apodado El Cachetes, y le dijo que en la zona andaban “unos Azules” a los que había que matar.
El Cachetes trabajó mucho tiempo como policía estatal. Hace tres años fue reclutado por el CJNG. El Wero lo puso como responsable de Cardel y le entregó una célula compuesta por diez sicarios. El pago de El Cachetes era de 18 mil pesos al mes. A cambio tenía la misión de “desmembrar a la contra” (Los Zetas), y colocar cartulinas al lado de sus víctimas para que quedara claro quién controlaba la zona.
Aquel sábado 24 de junio, El Cachetes reunió a sus sicarios en el lugar que conocían como “la casa verde”. Ahí se guardaban las armas y los autos que empleaban en los operativos. Les dijo que tenían que hacer “un súper jale” por el que les iban a pagar 200 mil pesos a cada uno.
El encargado de la seguridad de El Cachetes es un individuo apodado El Delta. El Delta le encomendó a uno de sus sicarios, cuyo apodo es La Máscara, que ubicara cuanto antes a los federales.
La Máscara, que se movía en un taxi, llamó poco después para decir que ya tenía en la mira a los elementos. Los había visto entrar a La Bamba, un restaurante de mariscos. “Son tres nada más”, dijo.
El Cachetes se comunicó con un mando policiaco local, identificado como “el comandante Fierro”, y le dijo que no quería que hubiera policías en las cercanías del restaurante.
De acuerdo con documentos de la investigación realizada por autoridades federales, tres camionetas salieron de la casa verde y enfilaron a la marisquería.
Los sicarios dijeron luego que no les habían dicho a quién iban a matar, que sólo les informaron que iban “a chingar a unas personas”. Entendieron de qué se trataba cuando vieron una Lobo de la Policía Federal estacionada en la calle. “Ya valió madre”, pensó uno de ellos.
Los sicarios apodados La Flaca, El Micky, El Chicles y El Niño Gerber descendieron de los vehículos. Llevaban armas cortas metidas en el cinto. Una vez en el restaurante, se sentaron atrás de los policías y esperaron hasta que les trajeron los platillos.
Aquel sábado el coordinador de la Policía Federal, Camilo Juan Castagné Velasco, había ido a La Bamba acompañado por dos inspectores. Castagné estaba a punto de jubilarse después de 30 años de servicio. En Veracruz, había golpeado a varios grupos de “huachicoleros” y afectado los intereses del CJNG. El Delta diría después que la orden de asesinar a “los Azules” se debía a que éstos no habían querido colaborar con la organización.
Cuando los platos llegaron a la mesa, los cuatro sicarios se levantaron con las armas en la mano. La Flaca le disparó a Castagné en la cabeza. Uno de los inspectores cayó herido (lo dieron por muerto), otro alcanzó a echar mano de su arma y, abriendo fuego, logró salir del restaurante.
El Tomate y El Pikachu, dos sicarios que esperaban en una de las camionetas, bajaron con las armas listas y dispararon sobre el inspector que huía hasta que se les acabaron los tiros. En medio de la balacera, los sicarios oyeron que alguien gritaba: “¡Fuga! ¡Fuga!”, y corrieron hacia los vehículos.
La Máscara se esfumó en el taxi en el que había llegado. El Delta llevó la camioneta en la que se trasladaba a las cercanías de una playa, y la quemó.
Los sicarios se escondieron en un hotel del puerto de Veracruz. Al día siguiente alguien los buscó y les dio unos boletos de ADO para que viajaran a Puebla. Les ordenaron deshacerse de sus teléfonos. Lo hicieron, pero algunos de ellos siguieron en contacto con sus familiares.
Los oficiales caídos fueron homenajeados el 26 de junio. El comisionado general de la Policía Federal, Manelich Castilla, afirmó que la muerte de éstos, en lugar de desalentar a sus hombres, los animaba a dar cuanto antes con los responsables. El gobierno de Veracruz ofreció una recompensa.
En Puebla, los sicarios pasaron varios días en un departamento de lujo. Un taxista les llevaba bolsas de comestibles. El Quino les mandó decir que cuando las cosas se enfriaran serían trasladados a Tijuana.
Ellos estaban desesperados. Escribían a sus familias mensajes que luego borraban. Peleaban entre ellos todo el tiempo. Los 200 mil pesos prometidos no llegaron jamás.
Una madrugada, mientras dormían, escucharon ruidos.
La Policía Federal los tenía rodeados.
Fuente: http://www.eluniversal.com.mx/