Adscrito al nivel III del Sistema Nacional de Investigadores, Rollin Kent Serna se ha dedicado durante su trayectoria a estudiar las políticas educativas y el cambio institucional en la educación superior. Hoy en día, se ha enfocado en indagar cómo se estructura la investigación científica en nuestro país, así como la formación de jóvenes científicos en el doctorado.
Maestro y doctor en Ciencias de la Educación por el CINVESTAV-IPN, sus trabajos han sido pioneros en investigación educativa en México. En 1995, fue profesor invitado a la Graduate School of Education de la Universidad de Harvard, como parte del Fellows Program on Latin American Higher Education. De igual manera, fue coeditor de Universidad Futura, la primera revista de tipo académico sobre educación superior en el país.
Durante los últimos años, la investigación científica ha aumentado en México y se han diversificado las áreas de estudio en las cuales se desarrolla. ¿Cómo se organiza dicha labor? ¿Cómo trabajan los investigadores? ¿Cómo se entabla la colaboración a nivel internacional? Estas son algunas de las preguntas que dicho crecimiento ha acarreado y que marcan las líneas de trabajo de Rollin Kent Serna, académico de la Facultad de Administración de la BUAP, nivel III del Sistema Nacional de Investigadores.
Nacido en la Ciudad de México, el doctor en Ciencias de la Educación por el Centro de Investigación y Estudios Avanzados (CINVESTAV) del Instituto Politécnico Nacional (IPN) ha centrado su labor más reciente en indagar sobre la composición y funcionamiento de procesos pertenecientes a distintas facetas del desarrollo científico. Uno de sus ejes centrales está enfocado en la formación de jóvenes investigadores durante el doctorado: “Los estudiantes se vuelven científicos expertos que publican en inglés. Esto es un proceso interesante e intenso en un país que no es de habla inglesa. Algunos científicos lo dan por hecho, como algo natural; pero no es así y queremos saber cómo sucede”.
Este campo de estudios no fue siempre su principal interés. En su juventud, se mudó a Estados Unidos para estudiar la licenciatura y se interesó en primer momento por las ciencias, específicamente matemáticas y física. Durante esos años, a finales de los 60’s, “el mundo comenzó a cambiar… ya estaba cambiando, pero se manifestó con mucha fuerza en Estados Unidos. Uno como joven veía que estaban pasando todas esas cosas y en ese momento dije 'bueno, yo quiero entender esto'”.
Esta inquietud, aunada a la influencia de su padre, quien le platicaba sobre historia y le daba lecturas relativas al tema, hizo que Rollin Kent se matriculara en la Licenciatura en Historia del Dartmouth College, ubicado en New Hampshire. Tras egresar con mención Cum Laude en 1971, regresó a México y cursó la Maestría en Sociología en la UNAM. En esta etapa, se interesó de forma especial por los movimientos políticos en América Latina.
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Al egresar de la maestría, Kent Serna se integró, de 1974 a 1984, como docente de sociología y problemas políticos de América Latina en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales y en la Escuela Nacional de Estudios Profesionales de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala, ambas pertenecientes a la UNAM. “La verdad es que no fue una experiencia muy positiva: a pesar de que yo sí tenía ganas de ser académico […] no era mi visión de lo que una universidad debería ser. Progresivamente, con mi crítica a eso decidí que yo tenía que aplicar lo que sabía de las ciencias sociales a la educación superior”, narra.
Así, al ingresar a la Maestría en Ciencias de la Educación en el CINVESTAV, analizó en su proyecto de tesis los cambios que vivió la UNAM durante los años 70. De forma paralela, en ese periodo fue un testigo vivencial de la transformación que vivía la Universidad Autónoma de Puebla (UAP): el entonces rector, Alfonso Vélez Pliego, encargó al especialista Olac Fuentes, maestro de Kent, algunos proyectos educativos para transformar la enseñanza impartida en la institución poblana.
Por ello, el hoy profesor investigador de la Facultad de Administración viajó a Puebla para asumir uno de los proyectos y trabajó de forma cercana con Ricardo Moreno Botello, entonces catedrático de la UAP y su compañero de maestría. Mientras este último se dedicaba al diseño de una Ingeniería Agrohidráulica para la Sierra Norte del estado, Kent participó en la reforma del plan de estudios de las preparatorias no solo en el cambio de la duración -de dos a tres años-, sino también en el desarrollo de una propuesta de mejoramiento.
Al recordar este primer acercamiento, el investigador reconoce una universidad crítica: “fueron proyectos no solamente de escritorio, sino que se tuvo que salir a discutir con profesores y estudiantes. Déjame decirte que, en esa época, las prepas eran puros tigres, eran tremendos: todo era en función de asambleas y había que convencer a la asamblea. Fueron duras, duras pruebas al tratar de elaborar una propuesta e ir a defenderla en público porque había toda clase de críticas”. Después de un arduo trabajo, la propuesta fue aprobada por el Consejo Universitario y se impartió una serie de talleres encaminados a la mejora de la práctica docente.
Si bien en 1988 regresó al entonces Distrito Federal, el presidente del Consejo Mexicano de Investigación Educativa en el periodo 1996-1998 reconoce que aprendió mucho de ese ambiente universitario. “Me fortaleció, me ayudó a aclarar mis argumentos; me obligó a pensar en que uno tiene una responsabilidad hacia un público estudiantil, de profesores e incluso social. Yo creo que eso es algo que influyó mucho en mi ánimo: infundirme un sentido de la responsabilidad social”.
