“Cada año, Harvard introduce a un puñado de candidatos en su lista de espera con la esperanza de que una llamada en el mes de mayo les invite a Cambridge. Pocos la reciben, solo 20 cada año. Pero aún hay esperanza para aquellos que se encuentran en la lista Z, el misterioso registro que viene después. Un puñado de estudiantes serán arrancados de la incertidumbre y recibirán una oferta de admisión diferida. Si están dispuestos a esperar un año, Harvard les garantiza una plaza para ellos en el siguiente curso”.
Durante los últimos días, el juicio que ha llevado a la mejor universidad del mundo según el 'ranking' de Shanghái al banquillo ha descubierto la existencia de esa enigmática lista Z. En las facultades del estado de Massachusetts, no obstante, era parte del 'folklore' colectivo. El texto citado en el anterior párrafo, escrito en 2010 por Jamie D. Halper para 'The Harvard Crimson', el periódico de los estudiantes de la universidad, muestra que era una leyenda que pasaba de boca a oreja. Al menos, desde 2002, la primera vez que hay constancia escrita desde ella. El enfoque no era nada inocente: su autor sabía perfectamente que “un aire sórdido” rodeaba esta lista.
Los datos son, cuando menos, sospechosos, especialmente teniendo en cuenta que es la universidad estadounidense donde más difícil resulta entrar, con un porcentaje de admisión del 5,2%. Como recoge 'The Boston Globe', cada año unos 60 estudiantes (“la mayoría de ellos, blancos y bien conectados”) ingresan en el centro a través de esta lista. La mayoría de ellos son hijos de antiguos alumnos (un 46,5% de los matriculados en las últimas cinco promociones) y blancos (un 70%, por un 2% de estudiantes negros). Pero aún más llamativo resulta revisar los expedientes de estos estudiantes, ya que como recuerda Halper, “académicamente, los estudiantes admitidos por la lista Z rinden mucho peor que el resto”.
Si durante una década y media los estudiantes de Harvard solo podían realizar conjeturas sobre las posibles irregularidades en los procesos de admisión, ahora saben un poco más gracias a la declaración de William Fitzsimmons, decano de matriculaciones, que ha desvelado cómo funciona otro sistema llamado “la lista de interés del decano”, en la que se coloca a los candidatos cuya solicitud tiene un mayor seguimiento. Como confesaba, “durante el proceso puede que conozca a alguien una noche, y me lleve la impresión de que puede ser una persona de interés para el comité de selección. Así que puede que ponga a esa persona en mi lista”. Ante la pregunta de si, por ejemplo, puede ocurrir que alguien termine en la lista por ser presentada por un donante de la universidad, la respuesta fue afirmativa.
El propio Fitzsimmons ya había proporcionado años atrás jugosa información sobre este sistema de admisión alternativo. En otro artículo de 'The Crimson' (bien por esos estudiantes) revelaba que el sistema se remontaba a los años 70 y que más de la mitad de todos aquellos estudiantes que se toman un año sabático antes de entrar en la universidad lo hacen porque figuran en la lista Z. El problema, admitía, es que es un sistema de suma cero, en el que cada plaza ocupada deja a otro sin la posibilidad de entrar. En aquella ocasión, recordaba que el hecho de que muchos fuesen hijos de antiguos alumnos se debía a que no todos pueden permitirse un año sin dar palo al agua.
No obstante, el misterio sobre la lista Z sigue sin resolverse por completo, ya que la universidad no ha querido dar más pistas. Según la acusación, es una puerta de atrás para colar en el centro a los hijos de los grandes donantes de la universidad, aunque sus calificaciones sean bajas, con la única contraprestación de tener que esperar un año. Otra explicación aducida por la institución para que haya tantos hijos de antiguos alumnos en ese listado es que son estos, por sus preferencias personales, los que más inclinados se encuentran a figurar en la lista, aunque ello les haga perder un año. Harvard ha añadido que acabar con este proceso sería “perjudicial para sus objetivos educativos”.
Como señalaba irónicamente Halper, “hay algo sobrenatural en todo este proceso”. Uno puede haberse hecho a la idea de que nunca podrá estudiar en Harvard, haber pagado la reserva de plaza en otra universidad y, de repente, recibir una inesperada llamada que le confirma que, después de todo, puede estudiar en el centro de sus sueños. La lista incluso llegó a aparecer en el libro de 2006 'The Price of Admission' (cuyo subtítulo es 'Cómo la élite americana compra plazas en las universidades de élite), del periodista Daniel L. Golden, en el que la denominaba “una política poco conocida que compromete los estándares en favor del interés de antiguos alumnos y donantes”. Por supuesto, siempre ha dado lugar a teorías de la conspiración, como que Malia Obama entró en Harvard gracias a ella, lo que explicaría su sorprendente año sabático.
Un frente común
El listado ha vuelto a salir a la luz esta semana en el juicio que acusa a Harvard de violar las leyes federales al discriminar a los asiamericanos en los procesos de selección de estudiantes. Según la acusación, Students for Fair Admissions, resulta harto sospechoso que el porcentaje de cada una de las diferentes etnias permanezca estable año tras año, aunque el número de solicitudes varíe. En concreto, entre un 17% y un 23%. Si no hubiese ninguna preferencia, recuerdan, el porcentaje debería encontrarse en el 40%, como ya ocurre en la Universidad de California en Berkeley, que al ser pública, debe contemplar escrupulosamente las leyes federales en cuestión de discriminación por raza.
En una acusación previa realizada años antes no solo se acusaba a Harvard, sino también a los otros ocho centros de la conocida como Ivy League, que también manejaban año tras año el mismo porcentaje de estudiantes de origen asiático. Es decir, la pista que llevó a la organización a sospechar que algo olía mal en la perfecta Arcadia educativa de Harvard, que quizá no está sola. De ahí que todos ellos hayan salido en masa a apoyar a la universidad. En una declaracion conjunta, tanto las otras siete universidades de la Ivy League como otras nueve privadas como el MIT afirmaron que “un fallo contra el proceso de selección de Harvard puede replicarse en el mundo académico y dañar los esfuerzos para abrir la educación superior a más estudiantes”.
Hay, no obstante, otro matiz en este proceso judicial. Al contrario de lo que pueda parecer, Students for Fair Admissions es una organización anti acción afirmativa con más de 20.000 miembros que según su página web consideran que “las preferencias raciales en las admisiones universitarias son injustas, innecesarias e inconstitucionales”. En otras palabras, lo que los estudiantes de origen asiático desean no es un trato de favor en la matriculación, sino ser seleccionados en las mismas condiciones que otros compañeros; lo que no está ocurriendo, al favorecer a otras etnias por encima de la suya. En condiciones normales, aseguran, deberían ocupar casi el 50% de las aulas de estos centros. Según ellos, cinco son los grupos beneficiados por esta situación: las minorías racionales, los hijos de los antiguos alumnos, los parientes de los donantes, los hijos de los profesores o trabajadores de la facultad y los deportistas.
Fuente: El Confidencial