A las 20:36 horas, el ex presidente Luis Inacio Lula da Silva –el ex mandatario brasileño más popular en las pasadas seis décadas y favorito absoluto para las elecciones de octubre próximo, a las cuales difícilmente podrá presentarse– llegó al aeropuerto de Congonhas, en la zona urbana de Sao Paulo.
A las 20:46 un avión monomotor despegó rumbo a Curitiba. Ahí, Lula fue conducido a una sala especialmente reservada en la sede local de la Policía Federal. En una celda quedó detenido, aislado de los demás presos y con algunos derechos especiales, como salir al aire libre dos horas al día y recibir a amigos y familiares en días distintos a los de los otros detenidos.
Un detalle: fue conducido en un monomotor, y en ese tipo de aparatos el viaje tarda casi dos horas. En un jet –la Policía Federal dispone de varios– el trayecto dura poco más de 45 minutos. Algún día se sabrá la razón de la Policía Federal para elegir ese avión.
Poco menos de dos horas antes, Lula salió finalmente de la sede del Sindicato de Metalúrgicos de San Bernardo, en el cinturón industrial de Sao Paulo.
Lo intentó antes, pero el auto que lo iba a conducir a la sede de la Policía Federal en San Pablo no logró salir del Sindicato de Metalúrgicos de San Bernardo. Estaba cercado por militantes, quienes llegaron a derrumbar el portón de acero. Entonces, el Corolla gris tuvo que retroceder.
Eso ocurrió alrededor de las 16 horas. A esa alturas ya se sabía que entre militantes que rodeaban el sindicato había agentes disfrazados y que en las cuadras vecinas se habían estacionado pelotones del batallón especial de la Policía Militar de Sao Paulo, la segunda que más mata en Brasil y una de las cinco que más realiza ejecuciones en el mundo.
En este ambiente de tensión máxima se encontraba Lula, cercado por familiares, amigos, antiguos militantes sindicales, políticos y representantes de movimientos sociales. Además, claro, por algunos de sus abogados.
El ex presidente por fin logró salir, caminando, cuando faltaba poco para las 20 horas.
Lo esperaban en la calle, luego de un acuerdo previo, algunos policías federales, quienes lo recibieron con tensa cordialidad. Una caravana de cinco camionetas Mitsubishi idénticas, todas negras, formaba una hilera al lado de la vereda. Lula fue conducido a la segunda, y todas partieron a alta velocidad.
Terminó así, unas 27 horas después del plazo que le había concedido el juez de primera instancia Sergio Moro, una larga y tensa espera. La gran cuestión ahora es cuánto tiempo quedará preso.
Sus seguidores más optimistas dicen que serán pocos días. Sin embargo, abogados y analistas dicen que lo más probable es que permanezca preso al menos hasta septiembre, a pesar de todos los recursos que presente a las instancias superiores, como forma clara de impedir que dispute las elecciones presidenciales de octubre.
Pese al claro boicot de los grandes medios de comunicación brasileños, impactó en la opinión pública la movilización surgida a raíz de la orden de detención emitida, en contra de toda jurisprudencia, por el juez de primera instancia Sergio Moro.
Una permanente vigilia cercó el Sindicato de Metalúrgicos, cuna política de Lula, de las 20 horas del jueves pasado a la noche de ayer, vigilia iracunda e indignada a punto de impedir que Lula saliera para presentarse ante la Policía Federal.
Negociador insuperable, Lula acordó primero que se haría la ceremonia ecuménica en honor a su esposa Marisa Leticia, fallecida en febrero del año pasado, quien el viernes habría cumplido 68 años.
También acordó que hablaría con los miles de manifestantes, quienes desde la noche del jueves rodeaban el sindicato.
A cambio se presentaría ante la Policía Federal, que estaba evidentemente impedida de ingresar al sindicato para detenerlo, a menos que estuviera dispuesta a provocar una catástrofe.
Lula habló largo y tendido. Dejó varios mensajes. Insistió en que es víctima de una trama que fue armada por los medios de comunicación, el Ministerio Público, el juez Moro y hasta la Corte Suprema de Justicia.
Reiteró que no hay una sola prueba de lo que lo acusan, y una vez más desafió al juez Moro a un debate público.
Subrayó que el objetivo final del golpe institucional que destituyó a la presidenta Dilma Rousseff en 2016 llegaba a su auge exactamente ayer, con su encarcelamiento.
Dijo todo eso y a las pocas horas, luego de una tensa jornada, hizo finalmente lo que había prometido: presentarse ante la Policía Federal.
Fuente: LAJORNADA