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Antes de incorporarse a la BUAP, el integrante del comité editorial de la Revista de Educación Superior, editada por la ANUIES, se desempeñó de lleno como investigador en el Departamento de Investigaciones Educativas del CINVESTAV. No obstante, la crisis ambiental de la capital del país lo obligó a mudarse a la ciudad de Puebla a inicios de los 90. Con un choque de manos, Rollin Kent ejemplifica la caída de aves muertas al pavimento como producto de la alta contaminación de la ahora Ciudad de México: “yo soy de aquí, pero ya no podemos vivir aquí”.
Durante esos años, realizó estudios de políticas comparadas de educación superior en México y América Latina, en el marco de un grupo de trabajo coordinado por José Joaquín Brunner (FLACSO-Chile) y con apoyo de la Fundación Ford. Asimismo, entre 1993 y 1996, fue coeditor de la revista Universidad Futura, un proyecto nacido entre sus colegas de la UNAM, el CINVESTAV y la UAM, conducidos por Olac Fuentes. Ante un clima árido en la investigación educativa en toda Latinoamérica, esta fue la primera revista de tipo académico sobre educación superior en el país.
También en esa década fue profesor invitado en 1995 a la Graduate School of Education de la Universidad de Harvard, como parte del Fellows Program on Latin American Higher Education. Más tarde, desarrolló con su equipo de trabajo un estudio comparativo sobre cambios organizacionales y disciplinarios en grupos de investigación en ciencias sociales, en instituciones no metropolitanas en el país, auspiciado por el Conacyt.
Las líneas de trabajo de Kent Serna, poco desarrolladas en México, continuaron su camino hasta el estudio de la investigación científica. Actualmente, desarrolla un proyecto enfocado en determinar cuáles son los valores que profesan los científicos mexicanos, “valores en términos de racionalidad y de trabajo en equipo, por ejemplo. ¿Qué tipo de conciencia social tienen sobre el impacto de su investigación?”. Esta es una de las preguntas que motivan sus indagaciones.
Otra de las interrogantes que le han sido planteadas a Rollin Kent durante su vida, un hombre alto y expresivo, es ¿de qué vas a vivir?, expresada por su padre cuando supo que su hijo no quería dedicarse a los negocios. “Acabé viviendo de ser profesor. Cuando comencé a hacerlo me di cuenta de que me gustaba mucho la enseñanza y la investigación”. Esta convicción por explicarse lo que sucede, de una forma sistemática y objetiva, no solo cumple con el proyecto de vida del miembro fundador del comité editorial de la Revista Mexicana de Investigación Educativa, sino que también cumple una función social en el país:
“La producción de conocimiento sistemático y científico sobre la sociedad, la economía y la naturaleza es fundamental para un país, no solo para prosperar de forma monetaria, sino para defenderse de lo que le pasa medioambientalmente, entre otras cosas. Los países que no promueven el desarrollo y la divulgación de conocimiento especializado tienen más problemas para enfrentar estos retos que los que no lo hacen. Yo creo que hacer ciencia, incluso desde la escuela primaria, es instaurar en los chicos una manera de pensar que es creativa, crítica y que trata de observar los hechos y no solo irse por los prejuicios”.
Por la parte contraria, la enseñanza deficiente en los niveles de educación básica ha acarreado uno de los problemas centrales de formación de jóvenes científicos: la deficiencia en matemáticas. “Estamos haciendo algo muy mal: las matemáticas pueden ser super padres y fascinantes si son bien enseñadas. El horror a las matemáticas es algo que tenemos que superar, ya que son una herramienta fundamental del conocimiento contemporáneo.
La mayor parte de la matrícula en educación superior en el país se concentra en Derecho, Administración y Ciencia Social. Se necesitan más científicos. México está formando muchos científicos por primera vez en su historia. Hay generaciones de jóvenes altamente calificados en todas las áreas que ofrecen ser algo en las universidades, pero no hay plazas. México está en un punto en el que podría aprovechar esta riqueza y no lo está haciendo”.
Por esta razón, el fomento de la ciencia en etapas tempranas -aunado a un sistema de impartición de justicia autónomo y objetivo- es una de las medidas a tomar para aspirar a un país ideal. “México se ha desarrollado, pero desigualmente: una pequeña franja de la sociedad acapara una parte importante del producto. Eso tiene que cambiar”.
En este contexto, la universidad pública, sostiene Kent, es indispensable por tres razones: el acceso a la educación, el desarrollo de conocimiento y el trabajo de valores. “La inclusión efectiva de jóvenes indígenas no es muy efectiva: hay discriminación, así como en cuestiones de género. ¿Dónde más si no es en las universidades tenemos la oportunidad de equilibrar la inequidad de género y trabajar estas cuestiones de valores para darles a los estudiantes una formación y que ellos mismos se formen de otras maneras?
La universidad es el espacio donde podrían suceder cambios en normas y valores de las personas. No hay otra institución de la sociedad que haga todo esto. No lo hacemos bien, lo tenemos que hacer mejor, pero tenemos este espacio social que no es la familia, la escuela de educación básica, la empresa, la iglesia, el club deportivo... todas esas instituciones hacen sus cosas, pero la universidad pública es la única que hace todo esto”.